jueves, 2 de abril de 2009

Capitulo 2


El choque es violentísimo, el ariete choca y retrocede unos instantes. Los guerreros gritan alborozados. Un hueco se ha abierto en ese muro de piedra y hierros. Sin embargo, el júbilo dura poco. Un silbido poderoso y ese haz de luz sale con potencia por el hueco. El ariete es traspasado de parte a parte, haciéndose añicos en las manos enfervorizadas de esos hombres.

Se miran unos a otros como si el cerebro se hubiera fugado de sus cuerpos. Rayos caen desde el cielo fulminándolos en el acto. Los demás combatientes se detienen un instante, mientras el sol se va ocultando. Muchos escupen al suelo, asqueados; otro día perdido. ¿Cuánto llevan así? Ya han perdido la cuenta, el acero, la sangre y la muerte parecen obnubilarles.

Los clanes que intervienen se retiran del campo de batalla. Están cansados, heridos y sucios. Esta noche solo los centinelas cuidaran el campamento. Un puñado de hombres designados quedaría velando por los cuatro clanes. Estos ya se estaban preparando cuando les vieron venir. Cansados marchaban de vuelta al punto de partida. Golpeados, heridos, pero determinados y esperanzados. Mañana, tal vez mañana podrían tomar el castillo.

Esperanzas que se vuelven a tener en la noche. Para que con un nuevo sol vuelvan a ser tomadas. Los guerreros se desploman en sus tiendas. Otros, los mas frescos preparan fogatas para pasar la noche. Algunas doncellas guerreras toman sus guitarras y uniéndose a una voz... el canto fluye desde el centro del campamento. Esa trova dulce y embriagante envuelve las almas de los guerreros. Con cada nota, parece como si el cansancio se desvaneciera. Muchos se sentían volviendo a sus lejanos hogares. Allí, donde sus mujeres les aguardaban. Los dolores por los golpes y cortes recibidos parecían desvanecerse ante ese canto... era algo mágico que ni siquiera los Maestros de Almas podían lograr.

Cuando el canto terminó, muchos hombres aplaudieron a las intérpretes. Las doncellas se ruborizaron visiblemente ante los halagos. Aún vestidas con sus armaduras, se levantaron y saludaron a todos sus compañeros con una reverencia. Luego volvieron a su tienda a cambiarse. Ellas estaban apartadas del resto en ese campamento. Como las únicas mujeres guerreras allí, mantenían su pureza. No podían corromperse. Aunque en lo más recóndito de sus seres lo desearan. De intentarlo y ser descubiertas... la muerte o el destierro eran los únicos castigos. Quizás, por ese motivo en la mirada de esas féminas podían verse trazos de tristeza.

Mientras tanto, en la fogata los demás guerreros contaban las hazañas de ese día:

- Hoy vencimos a cuatrocientos soldados- Decía Rockorn.

- No es nada, hoy nosotros pudimos detener algunas flechas de penetración enemigas- Le retrucó Esdla.

- HA, ¿Por eso se envalentonan?- Intervino el escudero.

- ¿Y tú que haz hecho?- Le preguntó Revancha.

- Les lave las ropas a todos, manga de ineptos. Mucha lucha pero de limpiar nada- Respondió el chicuelo.

- HAHAHAHAAHAHAHAHAHAHAHA- Echaron a reír los soldados.

- Bueno, bueno bravo guerrero. Perdona nuestras vidas- Dijo Karokan.

El jovencito se dio la vuelta furioso, esos tontos le volvían a tomar el pelo. Se alejó con aire de dignidad ofendida y cuando estuvo lo suficientemente lejos... lloró. Esos a quienes admiraba, le menospreciaban. Se limpió las lágrimas con la manga de su abrigo y se quedó quieto. Algo le llamó la atención, podía percibir que no muy lejos de allí, una persona andaba. La curiosidad se anidó en el interior del jovencito que con pasos dubitativos al principio se encaminó al lugar. Salió de los límites del campamento, entrando a ese bosque de árboles congelados. El aire se volvía bruma allí, la temperatura bajaba mucho más y se sentía.

Sus ojitos celestes como el cielo estudiaban el lugar. La oscuridad parecía no existir en ese bosque con luz propia. De repente un destello atravesó el aire no muy lejos de allí. La persona que había sentido debía estar en esa dirección. Podía sentir como si le llamara. Siguió caminando, pero buscó ocultarse entre los árboles. Solo quería mirar, si era un enemigo... no deseaba morir. Temblando de miedo y frío siguió acercándose. Al fin pudo distinguir una silueta que se movía. Danzando en medio de la bruma la silueta dibujaba figuras con sus destellos.

El jovencito siguió acercándose, deseaba ver bien al bailarín. Se movió en la nieve con el mayor sigilo posible. Entonces por fin pudo verle: El guerrero estaba con el torso desnudo en medio de ese lugar. En su mano la Hoja del Devorador refulgía de una forma hechizante. Los ojos cerrados del hombre demostraban que estaba completamente ajeno a su entorno. La pierna trasera se movió hacia atrás y la melodía de su cuerpo volvió a comenzar.

Cada finta, estocada y bloqueo eran ejecutados de una forma tan bella. Ese muchacho observaba con los ojos grandes como platos. No había huecos en la defensa de ese hombre. La espada volaba y se movía magnificando los movimientos. El tiempo pareció detenerse allí. Sin embargo, un rato mas tarde el bailarín se detuvo. El guerrero percibió un silbido lejano llamándole. Unos ojos como dos tizones encendidos se abrieron. La sonrisa adornó el rostro del hombre que envainó su espada y salió. El muchacho quiso salir a preguntarle su nombre. Sin embargo, cuando vio el tatuaje que llevaba en su hombro... desistió.
Su cara se demudó de asombro, ese guerrero no era otro más que Mekai, el líder del clan que protegía el castillo. Con la mirada siguió el andar de ese hombre que parecía un dios. Lo vio perderse entre la bruma, como si fuera una aparición. Había estado observando a una leyenda.

El hombre que estaba predestinado a matar incluso a los dioses. Ese era Mekai, en sus manos esa Hoja de Devorador se volvía el arma definitiva. Pero, aunque muchos decían que lo poderoso era su espada. La verdad era otra y ese joven la acababa de ver. Su esgrima era impecable, no había defectos en sus movimientos. Pero, ¿Quién iba a ponerse a analizar eso durante una batalla?

Solo él había podido apreciar en secreto la belleza de la esgrima de ese hombre. El más ínfimo de entre sus enemigos. Podía parecer irrisorio, pero para ese joven no. Con cada movimiento ese líder defendía a los suyos. Por fin comprendía la diferencia que se abría entre ellos. Un abismo tan hondo como el infinito les separaba. Y a pesar de ello, él aspiraba a ser ordenado Caballero. Con el mismo sigilo que llegó hasta allí, se decidió a volver al campamento.

Al dar la vuelta, su rostro se encontró con la punta adiamantada de esa espada. La hoja subía hasta llegar a la empuñadura. Allí, una mano ruda sostenía el arma y ese brazo poderoso le hacia de soporte. Una faz oculta por un casco de Fénix Oscuro me miraba inquisidor. El rostro de ese jovenzuelo se demudó de asombro y temor. ¿En que momento había llegado ese sujeto? ¿Quién era ese asesino? ¿Por qué él? Tantas preguntas y tan poco tiempo para responderlas. El guerrero pareció detenerse y luego de asentir retiró su espada y la envainó. Ulrik se quedó absorto mirándolo desaparecer entre esos árboles gélidos.

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