sábado, 4 de abril de 2009

Capitulo 3

Varios minutos pasaron hasta que pudo moverse. El terror no terminaba de abandonar su cuerpo. Al pararse reanudó su camino de vuelta al campamento. Moviéndose con cuidado entre los árboles helados y la nieve. Era vital que sus compañeros no le vieran, deseaba evitar regaños. Pero más que eso… aborrecía que esos grandulones se rieran de él. Aunque pequeño, Ulrik ya se sentía un Caballero. A pesar de que su cuerpo indicara lo contrario.

Un rato le llevó el aproximarse a la tienda en que dormía junto a sus compañeros. Al llegar a destino, se detuvo un momento a recuperar el aliento. Esa caminata en la nieve había sido agotadora. Miró unos momentos al cielo, ya la luna estaba sobre el campamento. Entonces, debía ser alrededor de la hora décimo primera. Lo había aprendido de los líderes de clanes. Snoopy le comentó sobre este método. De acuerdo a la posición del astro sobre el campamento podían saber que hora del día o la noche era. No parecía gran cosa, pero tenía su utilidad.

Se escabulló en la tienda. Pero cuando ya estaba por llegar a su litera... una mano le tomó de la ropa. Estuvo a punto de gritar. Pero otra mano le tapó la boca antes de que pudiera hacerlo. Quien quiera que fuera lo levantó en vilo y le sacó de allí. De nuevo fuera del lugar Athenas le soltó. La doncella sonrió por su captura. Había atrapado a un intruso. Pero rápidamente se percató de su error al oír la voz del muchacho.

Ulrik le explicó que había salido del campamento porque se hallaba enfadado. Le comento que era uno de los escuderos de los Caballeros Oscuros que estaban peleando para el clan Alitas. Aunque, últimamente también ayudaban a los demás clanes. El personal escaseaba y no había muchos escuderos. Por su edad, a él no podían ordenarle luchar en batalla. Aunque, para ser sincero... él deseaba luchar.

Luego de oír la explicación, la elfo echó a reír. Aunque se tapó la boca antes de que le oyeran. Si la superiora se entraba que ella andaba otra vez escapada. El sermón que recibiría sería memorable. Se agachó un instante y le habló al chicuelo:

- Así que, Caballero Ulrik ¿eh? Bien, como tal debes tener una espada.

- Pe... pero esas cosas no las puede tener consigo un escudero- Dijo el muchacho con miedo.

- Te daré una espada, toma- Dijo ella, haciendo caso omiso.

- ¿Qué es esto?- Preguntó el chico.

- Es una Kriss. Una daga auxiliar. Es liviana y fácil de llevar. Podrás defenderte, por cierto ¿Sabes usarla?- Le preguntó ella.

- Ehm... pues... claro, claro que sé- Respondió titubeante el muchacho.

Ambos hablaban animadamente y por ello no se habían percatado. Para cuando quisieron darse cuenta, era tarde. Una figura resplandeciente apareció a espaldas de la elfo. La armadura Guardián brillaba con iridiscencias plateadas. La voz salió firme hacia la oveja perdida:

- Athenas. Vuelve a la tienda.

- Pero, señora- Replicó la rubia.

- Sin peros, a la tienda. No debes relacionarte con los ajenos a nuestra estirpe- Le dijo secamente la Maestra del Clan.

- Entiendo- Dijo la blonda bajando la cabeza.

La chica se paró, en ese momento su cara se volvió hierática. Le dedicó una sola mirada al pequeño y luego se dio la vuelta. No volvió a pronunciar palabra. Solo se hincó frente a su Maestra de Orden y se dirigió al descanso. La elfo reverenció al jovencito. Disculpándose por la intromisión de su subalterna. Finalizada la cortesía, procedió a retirarse.

Esa noche, evidentemente era muy movida. Ulrik se quedó mirando como un bobo la daga. Se notaba que estaba excelentemente forjada. La hoja tenía la dureza y flexibilidad justas. Al estar conformada por tres ondas, podía ser mortal. Paseó sus dedos por el filo y se cortó la yema. En verdad estaba afilada esa cosa. Escondió la daga entre sus ropas y mientras se chupaba el dedo... volvió a entrar a su tienda. Ahora si, finalmente en su litera por fin podría descansar.
No supo bien en que momento sonó el cuerno de batalla. Pero le pareció como si fuera en el mismo instante en que cerró los ojos. Soñoliento se paró y casi cayó al suelo. Los demás le miraron y no pudieron evitar reírse. El chico se sonrojó de vergüenza. Aunque muchos creyeron que era por el frío. Se vistieron a toda prisa y ya corrían a las tiendas de los Caballeros

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