viernes, 30 de octubre de 2009

Lineas de un combatiente



Alguna vez me lo preguntaron: ¿Por qué sigues con esto? ¿Por qué te pones en peligro? No he podido dar una respuesta satisfactoria a estas cuestiones hasta la fecha. La razón es que me resulta muy complicado explicarlo. Tal vez, otro como yo podría llegar a explicarlo; aunque… creo que, le sería igual de complejo.

Explicar como se siente pelear en un duelo. Y hacerlo desde el punto mismo en el que se acepta el desafío. Desde ese instante, las emociones desfilan por la mente. Y no se detienen, sino hasta que el combate termina. Miedo, incertidumbre, curiosidad, coraje, tenacidad, orgullo. Todas esas cosas entran a jugar en la mente. Y así te llevan a entrenar sin parar. A dormir solo seis o cinco horas la día. A pasar noches sin poder dormir, pensando en como vencer. A apretar las manos aún cuando uno no lo desea. A incluso durmiendo, sobresaltarte como si estuvieras recibiendo un golpe.

Solo sigues adelante contando los días que faltan. Y conforme la fecha se acerca… los nervios crecen. Aunque vas al trabajo y las manos te tiemblan como si tuvieras parkinson. No dices nada y lo ocultas con éxito. Aunque tiembles completo por haber estado entrenando. ¿Qué importa eso?

Si cuando el tiempo se cumpla podrás luchar hasta que tu corazón diga basta. Y, por ello es que nada mas importa. Dejas de lado incluso tus sentimientos, tu familia, tus amigos. Todo en pos de un combate que podría llevarte al sepulcro. Sin embargo, en ese momento. En esos instantes te sientes más vivo que nunca en tu vida. No sientes el dolor, tu cuerpo esta encendido como nunca. Te sientes liviano, poderoso e indestructible.

Sin embargo, el daño que recibes es muy palpable. Incluso el dolor que te aguijonea es real. Pero, no puedes detenerte. Tienes que seguir peleando combatiendo por sobrevivir. Es irónico, pero en esos momentos. Ahí te acuerdas de todos aquellos a los que dejaste atrás. El miedo a no ser capaz de regresar, los trae a colación. Como si se tratara de una despedida. Por eso es que aprietas los dientes con fuerza y resistes. Esa es la explicación al acto de sacar fuerzas de flaqueza. Y todo ello te permite continuar batallando.

Incluso aunque vayas al suelo mil veces, te levantaras, apretaras los dientes y volverás a la carga. Aun si quedaras desarmado, enfocaras las energías que te queden para permanecer vivo. Si te quebraran o dislocaran. Soportaras el dolor y continuaras o huirás como puedas… con el dolor taladrándote el cuerpo.

Aunque… a veces el resultado no es el que esperas. Es entonces que regresas, pero como una sombra de lo que fuiste. Como un mero sobreviviente, un perro sarnoso al que le perdonaron la vida. Otras veces eres el vencedor y puedes volver en una pieza. Aunque, también eres consciente de que solo eres un sobreviviente. Solo que tuviste mejor suerte que tu oponente. Tal vez, así podría explicarse un poco, el porque a todo esto. Aunque, realmente no se si haga justicia. Realmente la mejor forma es experimentándolo en carne propia. El combate es un filtro muy rudo, muchos abandonan para nunca volver. Sin embargo, otros permanecen. Aunque, muy pocos se atrevan.

lunes, 26 de octubre de 2009

Dissier: Kusarigama (Hoz con cadena)



(Kusari= Cadena Gama= Hoz)Es un arma muy poderosa y efectiva en la medida que se conozca su uso. Se compone de una hoz de acero en cuyo extremo va inserta una cadena de hasta 3 metros de longitud. Al final de la misma se agrega un peso férrico de 3 a 5 cm. de diametro. Puede parecer algo simplista el diseño. Sin embargo, no puede ser más dificil manejarla.

La hoz se utiliza para dar el golpe de gracia o para defenderse en caso de un ataque a corta distancia. Ya que el peligro real del arma es la cadena. ¿Por qué razón? Al tener un peso en su extremo, se vuelve muy certera a la hora de manipular. Puede ser utilizada tanto en defensa como en ataque. El peso de la cadena puede ser lanzado hacia la cara con la velocidad de una bala. Y, dado que se suma el peso y la inercia de la cadena... facilmente puede hundir el craneo o bien quebrar huesos. Convengamos, que todo ese peso va centrado a un solo punto, determinado por el peso dek extremo. Puede ser lanzada con suavidad para desarmar al rival o envolver sus brazos o piernas. Al quedar la persona atrapada en la cadena, muy poco puede hacer ante el usuario que esa armado con la hoz.

Las desventajas de este arma, entre otras son: Es muy dificil su manejo, si la cadena es repelida; vuelve con la misma fuerza con que se arrojó. Si no se conoce el modo de portarla, puede ser un dolor de cabeza. Es excelente en lugares abiertos y sin obstaculos. Pero, en lugares reducidos o con cierta cantidad de obstaculos, se vuelve inutil. No es un arma discreta, salta a la vista que se lleva.

Se estima que comenzaron a hacerse y a enseñar su uso a partir del siglo XII. Y, en algunos lugares, todavía se enseña como usarla correctamente.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Dossier: Katanas Muramasa



Tokusen Seishu Periodo Muromachi (1422- 1466)


Muramasa era un clan japonés de forjadores de katanas, el cual era famoso en su provincia (Ise) por el extraordinario filo que tenían sus katanas. Muramasa fue discípulo de Masamune, otro famoso forjador, en 1322. Se dice que Masamune y Muramasa competían en la fabricación de katanas; pero esto no suena lógico, ya que el auge de la técnica que empleaban los Muramasa estaba basada en la técnica de Masamune.

Las espadas Muramasa se hicieron famosas por el mito de que eran malignas, dado su agizadísimo filo. El clan Muramasa perdió el favor del shogunato en 1603, cuando llegó a shōgun Tokugawa Leyasu. Esto fue a causa de las desgracias que le generaron a Leyasu las katanas Muramasa: el Kaishaku (finalización del seppuku en el cual el asistente decapita al suicida con una katana) de su hijo Nobuyasu fue hecho con una Muramasa; en su infancia, Leyasu se hirió con una Muramasa; el abuelo de Leyasu fue asesinado con una katana Muramasa; el padre de Leyasu fue atacado con un Wakizashi Muramasa. Por lo tanto, el Shōgun prohibió el uso de armas del clan Muramasa en Japón. El bugyo Nagasaki era un coleccionista de armas Muramasa, pese a la prohibicion de Leyasu. Este lo mandó a ejecutar por considerar que esto era evidencia de una conspiración en su contra.

sábado, 17 de octubre de 2009

Capitulo 13: Acto Final

Las luces de ese día comenzaban a decaer, el rojo y el dorado bañaban la ciudad. Los edificios reflejaban la luz, brindando un espectáculo precioso. Frente a la ventana de su habitación el hombre miraba el espectáculo. Mientras la cruz que formaban las divisiones de su ventana proyectaba su sombra sobre él.

Con resignación envainó la hoja de la espada y poniendo el sable en el estuche salió de su hogar desierto. Su madre y Micaela se habían ido de compras, tanto mejor... odiaba las despedidas. Se acomodó el saco negro y luego de un suspiro salió.

Abrió la puerta de su casa y salió, bajó las escaleras con pesar. Sabía que el momento había llegado, ella lo encontraría donde quiera que se metiera. Esa mujer no era alguien común, la presencia de ella lo sobrecogía. Al llegar a la calle, pudo oír esa voz que nunca desearía haber oído:

- Sígueme, no debe quedar nadie mas implicado. ¿Estas de acuerdo?

- ¿Debe ser así?, esta bien... te sigo- Acordó él.

Los dos caminaban uno junto al otro, los cabellos negros de la mujer ondeaban con su andar. Mihayla le sacaba una cabeza en altura, las ropas de abrigo apenas dejaban adivinar el cuerpo que había ahí abajo. Durante horas atravesaron la ciudad a pie, en silencio. No era algo que desearan, pero era lo mejor... ambos lo sabían. Ella se detuvo al llegar a las cercanías de un campo de golf.

El lugar tenía el césped recién cortado, no había árboles... salvo los que se encontraban a lo lejos. No andaba nadie a esas horas, no era visible desde la ruta. Al detenerse ella, el joven abrió el estuche.

El aura maligna que salió era poco menos que horrible. El aire oscuro le envolvió por unos instantes. El acero comenzaba a tintinear... la espada reconocía a su amo, el brillo se intensificó. La hoja respondía al alma del muchacho.

Cuando el rostro del muchacho apareció... la mirada se había vuelto totalmente maligna, sus ojos solo despedían intención de matar. La sonrisa entre burlona y llena de confianza se dibujaba ahora en el rostro de él. Se desprendió el saco y luego tomó la vaina.

Mihayla no había dicho nada, se quitó la campera y el abrigo. Sus ojos blancos envolvieron la figura de ese ser que aparecía frente a ella. Su respiración estaba calmada, sus brazos apenas tensionados dejaban que sus piernas se mantuvieran bajas para el ataque.

Los dedos de sus manos se entrecruzaron, formando figuras en el aire rápidamente. Al terminar, sus manos comenzaron a brillar. Luego, mirando a la figura que aparecía ante ella dijo:

- Bien, maligno. Es hora de que desaparezcas de este lugar, no tienes porque seguir ensuciando este mundo con tu tacto.

- No si tú mueres primero, maldita exorcista- Respondió él.

El viento se levantó alrededor de la muchacha que se lanzó al ataque desapareciendo en el proceso. El joven le enfrentó, lanzándose al ataque con su espada. Los destellos de acero brillaban en una sucesión interminable. Mihayla evadía los ataques con facilidad, mientras sus manos llegaban al cuerpo del joven con suavidad.

El demonio no tardó en percatarse de como el daño se volvía interno. La sangre que le hizo detenerse al tener que verse obligado a toser su propia vitalidad le puso en alerta.
Mihayla no se detuvo y dándole un golpe central lo hizo caer junto a la espada que comenzaba a astillarse.

Él volvió a atacar, mientras envainaba y desenvainaba con rapidez para atacar nuevamente con su arma. La chica evadió el ataque por poco, su hombrera cayó cortada en dos limpiamente. Pero no era tiempo de ello, ya todo estaba terminado. Cortó la yema de sus dedos con los dientes y luego recitando unas palabras mientras se movía terminó con el conjuro.

Unos sellos dorados envolvieron la espada del muchacho que ya fue incapaz de moverse. Los mudras subían en tono y frecuencia, mientras las formas en que entrelazaba sus manos crecían. El guerrero no podía hacer nada ya, una ultima mirada y por fin la chica soltó el ultimo sello.

Una luz blanquísima envolvió al muchacho y su espada. Ya no quedaba nada mas, por fin sentía liberación... libertad. En ese lugar blanco, apareció Leonardo tirado. Se incorporó algo sorprendido, estaba aturdido por todo lo ocurrido. Lo último que recordaba era la pelea y el estar completamente a merced de Mihayla.

Otra figura apareció delante de él, era su última rival. La mirada blanquecina se posó en el muchacho y sentándose delante suyo le dijo:

- El que llega a las puertas de la muerte, encuentra las de la verdadera vida. Ahora, decide ¿Quieres vivir nuevamente? ¿O desaparecer para siempre?

- Quiero vivir, mas que nada quiero vivir- Dijo el muchacho mientras se acercaba a ella.

- Que así sea, pero lo harás con un nuevo cuerpo. Adiós, Leonardo- Dijo ella mientras le envolvía con su ropaje, ahora blanco.

- Gracias, Mihayla. Dijo él, mientras cerraba sus ojos.

Otra figura apareció ante la dama, un guerrero de cabellos como la nieve y ojos color ámbar. Zankuro sonrió y reverenció a la mujer, al fin su alma podía reunirse con la de su amada Seiko...

La vida volvía a tomar su flujo, el tiempo pasaba como de costumbre. Rápidamente para algunos y muy lento para otros, pero sin detenerse. Sobre la desaparición de Leonardo no se supo nada. Solo se hablaba sobre un extraño suceso en una cancha de golf. No habían quedado más que un enorme circulo de pasto quemado y árboles cortados por algo que nadie supo que fue.

Solo se encontró en aquel lugar a una joven de cabellos oscuros encinta. Los ojos ahora pardos de la mujer miraron de nuevo la habitación. Se hallaba en una clínica, sonreía al saber que por fin había completado su misión. La maldición de Mugen había llegado a su fin.

Conforme su panza fue creciendo, ella se fue preparando para ver de nuevo al alma atormentada. Esta sería su nueva oportunidad de vivir, tal y como se lo había pedido hace ya mucho tiempo. Al salir al mundo exterior, Leonardo comenzaba una nueva vida.

Mihayla era feliz, su primer hijo había nacido finalmente. Le miró con ternura, mientras lo acunaba en su seno. Podía sentir la fuerza de su espíritu manar del cuerpo de ese niño. Así, como de la nada surge todo, de la muerte surge vida. Una muerte llega con una nueva vida.

lunes, 12 de octubre de 2009

Capitulo12: Infierno y Regreso

Una voz le detuvo, las carcajadas sonaban por todo el cuarto. El hombrecito reía en algún lugar y vivo... muy vivo aún. El sujeto quedó expectante, con su arma esperaba el momento para atacar. Los objetos comenzaron a moverse solos hacía el joven que los destrozó a sablazos. Entre las maderas que volaban pudo ver venir hacia él un enemigo extraño.

Este ser con apariencia grotesca le sonrió, mostrándole largas filas de dientes múltiples... este buscó morderlo, pero no lograba hacer blanco. La espada no vaciló un segundo, el corte cercenó los ojos de la criatura. Esta gritó de una forma aterradora, mientras con sus garras atacaba a diestra y siniestra.

Tras él, una multitud de seres mitad humanos, mitad alguna mezcla de vaya a saber que; se lanzaron al ataque. Los ojos negros se abrieron repentinamente y la sonrisa dio paso a un gesto de seriedad. Mientras saltaba hacía atrás, describiendo un arco con el sable. No hubo tiempo para reaccionar, lo tomaron por detrás unas garras que se afirmaron en sus hombros.

Con la cabeza golpeó el deforme mentón de su captor, para luego amputarle los antebrazos y ponerse en guardia ante esa veintena de seres horribles. Las formas dantescas le atacaban, profiriendo gritos desgarradores. La sangre volvió a cobrar protagonismo al destazar a esas criaturas. Pero antes de que pudiera tranquilizarse, más seres fueron apareciendo...
.........
El tiempo pasa para todos, fuera de ese lugar enfermo de muerte. La vida continuaba con la misma monotonía de siempre. Salvo para dos mujeres que ahora se hallan solas, el único hombre de la casa había desaparecido sin dejar rastros. Lo lloraron durante un mes, pero aún haciendo la denuncia en la policía no había resultados.

Nada ocurría y ya estaba pasándose el año desde que Leonardo había desaparecido. Los ánimos no eran los mejores y ya se hallaban hartas de tanto llorar. Seguían con sus vidas como podían, pero no era lo mismo. Les faltaba alguien querido y no había quien pudiera remediarlo. Por la calle cuando caminaban, les parecía verlo como antes, caminando con sus cosas... yendo a cursar su carrera. El tiempo pasa, pero volvamos a nuestro protagonista, luego de este hiato.
.........

En algún lugar subterráneo, en una cueva llena de cadáveres... infestada de vísceras, intestinos y extremidades cortadas se halla una persona acuclillada contra un pilar rocoso. Las heridas se contaban por miles, muchas ya cicatrizadas y otras cubiertas de improvisados vendajes.

Entre sus manos una espada envainada esperaba a por amenazas. El sujeto parecía dormir ya que sus ojos se hallaban cerrados. Los cabellos largos, negros y enmarañados brotaban de su cabeza. La barba y el bigote habían crecido sin un control en todo ese año. Las manos llenas de cortes y callos sostenían la espada en forma vertical.

Unos harapos que apenas le servían para cubrirse era toda la ropa que le quedaba. Una puerta interna se abrió, no quedaba absolutamente nada... ni un solo rival más para enfrentarle. Un hombre apareció, con sus lentes miraba el enorme tendal sanguinolento y pútrido. Sonrió al ver a ese sujeto vivo, de su cuerpo comenzó a salir un aura maligna terrorífica. El rostro se demudó, volviéndose monstruoso y varias cosas mas. Como un tigre cebado, babeante ante su victima, le rodeó por unos instantes y luego....

Se lanzó sobre el muchacho en un violento ataque, pero la mirada repentina del que dormía lo detuvo. No pudo evitar que ese acero lo abriera en dos, acabándole. Un río de sangre brotó. Mientras caía con la vida extinguiéndose en sus ojos pudo observar como ese asesino sonreía en forma diabólica.

- Tu... todo este tiempo...- Balbuceo el sujeto.

- Si, todo este tiempo esperé para matarte; maldita basura- Dijo el muchacho.

- Podrías haber huido... maldi...cion- Se quejó el doctor.

- No iba a permitir que siguieras haciéndole esto a nadie más- Afirmó el joven.

- Por favor, ten piedad de mí- Imploró el medico.

- ¿La tuviste tu con todos los que mataste?- Preguntó el joven mientras apretaba los dientes hasta sangrar.

Un grito ahogado y el destello de ese sable que se enterró en el cráneo de esa criatura monstruosa fue lo último que se vio. Las manchas de sangre nuevamente mancillaron su cuerpo, pero ya no le importaba, ahora podía irse de allí. Al envainar la espada comenzó a caminar en dirección a una pared. Paseando su mano por allí, pronto encontró el lugar más débil de la estructura y allí atacó para abrirse paso.

Al salir lo primero que le impactó fue la luz del día, hacía mucho que no la veía. Pasaría un poco hasta que sus ojos volvieran a habituarse. Estaba caluroso el día, pero no como para andar sin ropas. Él solo quería volver a su hogar, al único lugar en el que podría tener el descanso tan anhelado.

Caminaba por la ruta, una furgoneta se detuvo. Los pasajeros al verle en ese estado, tan golpeado y lastimado fueron movidos por la compasión. ¿Compasión? ¿Qué sabían esos yonquis con cresta sobre eso? Como sea, bajaron a ver a ese sujeto lleno de cicatrices y golpes caminar en la misma dirección que ellos.

El bastón ridículo con el que se movía lo hacia parecer más chistoso ante sus ojos, tanto que un sujeto tatuado le dijo al su amigo:

- Deberíamos violarnos a este chiquito. ¿Qué dices?

- Claro, lo hicimos antes con otros ¿Por qué no de nuevo?- Respondió el hombre.

Pero al acercarse más, pudieron ver esos ojos llenos de maldad. Una como nunca habían visto, lo mismo que la sonrisa siniestra que se dibujaba en los labios de ese sujeto errante. No le tocaron, ni siquiera pudieron mofarse de él... a pesar de que este pasó entre ellos.

El terror los paralizó, sintieron como que lo que había pasado entre ellos no era un ser humano. No, nadie podía tener una esencia que solo mostraba muerte y maldad. Nadie podía sonreír así luego de asesinar y desmembrar a tantos. Nada podía seguir vivo luego de ver tanto infierno. Lentamente ese hombre siguió su camino hacia el lugar que recordaba como su hogar.

Al adentrarse en la ciudad, se escondió entre callejones para no ser visto en ese estado deplorable. Robó unas ropas de un tender y se las puso, pero aún así las cicatrices no podían ocultarse. En su cara, en sus manos, en sus brazos, en sus piernas, en su espalda llevaba las marcas de su propia lucha... incluso en su cuello.

Al llegar hasta el edificio se detuvo un momento... las dudas comenzaron a agolparse: ¿Alguien le reconocería? ¿Sabrían que era él en verdad? Una voz fría que pasó detrás de él disipó todas sus dudas:

- Las cuatro lunas han llegado a su fin hace mucho, retrasaste tu muerte, pero ya es inevitable... Leonardo.

Se dio vuelta para buscar a Mihayla, pero no había nadie allí. Ni arriba, ni abajo, ni en los alrededores. Pero ella ya le había reconocido, ya sin dudas subió los escalones hasta la puerta y entonces golpeó la madera.

Pudo oír la voz de su madre que le decía que aguardara. La puerta se abrió y el rostro de su madre lo miraba como intentando recordar algo. Miraba detenidamente a ese hombre que pelo desordenado y barba crecida mirarla con asombro. Ya estaba por cerrar la puerta, cuando oyó la voz de esa persona.

- Madre, por fin vuelvo a verte.

La mujer no podía creerlo, después de un año de ausencia. Después de perder toda esperanza, dándolo por muerto... su hijo Leonardo volvía por fin a casa. Las lágrimas se apoderaban del rostro de ambos. Micaela apareció y se alarmó al ver a su madre así.

Pero todo se aclaró al ver a su hermano, ese hombre lleno de heridas y golpes que de momento le saludaba con una sonrisa lastimosa. Ella cayó al suelo, sus rodillas habían flaqueado. La impresión que le causó ese hombre fue terrible, casi no parecía su hermano.

En el cuarto de baño, el joven se daba un baño caliente en la tina. Su cuerpo lleno de cicatrices y moretones daba cuentas del infierno vivido. Se enjabonaba mientras el agua le limpiaba, mientras relajaba su cuerpo. Era placentero estar así, miró hacia el techo... hacia tanto que no estaba en su hogar.

Al levantarse acomodó su pelo y tomando la toalla empezó a secarse. Luego, vistiendo un pantalón se llenó la cara de crema de afeitar y tomando la navaja comenzó la operación. La hoja cortaba al ras el vello de su cara que caía en el lavabo, mezclada con la espuma.

Unos minutos después, la cara que recordaba como suya apareció en el espejo. Era él, definitivamente, de nuevo era él. Atando sus cabellos, cubrió su torso con una camisa y un sweater y salió del baño. En el pasillo se cruzó con alguien que no esperaba allí... esos ojos verdes que tanta culpa le traían.

La hija de ese político corrupto le miraba algo azorada. Ese hombre lleno de cicatrices no podía ser aquel joven amable que hace tiempo le mostrara el instituto en el que ahora cursaba. Pero mas le inquietó el verlo arrodillarse ante ella y con voz calmada pedirle perdón.

- ¿Por qué razón me lo pides?- Preguntó ella.

- Yo fui quien asesinó a tu padre. Hace un poco más de un año, me asignaron la misión de liquidarlo. Fui hasta tu casa, toqué a tu puerta y tú me abriste, luego al estar a solas con tu padre, lo maté- Respondió él.

- El asesino de mi padre fue un hombre de otras facciones. Vi su cara, por eso lo sé- Dijo la chica.

- Usé una mascara facial especial, por eso piensas que era otra persona. Pero a tu padre lo maté con mi espada. Nada pudo hacer ante mi corte ascendente. Luego del ataque huimos del country- Explicó Leonardo.

- Esta bien, ya ha pasado todo. Te perdono, no es necesario que te humilles ante mí- Dijo la chica.

- Gracias, mil gracias- Dijo él, mientras lloraba amargamente.

- Tienes un buen corazón, demasiado bueno como para ser asesino- Le dijo ella, mientras le daba un beso en la cabeza.

Leonardo se quedó dubitativo, no era posible que ella le perdonara. Pero al fin y al cabo la realidad se mostraba así. Se sintió aliviado al ser perdonado, la chica lo miraba con fijeza, algo la volvía loca por ese hombre. Ese abrazó repentino lo sorprendió, esa tibieza y suavidad eran muy diferente a lo que sintió durante todo ese año.

Muy diferente al calor de su hermana o su madre, quería seguir de esa manera. Lo deseaba, pero ahora sentía repulsión por su cuerpo. Ya no era el bello cuerpo de un joven amable, sino uno lleno de cicatrices que le recorrían por completo. Con temor rodeó el cuerpo de la chica que le besó, oprimiendo sus pechos contra el de ese varón.

Este se quedó anonadado, hacia mucho no sentía el cuerpo de una mujer. Su madre subía las escaleras, el sonido de sus pisadas alerto al muchacho que le susurro a Marisa:

- Esta noche, te espero en mi habitación a la medianoche.

- Ahí estaré- Dijo la chica, mientras se metía en el baño.

El hombre se paró y se dirigió hacia su cuarto, su madre se metió en la habitación para arreglar su cama. Cuando cerraba la puerta de su habitación, pudo sentir una presencia en su habitación. Al darse vuelta, lo que vio le dejó petrificado; ahí parada ante el...

- Ha pasado el tiempo pactado, ha llegado la hora; Leonardo- Le decía esa voz tan conocida como temida.

- Sabía que este momento llegaría, lo he estado temiendo desde el día en que me lo dijiste. Pensé muchísimas cosas que decirte, pero de momento no me sale ninguna- Dijo el.

La mujer se dio vuelta a mirarle, el pelo negro había crecido en todo ese tiempo, lo mismo que ella. Pero sin embargo, su mirada seguía siendo la misma. Tan transparente y blanca como la primera vez que le vio. Se le notaba con lastima, no deseaba terminar con él.

- No es necesario que digas nada, Leonardo. Tu destino ya esta trazado, no puedes retrasarlo. Pero, esta bien; has salido del infierno hoy mismo. Descansa y recupera fuerzas, las necesitaras- Le dijo ella.

- ¿Me mataras, Mihayla?- Preguntó él.

- Ya te lo dije antes, eso depende de ti. En unas horas, nos encontraremos y entonces llegara la solución para tu agobio- Le dijo la mujer.

Sin más, se desvaneció del cuarto del muchacho con un fuerte viento. Leonardo se quedó quieto, esa gota de sudor frío recorrió el costado de su rostro. Esa presencia mortal lo podía paralizar, pero... que demonios; esa mujer se había vuelto bellísima en su ausencia.

Se acostó en la cama, mirando al techo evitaba cerrar los ojos. No quería hacerlo, deseaba no ser capaz. Cada vez que cerraba sus párpados, las imágenes volvían a él en flashes. Criaturas, quimeras moldeadas por la locura insana de un hombre con un solo propósito que le rodeaban. Monstruosidades más allá de toda imaginación le atacaban, intentando llevarse la vida de ese extraño en el proceso.

Sangre y vísceras que saltaban y se desparramaban a cada corte, sangre, hedor y muerte en ese hoyo. Y en su centro, un solo hombre cubierto de sangre y cicatrices... sangrando, peleando por su vida. Aguantándolo todo, luchando por conservar su existencia en lugar de entregarse

Sobreviviendo, helado del terror y el cansancio. Dormir profundamente era imposible, la muerte podía llegar en cualquier momento para envolverlo en sus garras. Cada sombra escondía un enemigo, cada centímetro de ese lugar despedía intención de matar... todo olía y respiraba muerte.

Sin poder salir, sin poder huir, sin descansar. Solo aguantar y esperar hacerlo hasta el final. Nadie estuvo para ayudarle, ni una palabra de aliento oyó en todo ese año. Ni siquiera de la luz del día pudo disfrutar. Sin darse cuenta había cerrado sus ojos, cuando volvió a abrirlos, se levantó y bajando las escaleras salió a pasear un poco.

Caminaba entre la gente, pocos notaban las marcas que buscaba ocultar. Pero si le miraban a la cara, podían notar las cicatrices que le marcaban. Algo avergonzado caminaba, mientras ocultaba su rostro. Así, sin mirar por donde iba, se chocó con alguien. Al levantar la mirada, pudo ver a Marisa con el uniforme del instituto en el que cursaba.

Las miradas se cruzaron por un instante que pareció hacerse eterno. Las compañeras de ella le empujaban, queriéndola llevar consigo. Ella no se movía, sin embargo sonreía... las amigas le miraban sin comprender y su asombro llegó aún mas alto al oírle decir que les alcanzaría luego.

Marisa se aferró al brazo de Leonardo, sorprendiéndole con la acción. Este le dedicó una mirada incrédula. La chica sonrió y le tironeo del brazo, él solo le dijo:

- Espero no te arrepientas luego.

La mano de ella le apretó con fuerza, ante esto Leonardo comenzó a caminar hacia la estación de trenes. Bajaron los escalones, parecían apurados porque en verdad lo estaban. Marisa parecía desearlo desde hacia tiempo... Leonardo parecía no tener la misma perspectiva.

Pasaron entre la gente, él la llevaba de la mano. Se metieron en un andén abandonado y amparándose entre las sombras, Leo la arrinconó contra una columna y allí comenzó. La mirada de ella se lo suplicaba y no podía dejar de darle el gusto.

Las manos de él tomaron a la chica de la cintura, mientras sus labios se fundían. Las bocas se unían con frenesí, al separarse unos segundos un hilito de saliva les unía. Volvieron a besarse, mientras Leonardo le levantaba el pulóver y la polera. Marisa hacia lo propio con el saco de él y la remera.

Caricias que con el frío se sentían más, caricias que iban dando calor. Manos que recorrían cada palmo de sus contornos, junto a besos que les caldeaban. La excitación crecía, lo mismo que la erección del muchacho. Las pelvis de ambos se hallaban cada vez mas juntas y fue natural que ella sintiera esa erección justo frente a su chochito.

Los pezones de la muchacha se estaban erigiendo con las caricias y pellizcos. Pero el primer gemido importante lo dio al sentir los dos dedos de él hurgar dentro de sus braguitas. El sentir como se paseaban por sus labios externos le volvía loca. Leonardo se percató de ello al ver como se mordía los labios. No quería hacerla esperar más por eso, mientras ella se subía la falda; él liberaba su polla del pantalón.

Ella la miró con atención, le pareció muy gruesa. Pero no dijo nada, solo asintió ante el joven que lentamente comenzó a introducirle su miembro. El primer grito fue acallado por un beso furtivo. La siguiente embestida la conmovió más, por lo que sus labios presionaron más fuerte los de él.

Las manos de él tomaron las de Marisa, poniéndolas hacia los costados. Los envites seguían, cada vez mas fuertes, pero manteniendo un ritmo que no decaía. Los pechos de la muchacha acompañaban el movimiento ascendente y descendente. Sus caderas se movían por el movimiento que él imprimía.

Al separar sus labios de los de ella un rió de gemidos se liberó. A los que Leonardo correspondía con jadeos. Las manos de él ejercieron aún más fuerza y lentamente fue levantándola, mientras aumentaba el vaivén. Cuando la soltó, sus manos se atenazaron a las nalgas de la chica que gritó confundida un momento.

Pero el contacto era mayor y ante las embestidas se dejó llevar. Sus brazos pasaron por el cuello del joven que le bombeaba contra la columna. Este ya sudaba, pero la excitación no lo abandonaba. Parecía que los corazones de ambos estaban por salirse de sus pechos. El vigor de Leonardo terminó por largar todo lo que había estado juntando en ese lapso de celibato forzado.

Su semen inundó la cueva de esa jovencita que gimió para volver a besarle, mientras las convulsiones de su cuerpito delicioso indicaban que alcanzaba el orgasmo. Al separarse, el muchacho se dejó caer al suelo. Le temblaban las piernas, la chica se acomodó la ropa y tirandose sobre él le confió:

- Deseaba que este momento llegara. Cuando desapareciste casi muero al no saber de ti... espere tu regreso todo este tiempo. Gracias, amor.

- Las gracias te las tengo que dar yo, hace mucho tiempo que no tenía sexo. En verdad fue grandioso... me gustaría que se repita, pero pronto moriré. Dijo él.

Ante esa afirmación, la chica palideció. No terminaba de creer que el hombre del que estaba enamorada fuera a morir. No podía concebirlo y sentándose junto a él le preguntó:

- ¿Puedes contármelo?

- No, es un peso que debo cargar solo. No deseo que nadie más quede envuelto en esto. La muerte me acompaña y lo mismo espera a quienes me rodeen de ahora en mas. Dijo él, mientras rompía en un amargo llanto.

- Pero, ¿es que no me quieres? ¿Es que no soy buena para ti?. Preguntó ella con una tristeza que aumentaba.

Él la miró por unos momentos, no quería que ella sufriera más. Y pidiéndole que se acercara le contó todo lo que le había ocurrido desde el principio. Como ese objeto demoníaco trastornó su vida, hundiéndole en un infierno del que ya no podía salir.

Evitó comentarle sobre la existencia de Mihayla, no deseaba celos ni escenas. Así que, tergiverso esa parte. La joven cayó al suelo, mirándole al borde del llanto. Ahora que le había podido mostrar cuanto le quería... su amor le confiaba ese secreto. Que broma mas cruel le gastaba el destino.

Leonardo se levantó y le dio un beso en la frente a la chica que le miró desconsolada, él solo se limitó a sonreír. Dándole la espalda comenzó a caminar, a esa pequeña también la había destrozado. Salió de la estación de trenes y comenzó a caminar sin rumbo... tenía que pensar, aunque mas que nada se estaba dejando llevar.

viernes, 9 de octubre de 2009

Capitulo 11: Premonición y Perdición.

Cuatro lunas faltaban para que Mihayla viniera por él. Desde esa noche en que aniquiló al superintendente de la policía no volvió a tocar la espada. Leonardo sentía repulsión de si mismo. En las noticias, la masacre del cuartel general de policía estaba en boca de todos. Andaban avispados buscando pistas que les acercaran al autor de semejante atrocidad, 20 muertos incluido el Sr. Romualdo Rivas, Superintendente de la fuerza policial.

No había quedado una sola huella, del arma homicida podía decirse mucho pero todo era confuso. Nada les acercaba al sospechoso, muchos policías fueron interrogados pero nadie conocía al autor del crimen. Poco podían imaginarse que el asesino despiadado era un muchacho común y corriente.

Muchos barajaban la hipótesis de un grupo de yonquis pasados de drogas; pero esta rápidamente perdió fuerza. A cada nueva hipótesis le faltaba algo, una pieza molestaba en el acertijo.

Leonardo se duchaba en su casa, sumergido en la tina pensaba en lo acontecido. Estaba confundido. Por un lado se sentía bien de haber acabado con ese tipo tan inhumano que lo usó para asesinar en su lugar. Pero, también se culpaba por volver a caer en lo mismo.

Nuevamente había asesinado, otra vez empuñó esa espada maldita. Nunca mejor dicho para un objeto que posee una sed de sangre permanente. Se le hacía imposible cerrar los ojos por más de un minuto, todas esas imágenes repugnantes venían a él. No estaba en su casa ni en su ciudad... eso era el infierno.

Las almas en pena, horribles, monstruosas se arrastraban hacia él. Las cuencas vacías de sus ojos lo mismo que sus manos y piel ajada, carcomida y putrefacta se acercaban mas y mas al muchacho. Todos querían lo mismo: su alma, un compañero más para compartir su pena y furia. Entre ellos solo uno se mantenía digno, este permanecía sentado mientras sus pupilas ambarinas estudiaban al joven. Este hablaba cada tanto con el muchacho.

Si, esa aparición le hablaba pidiéndole libertad... buscaba redención. De entre todos era su igual. Leonardo lloraba y quería desaparecerse, pero esa idea también lo aterrorizaba. El perder su vida, una vida manchada de sangre inocente. Una existencia condenada por la violencia.

Se paró y abandonó la tina, secó su cuerpo y vistiéndose salió de su hogar. Micaela quiso saludarle, pero él no la vio. Estaba solo en una lucha que no la concernía, llevaba con dolor un peso que no compartiría con nadie. Se dominaría como fuera, pero no volvería a caer en las redes de esa espada.

El día transcurrió tranquilo, el alumno normal y hermano actuó como de costumbre... incluso tuvo tiempo para chacotear con sus amigos. Al tomar su estuche de guitarra podía sentir que volvían a llamarle. Caminaba por la calle con esa funda que parecía pesarle como cien.

Una muchacha de cabellos largos y oscuros como la noche pasó a su lado. Olía a sangre y muerte, sus pasos eran gráciles y delicados. La mirada parecía perdida, pero al tiempo daba la impresión de que podía verlo todo... incluso dentro de él. Era como un dios, pero en forma de preciosidad.

La falda oscura acentuaba sus caderas y esos muslos graníticos. El saquillo de cuero azul oscuro con las solapas levantadas ocultaba parte de su rostro. La prenda no terminaba de cubrirle la totalidad de la espalda, dejando ver una remera rayada.

Esta se detuvo al pasar junto a él, le vio pasar agobiado por algo terrible. Pero no podía ayudarle, ella también era asesina. De esas cosas solo se ocupan la vida y algunos que deciden volverse vengadores. Ella lo sabía bien, muchos la perseguían y deseaban liquidarle.

Ambos se detuvieron, ocho personas aparecieron ante ellos... el muchacho había quedado en medio del conflicto. Los sujetos no dijeron nada, como la muerte no anuncia su llegada ni dice lo que siente. Desenfundaron sus armas y dispararon, El estuche del muchacho quedó agujereado por todos lados. Leonardo cayó al suelo herido.

Pero la muchacha no tenía un rasguño, las cabezas de plomo caían al suelo. Los cabellos negros se detenían dejando a la vista esas armas tan extrañas. Unas púas de metal unidas por guanteletes de acero eran el arma de esta joven. Su semblante ya no estaba relajado.

Se veía excitada por el ataque y el riesgo, desde su lugar Leonardo la vio atacar salvajemente a los sujetos. Estos caían en una explosión de sangre, sus gargantas y caras eran desgarradas en los ataques. Cualquier parte a la que llegara esa fiera era destrozada como nada. No importaba si querían defenderse, eran impotentes ante sus garras. El espectáculo no duró mucho; un disparo de alta velocidad llegó de lleno al cráneo de la chica que cayó al suelo ya sin vida.

Esto impactó mucho más que cualquier disparo a Leonardo, era como ver su propio futuro. El cuerpo de la joven quedó tendido en el suelo, como un títere sin cuerdas que le muevan. Un grupo se acercó al cuerpo, estos se quitaron los pasamontañas y las cabezas cuasi deformadas horrorizaron al muchacho.

Estos le restaron importancia y mientras arrancaban las ropas del cuerpo de la mujer uno de ellos vociferaba:

- Al fin, podremos tomar a esta desgraciada. Finalmente, aunque no pueda pagarlo en vida, aún muerta tomaremos su cuerpo. Vamos chicos.

Los hombres babeaban y llevándola al callejón como una muñeca, cada uno de ellos la penetró. La cabalgaron de mil maneras, regándola de semen. Usándola como un despojo que calmaba su ira y desprecio. Desgarraron sus orificios, la golpearon y cuando ya se sintieron satisfechos la dejaron abandonada.

Leonardo se quedó en el callejón junto a su estuche, no podía siquiera moverse. Las dos heridas producidas por los disparos sangraban y dolían. La sangre manaba lentamente de los dos profundos orificios. Se estaba desvaneciendo, atinó a sacar con su mano libre la espada del estuche y luego todo se puso blanco.

Cuando volvió a abrir sus ojos, unas personas lo estaban atendiendo. No era un hospital, no había paredes blancas ni enfermeras. Ni siquiera la asepsia precisa y necesaria para atender a los pacientes. Un hombrecito estaba sacándole las balas, las pinzas sacaron el primer fragmento de plomo. Se sonrió al ver que el paciente estaba vivo.

Los ojos del hombrecito, enfundados en sus lentes lo miraban divertido; una silueta estaba parada en un rincón del lugar. El muchacho no podía distinguirla bien, además el dolor lacerante de esa pinza revolviendo su carne desvió su atención.

El dolor lo obligó a desvanecerse, le pareció oír risas de fondo pero no pudo ver... al despertar se hallaba en una habitación, estaba en una litera. En el cuarto solo había un escritorio y dos sillas. Un jarrón con flores le puso un poco de color a la parquedad del cuarto.

El sonido de la puerta abrirse lo hizo volver a cerrar los ojos. Podía oír los pasos de alguien acercarse. Pudo oír risas y una voz aflautada le dijo:

- Vamos chico, abre los ojos. Nada de trucos por favor, no voy a hacerte daño.

El joven abrió los ojos, el horror se dibujó en su rostro al ver a su interlocutor. La faz de ese hombre parecía la de un demonio. Los ojos de ese sujeto estaban blancos, el tamaño de sus cuencas difería enormemente entre ellos. Los pómulos parecían haber sido arrancados, los labios achicharrados por las quemaduras dejaban ver los dientes del ¿hombre?

Este comenzó a reír jocosamente, conocía muy bien su apariencia. Luego, acercando su mano cadavérica al muchacho le dijo:

- He sanado tus heridas, haz llegado justo a tiempo a mi laboratorio. Eres una persona afortunada, Aram murió a manos de esos sicarios... pero me ha dejado un bonito regalo... tú y yo vamos a divertirnos mucho.

El joven sudaba, sin saberlo había caído en manos de un loco y bastante horrible por cierto. Leonardo estaba cansado de todo, harto de ser un títere... fatigado de matar y sufrir por ello. Su puño se crispó y lanzó un golpe... pero fue en ese momento que alguien más apareció. No podía ser posible, él le había visto morir por ese disparo... no podía ser esa mujer.

Aram estaba parada ante él, deteniendo su puño. La respiración de ella se notaba muy fría. No había emoción en su mirada ni calor en su tacto. Estaba muerta, pero viva a la vez. No podía explicar de otra forma que todavía tuviera la facultad de moverse por si misma. Los cabellos negros seguían manteniendo su esencia, ella sonrió y dejó libre el puño del confundido agresor. Este se quedó pensativo al verla y no fue hasta que el deforme sujeto explicó:

- A ella también la pude traer, pero aunque no pude salvarle... logré reemplazar su masa encefálica por un cerebro mecánico de mi invención. Aún esta en etapa experimental, pero al menos sus potencialidades de asesina se mantienen intactas.

- Eres un monstruo, maldito- Dijo el joven con furia.

- Claro que soy un monstruo, lo mismo que tu... solo que aún conservas apariencia humana. No te mataré, solo te volverás un títere que se moverá a mi voluntad- respondió el hombrecito.

Lo mejor era colaborar, así lo pensó el joven... pero en cuanto tuviera una posibilidad mataría al hombrecito. Buscó su espada con la vista; la halló sobre un estante colocada sobre un armero ricamente adornado. El sujeto lo miró divertido y restándole importancia le dejó tomar la espada. Ahí pudo ver de primera mano como el joven cambiaba su expresión, volviéndose maligno. El cambio era gigante, no habían dudas... sin embargo cuando decidió atacar al sujeto una fuerte descarga envolvió su cuerpo. Los espasmos y convulsiones cada vez más violentos le disuadieron de matar.

Al caer al suelo medio muerto, el hombrecito se quedó maravillado. Había resistido más que la media ante la electricidad. Al acercarse, pudo ver con horror como el sujeto se levantaba y de un corte le amputaba el brazo. El personaje comenzó a gritar por el lacerante dolor. Aram apareció para combatirle con sus garras de hierro, pero no era rival para esa espada maldita que dominando ese cuerpo la cortó como si fuera de papel.

La sonrisa maléfica, a pesar de las descargas se dibujaba claramente en el rostro de Leonardo. Con su brazo armado cortó el otro brazo del hombrecito y tomando ambas extremidades sangrantes le dijo con sorna:

- Pequeña basura, tu no puedes dominarme. Nadie puede darme lo que necesito, quienes intentan tomar un poder mayor a ellos... mueren. Nos vemos en el infierno, pequeño monstruo.

Un grito se cortó de repente y la criatura murió ahogada en un charco de su propia sangre. La espada se volvió a agitar un momento mas, la sangre que ensuciaba la hoja salió despedida hacia el rostro desencajado del cadáver. Con esfuerzo se quitó las pulseras metálicas que producían las descargas y luego comenzó a caminar hacia fuera.

martes, 6 de octubre de 2009

Capitulo 10: Mente Criminal

Cuando despertó, lo primero que vio fue el rostro dormido de Mihayla... la cabeza de él se encontraba sobre las rodillas de ella. Con cuidado se deslizó hasta salir de la inusitada prisión. La voz de la chica resonó en el cuarto:

- He decidido llevarme la espada. Veo que solo te trae sufrimientos y que no puedes dominarla. Si la dejo contigo, morirás.

- Esta arma llegó a mí, no puedo dejar que te la lleves. Quiero controlarla, y en todo caso... si debo morir, prefiero hacerlo en tus manos- Respondió él embelesado.

- ¿Prefieres morir?- Preguntó ella mirándolo fríamente.

- Aún no... la vida es tan linda- Respondió Leonardo

- Es algo típico, cuando te vez rodeado huyes- Dijo ella.

- Es natural ¿no?- Respondió él.

- Claro que si, pero no es lo mejor- Afirmó ella.

- Entonces, te quedan solo seis lunas... luego iré a por ti- Dijo ella, mientras le entregaba la espada.

Leonardo reverenció a la joven y salió por la rustica puerta. Mientras la dama de marfil volvía a cerrar sus ojos. Aferró con la mano esa espada, tenía que huir de allí... por eso volvió a disfrazarse.

Vestido como un vagabundo huyó de Orense... tenía que volver a donde comenzó todo en busca de alguna pista. Ya todo iba cuesta abajo... él no era así, ¿Como pudo llegar a este punto? ¿Como pudo permitirse caer tan bajo? Las vibraciones de su celular lo sacaron de las reflexiones. Al atender, una voz conocida sonó por el auricular...

- ¿Leo, como la estas pasando?

- Eloisa, estoy volviendo pero no tengo como llegar. ¿Puedes venir por mi?- Pidió el joven.

- Claro, dime tu locación- Dijo su amiga.

- Kilómetro 34 Ruta 5. Esperare por ti- Respondió él.

- Ya salgo para allá, dame dos horas- Pidió la joven.

- Gracias.

Dos horas mas tarde, un auto aparecía... un individuo esperaba bajo un árbol, protegido del sol calcinante. La puerta del acompañante se abrió y unas piernas conocidas fueron lo primero que vio. Eloisa le sonrió, mientras lo invitaba a subir al auto, el hombre subió sudoroso y se acomodó en la butaca.

- ¿Como has estado?- Preguntó ella.

- No muy bien, mis dos amigos han muerto recientemente- Respondió él.

- Entiendo, has quedado implicado. Volvamos a la ciudad- Dijo ella con una sonrisa.

- ¿Alguna misión?- Preguntó él.

- Nada, al menos por esta noche. Ni que lo hubieras planeado- Respondió Eloisa.

- No se porque no me sorprende- Dijo Leonardo con pesar.

- Vamos, que hay mucho que hacer- Le dijo ella, mientras le daba una palmotada en el hombro.

- Gracias por tus palabras, me hacían falta- Dijo él.

- Cuando quieras, bebe- Dijo la mujer, mientras le robaba un beso.

Unas horas mas tarde, llegaban a la ciudad. Ella suspiro y miró al muchacho, detuvo el auto cerca de su casa y deteniendo el motor lo miró fijo a los ojos... luego habló:

- La espada que portas esta maldita ¿no es cierto?, deja de cargar con este peso... olvídalo todo. No tienes porque seguir sufriendo.

- ¿Cómo lo sabes?- Inquirió él.

- Investigue, por eso lo sé- Le dijo ella con sencillez.

- Entonces también sabes que me fui para controlar este instrumento. Ahí descubrí que al tomar esta arma firmé mi sentencia de muerte. Tengo seis lunas para dominar esta situación, caso contrario moriré- Dijo él.

- Eso... no lo sabía- Dijo la mujer, poniendo los ojos redondos como platos.

- Bien, ya no tengo nada que perder- Dijo él, mientras sonreía.

- ¿Que vas a hacer?- Preguntó Eloisa.

- Volver a mi casa a aclarar mi mente. Gracias por traerme, amorcito- Dijo él, mientras le robaba un beso.

La mujer quedó asombrada dentro del auto, Leonardo había cambiado mucho desde la última vez que se vieron. A pesar de cargar con algo tan cruel se lo notaba muy tranquilo, tal vez demasiado.

Leonardo llegó a su casa y se encerró en su habitación. Sentía fiebre, su turbada mente apenas podía contenerle. Se revolvía en su cama... toda esas muertes venían ahora a reclamarle de golpe. En su mente montañas de cadáveres y cuerpos le servían de basamento... allí se encontraba parado.

Solo entre tanta muerte, sin nadie a quien llorar o trasmitirle su dolor y desesperación... deliraba. De esos cuerpos fueron levantándose voces, culpándolo: ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO.

Comenzó a gritar, se estaba desquiciando... se sentía caer profundo sin llegar al fondo, sentía en carne propia el sufrimiento de sus victimas. Deseaba morir, acabar con su sufrimiento; ponerle fin a esa agonía. La voz de Mihayla lo sacó de esas alucinaciones, la firmeza de ella pudo más que el sufrimiento.

- No dejes que el deseo de poder te domine, sino morirás.

Se despertó sobresaltado, estaba completamente transpirado y turbado. Se fue al baño a ducharse. Necesitaba relajarse y aclarar su cabeza... que haría, todo era por los asesinatos que había realizado. ¿Que podía hacer?... de pronto la solución apareció: atacar al que le daba las misiones.

Sin perder tiempo tomó los casetes de video y comenzó a analizarlos con detenimiento. Cada sonido, cada gesto cada haz de luz... pero le resultó infructuoso. Luego de horas no podía encontrar una sola pista pero en un momento su mente cansada se fijó en algo... ese botón. Se acercó más a verlo y ahí descubrió la verdad. Era un policía, eso era seguro.

¿Pero quien podría ser?, luego de evaluar la situación y meditarlo cayó en la cuenta que no se trataba de otro mas que del superintendente de la fuerza. Los días pasaron, se sentía nervioso con respecto a que medida tomar. Pero no fue hasta una semana después de cavilaciones que lo decidió: Ya tenía suficiente información, podía y debía matarlo.

Tomó su celular y llamó a Eloisa, le comentó lo que pasaba. Quedaron en encontrarse en la casa de ella. En media hora Leonardo se hallaba a la puerta de su compañera.
Cuando esta le abrió, lo metió adentro rápidamente y haciéndole pasar le invitó a sentarse. Ella estaba muy seria y con la misma seriedad le dijo:

- Haz descubierto algo muy peligroso. ¿Qué piensas hacer?

- Acabar con el que me llevó a esto, por supuesto- Dijo él convencido.

- ¿Deseas que te acompañe?- Preguntó ella.

- No, quiero ver que puede mostrarme ese sujeto- Respondió el muchacho.

- Cuídate mucho, esperare por ti- Dijo ella.

- Pero antes, quiero despejarme un poco. Dijo el muchacho mientras le robaba un
- beso.

- Claro, Eso mismo quiero yo. Dijo la mujer mientras se quitaba la blusa.

Las curvas de ella salieron a la luz dejando que su cuidada piel se iluminara con la luz tenue de la habitación. Las bocas de los amantes se encontraron fundiéndose en un beso interminable. Sus manos se encontraron en un fuerte apretón que los llevo a acariciarse con febrilidad.

El pene del muchacho ya estaba totalmente erecto, el contacto con esa mujer lo excitaba sobremanera. Ella no se pudo contener más tiempo y ayudada por Leonardo se hincó esa tranca en su cueva. La dureza de esa herramienta no decaía ante el calor de la almeja de Eloisa.

Comenzaron a moverse, ella hacia delante y atrás cabalgando sobre las caderas de él que sentado en el sillón aguantaba con placer los movimientos de la chica. Ella se arqueaba para sentir mejor la polla de ese hombre. Este no dejaba de acompasar el movimiento de la mujer. Cerró los ojos, estaba disfrutando a pleno con Eloisa.

La mano de ella tanteó algo en la mesa, tomando la daga que siempre tenia allí aprovechó la ocasión para matarle. Había llegado muy lejos ese muchacho, tanto como para descubrir a quien les manejaba desde las sombras. Alguien como ese hombre no podía ser descubierto y ejecutado así como así.

Debía impedirlo, Leonardo ahora sabía demasiado... el acero cayó sobre el joven, un poco de sangre brotó de la mano del muchacho al detener la hoja. La miró con compasión por unos momentos, Eloisa había fracasado en su intento. El golpe sonó seco y contundente, la chica cayó sobre el joven mientras las carótidas ya comprimidas por el golpe le cortaban el aire.

La muerte por asfixia es una de las más dolorosas y desesperantes, la victima se contorsiona por la falta de aire hasta que su sistema motor no recibe más aire y se detiene por completo. El cuerpo de la mujer quedó tendido encima de él, los estertores finales del cuerpo de ella lo habían hecho acabar. Leonardo se levantó, dejando caer el cuerpo de la mujer. Sobre la alfombra se regaba esa belleza, como si ya supiera donde estaban esos papeles se metió en la habitación de su amante.

Allí, escondidos bajo el colchón se hallaban los últimos datos que necesitaba para encontrar al responsable de sus acciones pasadas. Esa misma noche se dirigió a la central policial, tomó a uno de los guardias y con la espada lo mató silenciosamente.

La sonrisa se ocultó por unos segundos, mientras tomaba las ropas del recién aniquilado. Ya disfrazado ocultó el arma dentro de la ropa, dejando un poco de vaina sobresalir por la espalda del uniforme. Llegó hasta el ascensor, subió al último piso... según los datos que había podido recoger ese sujeto se hallaba en el último piso. Al llegar el ascensor ráfagas de metralla atravesaron el metal de las puertas. Al abrirse el ascensor no había nadie allí.

Los policías se miraron como estúpidos, ¿La información que les habían proveído era incorrecta? Nada de eso, simplemente no pudieron saber en que momento o como ese sujeto apareció detrás de ellos. Cuando giraron sus cabezas para mirarle, no podían creerlo.

Les estaba dando la espalda, la postura baja y el brazo recogido... el acero describió un arco al tiempo que las cabezas de los trajeados salían cercenadas de sus cuerpos. El escritorio vino hacia él impulsado por una patada. Un corte descendente y este quedó partido en dos. Un hombre imponente se hallaba ante él, por sus ropas se trataba de quien había andado buscando. Este sujeto tenía una mirada atemorizante, la furia contenida brillaba en sus ojos. La sonrisa era tan maléfica como la de él pero sus cabellos rubios recogidos en una cola le diferenciaban.

Los rasgos duros de su rostro dejaban claro de que no era un pelele, se sentó sobre el escritorio y haciéndole una seña al intruso este se sentó. Luego, mientras se arremangaba la camisa habló:

- Siempre supe que este momento llegaría. Te usé como asesino sin que supieras mi identidad. No dejé muchas pistas para ello, reconozco que obraste con sagacidad... pocos son tan detallistas. La espada que empuñas es una creación de la secta Shingon, si te fijas con detenimiento veras un dragón grabado en el reverso de la hoja. Ya te haz dado cuenta de su maldición, la misma que me ha envuelto a mí. Pero como no soy egoísta, decidí dejarla correr para que otros se hundan en lo mismo que yo.

- Por esa razón la espada llegó hasta mis manos ¿no? ¿Cuantos se han hundido en esto?- Preguntó el hombre de cabellos oscuros mientras estudiaba a su rival.

- Muchos, tengo documentado que mas de treinta sujetos han caído en las redes de esa Muramasa. Habló, claro esta de los que manejé yo- Dijo el sujeto sonriendo.

- ¿Por que yo?- Preguntó el joven.

- ¿Por que no?- Respondió el rubio tomándole el pelo.

- Mi vida ha ido cuesta abajo desde el momento en que esta arma llegó a mí- Dijo el joven con rabia.

- Entiendo, pero tú hiciste las elecciones. Claro que... por otro lado no tenías alternativa. Tus seres queridos lo pagarían. Tú mataste a los blancos que te designe, usaste ese instrumento de muerte. Te dejaste cegar por su poder, tal como a mi me pasó- Dijo el Superintendente del departamento de Policía.

- Pero, pareces normal. Por lo que he sabido, esta arma te mata- Dijo el muchacho.

- ¿Y tú crees que estoy vivo? Soy solo un títere, mi alma fue devorada por ese pedazo de acero que llevas junto a ti. Nada más me queda este cuerpo inservible. Pero no puedo dejarme morir por alguien como tu- Dijo el hombre.

- Lo siento, pero morirás aunque no quieras. Siente el horror que hiciste sentir a otros- Dijo el muchacho mientras comenzaba a sonreír de nuevo.

El rubio sonrió al oír esa frase, el tiempo para la charla había pasado. Las cosas debían zanjarse a la antigua. El joven se levantó de la silla y lanzándose al ataque desenvainó. El rubio evadió el primer ataque e intentó darle un puñetazo, pero aunque el joven no vio el ataque la hoja respondió cortándole el antebrazo.

El jerárquico comenzó a reír al verse con ese muñón sangrante. No le importaba el dolor ni la perdida de sangre, es mas... disfrutaba morir al fin bajo su propio monstruo. Este no esperó mucho y de un corte le partió el hombro junto con cinco costillas. El sujeto cayó al suelo desangrándose, pero el dolor no terminaba... Leonardo tampoco ya que le ensartó la punta de la espada en la garganta, mientras movía la hoja iba destrozándole las cuerdas vocales. Cuando notó que la victima no se movía fue entonces que retiró el arma y sacudiendo la hoja envainó.

Finalmente la mente criminal había muerto. Pero el mal no estaba erradicado, caminando por la calle, un joven de cabellos oscuros portando un estuche de guitarra caminaba en silencio. Se sabía condenado a morir como los otros, condenado a volverse un títere como ese sujeto. Sin embargo, había esperanza para él.