lunes, 12 de octubre de 2009

Capitulo12: Infierno y Regreso

Una voz le detuvo, las carcajadas sonaban por todo el cuarto. El hombrecito reía en algún lugar y vivo... muy vivo aún. El sujeto quedó expectante, con su arma esperaba el momento para atacar. Los objetos comenzaron a moverse solos hacía el joven que los destrozó a sablazos. Entre las maderas que volaban pudo ver venir hacia él un enemigo extraño.

Este ser con apariencia grotesca le sonrió, mostrándole largas filas de dientes múltiples... este buscó morderlo, pero no lograba hacer blanco. La espada no vaciló un segundo, el corte cercenó los ojos de la criatura. Esta gritó de una forma aterradora, mientras con sus garras atacaba a diestra y siniestra.

Tras él, una multitud de seres mitad humanos, mitad alguna mezcla de vaya a saber que; se lanzaron al ataque. Los ojos negros se abrieron repentinamente y la sonrisa dio paso a un gesto de seriedad. Mientras saltaba hacía atrás, describiendo un arco con el sable. No hubo tiempo para reaccionar, lo tomaron por detrás unas garras que se afirmaron en sus hombros.

Con la cabeza golpeó el deforme mentón de su captor, para luego amputarle los antebrazos y ponerse en guardia ante esa veintena de seres horribles. Las formas dantescas le atacaban, profiriendo gritos desgarradores. La sangre volvió a cobrar protagonismo al destazar a esas criaturas. Pero antes de que pudiera tranquilizarse, más seres fueron apareciendo...
.........
El tiempo pasa para todos, fuera de ese lugar enfermo de muerte. La vida continuaba con la misma monotonía de siempre. Salvo para dos mujeres que ahora se hallan solas, el único hombre de la casa había desaparecido sin dejar rastros. Lo lloraron durante un mes, pero aún haciendo la denuncia en la policía no había resultados.

Nada ocurría y ya estaba pasándose el año desde que Leonardo había desaparecido. Los ánimos no eran los mejores y ya se hallaban hartas de tanto llorar. Seguían con sus vidas como podían, pero no era lo mismo. Les faltaba alguien querido y no había quien pudiera remediarlo. Por la calle cuando caminaban, les parecía verlo como antes, caminando con sus cosas... yendo a cursar su carrera. El tiempo pasa, pero volvamos a nuestro protagonista, luego de este hiato.
.........

En algún lugar subterráneo, en una cueva llena de cadáveres... infestada de vísceras, intestinos y extremidades cortadas se halla una persona acuclillada contra un pilar rocoso. Las heridas se contaban por miles, muchas ya cicatrizadas y otras cubiertas de improvisados vendajes.

Entre sus manos una espada envainada esperaba a por amenazas. El sujeto parecía dormir ya que sus ojos se hallaban cerrados. Los cabellos largos, negros y enmarañados brotaban de su cabeza. La barba y el bigote habían crecido sin un control en todo ese año. Las manos llenas de cortes y callos sostenían la espada en forma vertical.

Unos harapos que apenas le servían para cubrirse era toda la ropa que le quedaba. Una puerta interna se abrió, no quedaba absolutamente nada... ni un solo rival más para enfrentarle. Un hombre apareció, con sus lentes miraba el enorme tendal sanguinolento y pútrido. Sonrió al ver a ese sujeto vivo, de su cuerpo comenzó a salir un aura maligna terrorífica. El rostro se demudó, volviéndose monstruoso y varias cosas mas. Como un tigre cebado, babeante ante su victima, le rodeó por unos instantes y luego....

Se lanzó sobre el muchacho en un violento ataque, pero la mirada repentina del que dormía lo detuvo. No pudo evitar que ese acero lo abriera en dos, acabándole. Un río de sangre brotó. Mientras caía con la vida extinguiéndose en sus ojos pudo observar como ese asesino sonreía en forma diabólica.

- Tu... todo este tiempo...- Balbuceo el sujeto.

- Si, todo este tiempo esperé para matarte; maldita basura- Dijo el muchacho.

- Podrías haber huido... maldi...cion- Se quejó el doctor.

- No iba a permitir que siguieras haciéndole esto a nadie más- Afirmó el joven.

- Por favor, ten piedad de mí- Imploró el medico.

- ¿La tuviste tu con todos los que mataste?- Preguntó el joven mientras apretaba los dientes hasta sangrar.

Un grito ahogado y el destello de ese sable que se enterró en el cráneo de esa criatura monstruosa fue lo último que se vio. Las manchas de sangre nuevamente mancillaron su cuerpo, pero ya no le importaba, ahora podía irse de allí. Al envainar la espada comenzó a caminar en dirección a una pared. Paseando su mano por allí, pronto encontró el lugar más débil de la estructura y allí atacó para abrirse paso.

Al salir lo primero que le impactó fue la luz del día, hacía mucho que no la veía. Pasaría un poco hasta que sus ojos volvieran a habituarse. Estaba caluroso el día, pero no como para andar sin ropas. Él solo quería volver a su hogar, al único lugar en el que podría tener el descanso tan anhelado.

Caminaba por la ruta, una furgoneta se detuvo. Los pasajeros al verle en ese estado, tan golpeado y lastimado fueron movidos por la compasión. ¿Compasión? ¿Qué sabían esos yonquis con cresta sobre eso? Como sea, bajaron a ver a ese sujeto lleno de cicatrices y golpes caminar en la misma dirección que ellos.

El bastón ridículo con el que se movía lo hacia parecer más chistoso ante sus ojos, tanto que un sujeto tatuado le dijo al su amigo:

- Deberíamos violarnos a este chiquito. ¿Qué dices?

- Claro, lo hicimos antes con otros ¿Por qué no de nuevo?- Respondió el hombre.

Pero al acercarse más, pudieron ver esos ojos llenos de maldad. Una como nunca habían visto, lo mismo que la sonrisa siniestra que se dibujaba en los labios de ese sujeto errante. No le tocaron, ni siquiera pudieron mofarse de él... a pesar de que este pasó entre ellos.

El terror los paralizó, sintieron como que lo que había pasado entre ellos no era un ser humano. No, nadie podía tener una esencia que solo mostraba muerte y maldad. Nadie podía sonreír así luego de asesinar y desmembrar a tantos. Nada podía seguir vivo luego de ver tanto infierno. Lentamente ese hombre siguió su camino hacia el lugar que recordaba como su hogar.

Al adentrarse en la ciudad, se escondió entre callejones para no ser visto en ese estado deplorable. Robó unas ropas de un tender y se las puso, pero aún así las cicatrices no podían ocultarse. En su cara, en sus manos, en sus brazos, en sus piernas, en su espalda llevaba las marcas de su propia lucha... incluso en su cuello.

Al llegar hasta el edificio se detuvo un momento... las dudas comenzaron a agolparse: ¿Alguien le reconocería? ¿Sabrían que era él en verdad? Una voz fría que pasó detrás de él disipó todas sus dudas:

- Las cuatro lunas han llegado a su fin hace mucho, retrasaste tu muerte, pero ya es inevitable... Leonardo.

Se dio vuelta para buscar a Mihayla, pero no había nadie allí. Ni arriba, ni abajo, ni en los alrededores. Pero ella ya le había reconocido, ya sin dudas subió los escalones hasta la puerta y entonces golpeó la madera.

Pudo oír la voz de su madre que le decía que aguardara. La puerta se abrió y el rostro de su madre lo miraba como intentando recordar algo. Miraba detenidamente a ese hombre que pelo desordenado y barba crecida mirarla con asombro. Ya estaba por cerrar la puerta, cuando oyó la voz de esa persona.

- Madre, por fin vuelvo a verte.

La mujer no podía creerlo, después de un año de ausencia. Después de perder toda esperanza, dándolo por muerto... su hijo Leonardo volvía por fin a casa. Las lágrimas se apoderaban del rostro de ambos. Micaela apareció y se alarmó al ver a su madre así.

Pero todo se aclaró al ver a su hermano, ese hombre lleno de heridas y golpes que de momento le saludaba con una sonrisa lastimosa. Ella cayó al suelo, sus rodillas habían flaqueado. La impresión que le causó ese hombre fue terrible, casi no parecía su hermano.

En el cuarto de baño, el joven se daba un baño caliente en la tina. Su cuerpo lleno de cicatrices y moretones daba cuentas del infierno vivido. Se enjabonaba mientras el agua le limpiaba, mientras relajaba su cuerpo. Era placentero estar así, miró hacia el techo... hacia tanto que no estaba en su hogar.

Al levantarse acomodó su pelo y tomando la toalla empezó a secarse. Luego, vistiendo un pantalón se llenó la cara de crema de afeitar y tomando la navaja comenzó la operación. La hoja cortaba al ras el vello de su cara que caía en el lavabo, mezclada con la espuma.

Unos minutos después, la cara que recordaba como suya apareció en el espejo. Era él, definitivamente, de nuevo era él. Atando sus cabellos, cubrió su torso con una camisa y un sweater y salió del baño. En el pasillo se cruzó con alguien que no esperaba allí... esos ojos verdes que tanta culpa le traían.

La hija de ese político corrupto le miraba algo azorada. Ese hombre lleno de cicatrices no podía ser aquel joven amable que hace tiempo le mostrara el instituto en el que ahora cursaba. Pero mas le inquietó el verlo arrodillarse ante ella y con voz calmada pedirle perdón.

- ¿Por qué razón me lo pides?- Preguntó ella.

- Yo fui quien asesinó a tu padre. Hace un poco más de un año, me asignaron la misión de liquidarlo. Fui hasta tu casa, toqué a tu puerta y tú me abriste, luego al estar a solas con tu padre, lo maté- Respondió él.

- El asesino de mi padre fue un hombre de otras facciones. Vi su cara, por eso lo sé- Dijo la chica.

- Usé una mascara facial especial, por eso piensas que era otra persona. Pero a tu padre lo maté con mi espada. Nada pudo hacer ante mi corte ascendente. Luego del ataque huimos del country- Explicó Leonardo.

- Esta bien, ya ha pasado todo. Te perdono, no es necesario que te humilles ante mí- Dijo la chica.

- Gracias, mil gracias- Dijo él, mientras lloraba amargamente.

- Tienes un buen corazón, demasiado bueno como para ser asesino- Le dijo ella, mientras le daba un beso en la cabeza.

Leonardo se quedó dubitativo, no era posible que ella le perdonara. Pero al fin y al cabo la realidad se mostraba así. Se sintió aliviado al ser perdonado, la chica lo miraba con fijeza, algo la volvía loca por ese hombre. Ese abrazó repentino lo sorprendió, esa tibieza y suavidad eran muy diferente a lo que sintió durante todo ese año.

Muy diferente al calor de su hermana o su madre, quería seguir de esa manera. Lo deseaba, pero ahora sentía repulsión por su cuerpo. Ya no era el bello cuerpo de un joven amable, sino uno lleno de cicatrices que le recorrían por completo. Con temor rodeó el cuerpo de la chica que le besó, oprimiendo sus pechos contra el de ese varón.

Este se quedó anonadado, hacia mucho no sentía el cuerpo de una mujer. Su madre subía las escaleras, el sonido de sus pisadas alerto al muchacho que le susurro a Marisa:

- Esta noche, te espero en mi habitación a la medianoche.

- Ahí estaré- Dijo la chica, mientras se metía en el baño.

El hombre se paró y se dirigió hacia su cuarto, su madre se metió en la habitación para arreglar su cama. Cuando cerraba la puerta de su habitación, pudo sentir una presencia en su habitación. Al darse vuelta, lo que vio le dejó petrificado; ahí parada ante el...

- Ha pasado el tiempo pactado, ha llegado la hora; Leonardo- Le decía esa voz tan conocida como temida.

- Sabía que este momento llegaría, lo he estado temiendo desde el día en que me lo dijiste. Pensé muchísimas cosas que decirte, pero de momento no me sale ninguna- Dijo el.

La mujer se dio vuelta a mirarle, el pelo negro había crecido en todo ese tiempo, lo mismo que ella. Pero sin embargo, su mirada seguía siendo la misma. Tan transparente y blanca como la primera vez que le vio. Se le notaba con lastima, no deseaba terminar con él.

- No es necesario que digas nada, Leonardo. Tu destino ya esta trazado, no puedes retrasarlo. Pero, esta bien; has salido del infierno hoy mismo. Descansa y recupera fuerzas, las necesitaras- Le dijo ella.

- ¿Me mataras, Mihayla?- Preguntó él.

- Ya te lo dije antes, eso depende de ti. En unas horas, nos encontraremos y entonces llegara la solución para tu agobio- Le dijo la mujer.

Sin más, se desvaneció del cuarto del muchacho con un fuerte viento. Leonardo se quedó quieto, esa gota de sudor frío recorrió el costado de su rostro. Esa presencia mortal lo podía paralizar, pero... que demonios; esa mujer se había vuelto bellísima en su ausencia.

Se acostó en la cama, mirando al techo evitaba cerrar los ojos. No quería hacerlo, deseaba no ser capaz. Cada vez que cerraba sus párpados, las imágenes volvían a él en flashes. Criaturas, quimeras moldeadas por la locura insana de un hombre con un solo propósito que le rodeaban. Monstruosidades más allá de toda imaginación le atacaban, intentando llevarse la vida de ese extraño en el proceso.

Sangre y vísceras que saltaban y se desparramaban a cada corte, sangre, hedor y muerte en ese hoyo. Y en su centro, un solo hombre cubierto de sangre y cicatrices... sangrando, peleando por su vida. Aguantándolo todo, luchando por conservar su existencia en lugar de entregarse

Sobreviviendo, helado del terror y el cansancio. Dormir profundamente era imposible, la muerte podía llegar en cualquier momento para envolverlo en sus garras. Cada sombra escondía un enemigo, cada centímetro de ese lugar despedía intención de matar... todo olía y respiraba muerte.

Sin poder salir, sin poder huir, sin descansar. Solo aguantar y esperar hacerlo hasta el final. Nadie estuvo para ayudarle, ni una palabra de aliento oyó en todo ese año. Ni siquiera de la luz del día pudo disfrutar. Sin darse cuenta había cerrado sus ojos, cuando volvió a abrirlos, se levantó y bajando las escaleras salió a pasear un poco.

Caminaba entre la gente, pocos notaban las marcas que buscaba ocultar. Pero si le miraban a la cara, podían notar las cicatrices que le marcaban. Algo avergonzado caminaba, mientras ocultaba su rostro. Así, sin mirar por donde iba, se chocó con alguien. Al levantar la mirada, pudo ver a Marisa con el uniforme del instituto en el que cursaba.

Las miradas se cruzaron por un instante que pareció hacerse eterno. Las compañeras de ella le empujaban, queriéndola llevar consigo. Ella no se movía, sin embargo sonreía... las amigas le miraban sin comprender y su asombro llegó aún mas alto al oírle decir que les alcanzaría luego.

Marisa se aferró al brazo de Leonardo, sorprendiéndole con la acción. Este le dedicó una mirada incrédula. La chica sonrió y le tironeo del brazo, él solo le dijo:

- Espero no te arrepientas luego.

La mano de ella le apretó con fuerza, ante esto Leonardo comenzó a caminar hacia la estación de trenes. Bajaron los escalones, parecían apurados porque en verdad lo estaban. Marisa parecía desearlo desde hacia tiempo... Leonardo parecía no tener la misma perspectiva.

Pasaron entre la gente, él la llevaba de la mano. Se metieron en un andén abandonado y amparándose entre las sombras, Leo la arrinconó contra una columna y allí comenzó. La mirada de ella se lo suplicaba y no podía dejar de darle el gusto.

Las manos de él tomaron a la chica de la cintura, mientras sus labios se fundían. Las bocas se unían con frenesí, al separarse unos segundos un hilito de saliva les unía. Volvieron a besarse, mientras Leonardo le levantaba el pulóver y la polera. Marisa hacia lo propio con el saco de él y la remera.

Caricias que con el frío se sentían más, caricias que iban dando calor. Manos que recorrían cada palmo de sus contornos, junto a besos que les caldeaban. La excitación crecía, lo mismo que la erección del muchacho. Las pelvis de ambos se hallaban cada vez mas juntas y fue natural que ella sintiera esa erección justo frente a su chochito.

Los pezones de la muchacha se estaban erigiendo con las caricias y pellizcos. Pero el primer gemido importante lo dio al sentir los dos dedos de él hurgar dentro de sus braguitas. El sentir como se paseaban por sus labios externos le volvía loca. Leonardo se percató de ello al ver como se mordía los labios. No quería hacerla esperar más por eso, mientras ella se subía la falda; él liberaba su polla del pantalón.

Ella la miró con atención, le pareció muy gruesa. Pero no dijo nada, solo asintió ante el joven que lentamente comenzó a introducirle su miembro. El primer grito fue acallado por un beso furtivo. La siguiente embestida la conmovió más, por lo que sus labios presionaron más fuerte los de él.

Las manos de él tomaron las de Marisa, poniéndolas hacia los costados. Los envites seguían, cada vez mas fuertes, pero manteniendo un ritmo que no decaía. Los pechos de la muchacha acompañaban el movimiento ascendente y descendente. Sus caderas se movían por el movimiento que él imprimía.

Al separar sus labios de los de ella un rió de gemidos se liberó. A los que Leonardo correspondía con jadeos. Las manos de él ejercieron aún más fuerza y lentamente fue levantándola, mientras aumentaba el vaivén. Cuando la soltó, sus manos se atenazaron a las nalgas de la chica que gritó confundida un momento.

Pero el contacto era mayor y ante las embestidas se dejó llevar. Sus brazos pasaron por el cuello del joven que le bombeaba contra la columna. Este ya sudaba, pero la excitación no lo abandonaba. Parecía que los corazones de ambos estaban por salirse de sus pechos. El vigor de Leonardo terminó por largar todo lo que había estado juntando en ese lapso de celibato forzado.

Su semen inundó la cueva de esa jovencita que gimió para volver a besarle, mientras las convulsiones de su cuerpito delicioso indicaban que alcanzaba el orgasmo. Al separarse, el muchacho se dejó caer al suelo. Le temblaban las piernas, la chica se acomodó la ropa y tirandose sobre él le confió:

- Deseaba que este momento llegara. Cuando desapareciste casi muero al no saber de ti... espere tu regreso todo este tiempo. Gracias, amor.

- Las gracias te las tengo que dar yo, hace mucho tiempo que no tenía sexo. En verdad fue grandioso... me gustaría que se repita, pero pronto moriré. Dijo él.

Ante esa afirmación, la chica palideció. No terminaba de creer que el hombre del que estaba enamorada fuera a morir. No podía concebirlo y sentándose junto a él le preguntó:

- ¿Puedes contármelo?

- No, es un peso que debo cargar solo. No deseo que nadie más quede envuelto en esto. La muerte me acompaña y lo mismo espera a quienes me rodeen de ahora en mas. Dijo él, mientras rompía en un amargo llanto.

- Pero, ¿es que no me quieres? ¿Es que no soy buena para ti?. Preguntó ella con una tristeza que aumentaba.

Él la miró por unos momentos, no quería que ella sufriera más. Y pidiéndole que se acercara le contó todo lo que le había ocurrido desde el principio. Como ese objeto demoníaco trastornó su vida, hundiéndole en un infierno del que ya no podía salir.

Evitó comentarle sobre la existencia de Mihayla, no deseaba celos ni escenas. Así que, tergiverso esa parte. La joven cayó al suelo, mirándole al borde del llanto. Ahora que le había podido mostrar cuanto le quería... su amor le confiaba ese secreto. Que broma mas cruel le gastaba el destino.

Leonardo se levantó y le dio un beso en la frente a la chica que le miró desconsolada, él solo se limitó a sonreír. Dándole la espalda comenzó a caminar, a esa pequeña también la había destrozado. Salió de la estación de trenes y comenzó a caminar sin rumbo... tenía que pensar, aunque mas que nada se estaba dejando llevar.

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