jueves, 16 de abril de 2009

Capitulo 7

Mientras ellos se ocupaban allí. En el castillo una reunión se llevaba a cabo. Mekai sentado junto a los suyos debatía. Ya llevaban seis meses acantonados ahí, pronto se acabarían los víveres. Debían prever alguna forma de proveerse alimentos. Unos días mas y se terminarían las raciones. Y en esos casos… primero seguro acabarían comiéndose las monturas. Luego, seguramente a los que murieran ese día. Era doloroso decirlo, pero así sería.

Los guerreros más curtidos apenas y arquearon una ceja al oír a su Maestro. A ellos les importaba muy poco lo que pudiera pasarles. Solo vivían para luchar por su líder. Lo que les preocupaba era no poder vencer por algo tan nimio. Otros no tan experimentados miraban con horror al guerrero Mekai. No podían concebir que hablara con tanta liviandad de cosas tan horrendas. Ellos no conocían las dificultades que habían arrostrado antes esos tipos.

- Caballeros, he decidido que un puñado de los mejores saldrá por la retaguardia. Irá hasta la ciudad a buscar provisiones y volverá con ellas. ¿Quién va?- Preguntó el líder.

- Yo- Dijo Gazz.

- Yo me apunto- Dijo Arthus parándose.

- Yo iré- Dijo Darien levantando la mano.

Los hombres se fueron parando uno tras otro, deseosos de peligro y adrenalina. Eran capaces de seguir las órdenes de su líder hasta el mismo infierno. En eso una figura se levantó y se hincó ante el Maestro. Los guerreros reconocieron la capa entintan de sangre. Bajo la misma, podía verse una hoz enorme. Si había un guerrero capaz de cumplir esa misión por si solo… era Helscreem.

- Déjeme ir a mí. Prometo cumplir con el reto yo solo- Dijo el hombre.

- Él solo no podrá. Déjeme acompañarlo- Dijo un guerrero joven.

- ¿Crees que podrás soportar mi ritmo, mocoso?- Inquirió el Caballero.

- Claro que puedo- Respondió el muchacho orgulloso.

- Déjalo ir solo muchacho. Hels es mucho para ti- Intervino Mekai.

- Que mierda puede hacer este tipo- Comentó el muchacho algo irritado.

- Oh Diox. Ahí vamos- Dijo Mekai meneando la cabeza.

El hombre se paró y se quitó la capa, jamás iba a tolerar semejante insulto. Una armadura del Fénix Llameante apareció poderosa. En ella había cientos, tal vez miles de melladuras. Los ojos de ese sujeto despedían llamaradas. Su mano poderosa tomó el mango de la hoz.

El otro guerrero se puso en guardia. Pero para ese entonces, su rival volvía a tomar la capa. Mekai meneó la cabeza y le dejó ir solo en esa misión. Luego ordenó a las elfos que curaran al Caballero. Este todavía atónito no entendía lo que ocurría. Los dedos del hombre que se iba crearon un chasquido.

En ese instante varias heridas se abrieron en el cuerpo del joven que caía. Ni siquiera pudo ver los ataques de ese sujeto. ¿Qué tipo de hombres componían la guardia de ese castillo? Eso se preguntaba el novato antes de palidecer por la perdida de sangre. Y para empezar ¿Quien era ese Helscreem?

El aludido salió del castillo por un pasadizo oculto. Mientras se arrastraba por el fango de la vía de escape, sonreía. Al fin podía salir fuera, tal vez matara a un par de tipos que le debían dinero. Al llegar a un punto dado levantó la roca que tapaba la entrada y salió con cuidado. Volvió a ponerse la capa y ya envuelto comenzó a caminar en dirección a la ciudad helada.

Se detuvo en una cueva y se quitó la armadura. Necesitaba ser lo mas discreto posible para esa misión. Con ropas de viajero y con la hoz como única arma se quedaría. La armadura la enterró cerca de un árbol que marcó. Luego, reanudó la jornada en busca de alimentos. El enviado caminaba por la nieve con celeridad, sin embargo el trecho era largo. Evitó pelear con las criaturas hostiles que plagaban la zona. No deseaba mostrar como peleaba.

Un viento helado comenzó a arreciar repentinamente. Así que, el hombre se aferró más a la capa. El avance se hacia dificultoso ahora, la región le mostraba sus garras. Pero él era implacable, una débil brisa no iba a detenerle. Continúo su peregrinaje y cuando ya pudo divisar la ciudad nevada, un grito llamó su atención.

Ahí tirada sobre la nieve, una doncella lloraba y gritaba de miedo. Una bestia de hielo la tenía a su merced. Esa aparición ya había aprisionado a sus guardias. Estos estaban suspendidos en el hielo. Sus rostros estupefactos les acompañarían por el resto de su existencia allí. El Caballero hizo una mueca, que mas daba si esa mujer moría o vivía. Era solo una vida mas entre la multitud que se pierden cada día. No debía interesarse, tenía una misión más importante. Muchas vidas dependían de su éxito.

Sin embargo, la mujer le vio y le imploró ayuda… maldición pensó el guerrero. Ahora no podía rehuirle a su deber como Caballero. Mentalmente maldecía a esa muchacha y a él mismo por no ser más precavido. Las púas de la criatura se levantaron para dar el golpe. El guerrero se movió rápido y con un solo corte de su hoz destrozó al enemigo. Y ya sin nada más que hacer procedió a seguir su camino.

Una mano se aferró a su capa, deteniéndole. Volvió a maldecir su estrella y miró hacia abajo. Allí estaba esa chica mirándole agradecida, pero aún con miedo. Pudo percibir que el frío la estaba matando de a poco. Si no la llevaba hasta la ciudad, moriría. Tenía que ser rápido. El asesino suspiró un instante y luego mientras sacaba su cantimplora con alcohol le daba un sorbo a la mujer. Se quitó la capa y envolvió a la mujer, luego levantándola siguió caminando.

Tardó dos horas más de lo esperado, esa doncella le retrasó. Al entrar en la ciudad, se dirigió directamente a la taberna más cercana. Al entrar allí, vio que había muchos parroquianos. Eso le incomodó un poco, pero igual llamó a la mesera. Una mujer de cabellos oscuros respondió a su llamado. El recién llegado le entregó una bolsa con monedas de oro y le encomendó el cuidado de esa mujer. Luego, sin mediar palabra se retiró.

Tenía cosas más importantes que hacer. Saliendo de la taberna se dirigió a la iglesia, había alguien que le debía un par de favores allí. Golpeó las puertas y entró al recinto, el fraile vino a su encuentro. Este era un hombre calvo y de buen aspecto. Al verlo sonrió y le dijo:

- Tiempo sin verte, camarada.

- En efecto, amigo. Necesito de tu ayuda con urgencia- Dijo Helscreem.

- ¿En que puedo ayudarte?- Preguntó el religioso.

- Necesito víveres, muchos. Son para la guardia del Castillo- Respondió el viajero.

- Ah, sigues embarcado en esas misiones de muerte. Pero bien, dame unas horas y te conseguiré todo lo necesario- Le dijo el hombre guiñándole un ojo.

- Bien, espero acá- Dijo el asesino.

El viajero se paseó por el modesto templo. Recorría con mesura y observaba las filas de bancos. Le asombró toda esa construcción hecha con medios arcos. Al llegar hasta el pulpito encontró que había un libro abierto. Movido por la curiosidad, paso algunas hojas. No lograba entender ese idioma, no era elfico ni rúnico. Seguro se trataba de un dialecto olvidado.

Se sonrió, sabiéndose ignorante en cuanto a esas cosas. Siempre le parecieron una sarta de estupideces. Solo un negocio con el que se beneficiaban algunos. Y todo a costa de la buena fe de la gente. Por eso prefirió algo más sencillo como el camino de la espada. No necesitaba saber mucho. Solo como blandir su arma y moverse en lugares inhóspitos. Le era mucho más fácil. Solo confiaba en si mismo y su arma, no precisaba mas.

Las horas pasaron sin darse cuenta. El fraile apareció luego de un rato sonriente. La noticia no podía ser más alentadora. Había recolectado provisiones para varios meses. Esto alegró al parco guerrero que rió contento. Le agradeció al religioso entregándole una bolsa de oro que llevaba en su petate. Luego, tomando las provisiones comenzó el viaje de regreso.

Cargado con las provisiones compró un par de unirias para llevar la mercancía. Le tomó algo de tiempo atar y acomodar todo. Y ya por fin pudo salir de la ciudad. Avanzaba con trabajo por la nieve. Mientras llevaba de las riendas a las monturas. El sol iba ocultándose, eso era genial. Aunque la temperatura bajaría mucho, iría oculto de cualquier enemigo.

Mientras avanzaba tomaba un poco de alcohol cada tanto. Tenía que mantenerse caliente. Echaba de menos su abrigada capa, recordó el uso que le dio. No se arrepintió por ello. A las pocas horas pudo distinguir la cueva en que se había disfrazado. Esto le alivio, podría descansar un poco allí.

Al entrar en la cueva se cercioró que no hubiera nadie. Entonces entró las monturas repletas de víveres. A los pocos minutos los ojos se le cerraron, estaba agotado. Le había enviado un mensaje a Mekai comentándole sus progresos. Pero, no obtuvo respuesta al menos de momento. Un sonido le hizo despertar de golpe, la hoz se movió como una centella. La hoja del devorador detuvo el ataque. Mekai le sonrió con orgullo, la misión estaba casi completada. Ahora solo tenían que llevar todo eso por el pasadizo.

Helscreem se paro y mató a los unirias. Ya no le servían mas, habían cumplido su función. Luego, entre Mekai y él fueron acareando las cosas. Los guerreros del castillo no podían creerlo. Ese hombre lo había logrado en solo un día. Una vez que terminaron de entrar los víveres. El asesino salió fuera a buscar su armadura.

Al tomarla, volvía a ser el Helscreem que todos conocían. Bajo esa coraza los sentimientos y recuerdos desaparecían. El hombre se convertía en una maquina de matar. Para eso servía a su Maestro y por ello había obtenido su posición dentro del clan. Antes de ponerse un casco, le dedicó un último pensamiento a esa doncella. Las manos acomodaron el yelmo. El asesino estaba listo para volver al combate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario