martes, 6 de octubre de 2009

Capitulo 10: Mente Criminal

Cuando despertó, lo primero que vio fue el rostro dormido de Mihayla... la cabeza de él se encontraba sobre las rodillas de ella. Con cuidado se deslizó hasta salir de la inusitada prisión. La voz de la chica resonó en el cuarto:

- He decidido llevarme la espada. Veo que solo te trae sufrimientos y que no puedes dominarla. Si la dejo contigo, morirás.

- Esta arma llegó a mí, no puedo dejar que te la lleves. Quiero controlarla, y en todo caso... si debo morir, prefiero hacerlo en tus manos- Respondió él embelesado.

- ¿Prefieres morir?- Preguntó ella mirándolo fríamente.

- Aún no... la vida es tan linda- Respondió Leonardo

- Es algo típico, cuando te vez rodeado huyes- Dijo ella.

- Es natural ¿no?- Respondió él.

- Claro que si, pero no es lo mejor- Afirmó ella.

- Entonces, te quedan solo seis lunas... luego iré a por ti- Dijo ella, mientras le entregaba la espada.

Leonardo reverenció a la joven y salió por la rustica puerta. Mientras la dama de marfil volvía a cerrar sus ojos. Aferró con la mano esa espada, tenía que huir de allí... por eso volvió a disfrazarse.

Vestido como un vagabundo huyó de Orense... tenía que volver a donde comenzó todo en busca de alguna pista. Ya todo iba cuesta abajo... él no era así, ¿Como pudo llegar a este punto? ¿Como pudo permitirse caer tan bajo? Las vibraciones de su celular lo sacaron de las reflexiones. Al atender, una voz conocida sonó por el auricular...

- ¿Leo, como la estas pasando?

- Eloisa, estoy volviendo pero no tengo como llegar. ¿Puedes venir por mi?- Pidió el joven.

- Claro, dime tu locación- Dijo su amiga.

- Kilómetro 34 Ruta 5. Esperare por ti- Respondió él.

- Ya salgo para allá, dame dos horas- Pidió la joven.

- Gracias.

Dos horas mas tarde, un auto aparecía... un individuo esperaba bajo un árbol, protegido del sol calcinante. La puerta del acompañante se abrió y unas piernas conocidas fueron lo primero que vio. Eloisa le sonrió, mientras lo invitaba a subir al auto, el hombre subió sudoroso y se acomodó en la butaca.

- ¿Como has estado?- Preguntó ella.

- No muy bien, mis dos amigos han muerto recientemente- Respondió él.

- Entiendo, has quedado implicado. Volvamos a la ciudad- Dijo ella con una sonrisa.

- ¿Alguna misión?- Preguntó él.

- Nada, al menos por esta noche. Ni que lo hubieras planeado- Respondió Eloisa.

- No se porque no me sorprende- Dijo Leonardo con pesar.

- Vamos, que hay mucho que hacer- Le dijo ella, mientras le daba una palmotada en el hombro.

- Gracias por tus palabras, me hacían falta- Dijo él.

- Cuando quieras, bebe- Dijo la mujer, mientras le robaba un beso.

Unas horas mas tarde, llegaban a la ciudad. Ella suspiro y miró al muchacho, detuvo el auto cerca de su casa y deteniendo el motor lo miró fijo a los ojos... luego habló:

- La espada que portas esta maldita ¿no es cierto?, deja de cargar con este peso... olvídalo todo. No tienes porque seguir sufriendo.

- ¿Cómo lo sabes?- Inquirió él.

- Investigue, por eso lo sé- Le dijo ella con sencillez.

- Entonces también sabes que me fui para controlar este instrumento. Ahí descubrí que al tomar esta arma firmé mi sentencia de muerte. Tengo seis lunas para dominar esta situación, caso contrario moriré- Dijo él.

- Eso... no lo sabía- Dijo la mujer, poniendo los ojos redondos como platos.

- Bien, ya no tengo nada que perder- Dijo él, mientras sonreía.

- ¿Que vas a hacer?- Preguntó Eloisa.

- Volver a mi casa a aclarar mi mente. Gracias por traerme, amorcito- Dijo él, mientras le robaba un beso.

La mujer quedó asombrada dentro del auto, Leonardo había cambiado mucho desde la última vez que se vieron. A pesar de cargar con algo tan cruel se lo notaba muy tranquilo, tal vez demasiado.

Leonardo llegó a su casa y se encerró en su habitación. Sentía fiebre, su turbada mente apenas podía contenerle. Se revolvía en su cama... toda esas muertes venían ahora a reclamarle de golpe. En su mente montañas de cadáveres y cuerpos le servían de basamento... allí se encontraba parado.

Solo entre tanta muerte, sin nadie a quien llorar o trasmitirle su dolor y desesperación... deliraba. De esos cuerpos fueron levantándose voces, culpándolo: ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO.

Comenzó a gritar, se estaba desquiciando... se sentía caer profundo sin llegar al fondo, sentía en carne propia el sufrimiento de sus victimas. Deseaba morir, acabar con su sufrimiento; ponerle fin a esa agonía. La voz de Mihayla lo sacó de esas alucinaciones, la firmeza de ella pudo más que el sufrimiento.

- No dejes que el deseo de poder te domine, sino morirás.

Se despertó sobresaltado, estaba completamente transpirado y turbado. Se fue al baño a ducharse. Necesitaba relajarse y aclarar su cabeza... que haría, todo era por los asesinatos que había realizado. ¿Que podía hacer?... de pronto la solución apareció: atacar al que le daba las misiones.

Sin perder tiempo tomó los casetes de video y comenzó a analizarlos con detenimiento. Cada sonido, cada gesto cada haz de luz... pero le resultó infructuoso. Luego de horas no podía encontrar una sola pista pero en un momento su mente cansada se fijó en algo... ese botón. Se acercó más a verlo y ahí descubrió la verdad. Era un policía, eso era seguro.

¿Pero quien podría ser?, luego de evaluar la situación y meditarlo cayó en la cuenta que no se trataba de otro mas que del superintendente de la fuerza. Los días pasaron, se sentía nervioso con respecto a que medida tomar. Pero no fue hasta una semana después de cavilaciones que lo decidió: Ya tenía suficiente información, podía y debía matarlo.

Tomó su celular y llamó a Eloisa, le comentó lo que pasaba. Quedaron en encontrarse en la casa de ella. En media hora Leonardo se hallaba a la puerta de su compañera.
Cuando esta le abrió, lo metió adentro rápidamente y haciéndole pasar le invitó a sentarse. Ella estaba muy seria y con la misma seriedad le dijo:

- Haz descubierto algo muy peligroso. ¿Qué piensas hacer?

- Acabar con el que me llevó a esto, por supuesto- Dijo él convencido.

- ¿Deseas que te acompañe?- Preguntó ella.

- No, quiero ver que puede mostrarme ese sujeto- Respondió el muchacho.

- Cuídate mucho, esperare por ti- Dijo ella.

- Pero antes, quiero despejarme un poco. Dijo el muchacho mientras le robaba un
- beso.

- Claro, Eso mismo quiero yo. Dijo la mujer mientras se quitaba la blusa.

Las curvas de ella salieron a la luz dejando que su cuidada piel se iluminara con la luz tenue de la habitación. Las bocas de los amantes se encontraron fundiéndose en un beso interminable. Sus manos se encontraron en un fuerte apretón que los llevo a acariciarse con febrilidad.

El pene del muchacho ya estaba totalmente erecto, el contacto con esa mujer lo excitaba sobremanera. Ella no se pudo contener más tiempo y ayudada por Leonardo se hincó esa tranca en su cueva. La dureza de esa herramienta no decaía ante el calor de la almeja de Eloisa.

Comenzaron a moverse, ella hacia delante y atrás cabalgando sobre las caderas de él que sentado en el sillón aguantaba con placer los movimientos de la chica. Ella se arqueaba para sentir mejor la polla de ese hombre. Este no dejaba de acompasar el movimiento de la mujer. Cerró los ojos, estaba disfrutando a pleno con Eloisa.

La mano de ella tanteó algo en la mesa, tomando la daga que siempre tenia allí aprovechó la ocasión para matarle. Había llegado muy lejos ese muchacho, tanto como para descubrir a quien les manejaba desde las sombras. Alguien como ese hombre no podía ser descubierto y ejecutado así como así.

Debía impedirlo, Leonardo ahora sabía demasiado... el acero cayó sobre el joven, un poco de sangre brotó de la mano del muchacho al detener la hoja. La miró con compasión por unos momentos, Eloisa había fracasado en su intento. El golpe sonó seco y contundente, la chica cayó sobre el joven mientras las carótidas ya comprimidas por el golpe le cortaban el aire.

La muerte por asfixia es una de las más dolorosas y desesperantes, la victima se contorsiona por la falta de aire hasta que su sistema motor no recibe más aire y se detiene por completo. El cuerpo de la mujer quedó tendido encima de él, los estertores finales del cuerpo de ella lo habían hecho acabar. Leonardo se levantó, dejando caer el cuerpo de la mujer. Sobre la alfombra se regaba esa belleza, como si ya supiera donde estaban esos papeles se metió en la habitación de su amante.

Allí, escondidos bajo el colchón se hallaban los últimos datos que necesitaba para encontrar al responsable de sus acciones pasadas. Esa misma noche se dirigió a la central policial, tomó a uno de los guardias y con la espada lo mató silenciosamente.

La sonrisa se ocultó por unos segundos, mientras tomaba las ropas del recién aniquilado. Ya disfrazado ocultó el arma dentro de la ropa, dejando un poco de vaina sobresalir por la espalda del uniforme. Llegó hasta el ascensor, subió al último piso... según los datos que había podido recoger ese sujeto se hallaba en el último piso. Al llegar el ascensor ráfagas de metralla atravesaron el metal de las puertas. Al abrirse el ascensor no había nadie allí.

Los policías se miraron como estúpidos, ¿La información que les habían proveído era incorrecta? Nada de eso, simplemente no pudieron saber en que momento o como ese sujeto apareció detrás de ellos. Cuando giraron sus cabezas para mirarle, no podían creerlo.

Les estaba dando la espalda, la postura baja y el brazo recogido... el acero describió un arco al tiempo que las cabezas de los trajeados salían cercenadas de sus cuerpos. El escritorio vino hacia él impulsado por una patada. Un corte descendente y este quedó partido en dos. Un hombre imponente se hallaba ante él, por sus ropas se trataba de quien había andado buscando. Este sujeto tenía una mirada atemorizante, la furia contenida brillaba en sus ojos. La sonrisa era tan maléfica como la de él pero sus cabellos rubios recogidos en una cola le diferenciaban.

Los rasgos duros de su rostro dejaban claro de que no era un pelele, se sentó sobre el escritorio y haciéndole una seña al intruso este se sentó. Luego, mientras se arremangaba la camisa habló:

- Siempre supe que este momento llegaría. Te usé como asesino sin que supieras mi identidad. No dejé muchas pistas para ello, reconozco que obraste con sagacidad... pocos son tan detallistas. La espada que empuñas es una creación de la secta Shingon, si te fijas con detenimiento veras un dragón grabado en el reverso de la hoja. Ya te haz dado cuenta de su maldición, la misma que me ha envuelto a mí. Pero como no soy egoísta, decidí dejarla correr para que otros se hundan en lo mismo que yo.

- Por esa razón la espada llegó hasta mis manos ¿no? ¿Cuantos se han hundido en esto?- Preguntó el hombre de cabellos oscuros mientras estudiaba a su rival.

- Muchos, tengo documentado que mas de treinta sujetos han caído en las redes de esa Muramasa. Habló, claro esta de los que manejé yo- Dijo el sujeto sonriendo.

- ¿Por que yo?- Preguntó el joven.

- ¿Por que no?- Respondió el rubio tomándole el pelo.

- Mi vida ha ido cuesta abajo desde el momento en que esta arma llegó a mí- Dijo el joven con rabia.

- Entiendo, pero tú hiciste las elecciones. Claro que... por otro lado no tenías alternativa. Tus seres queridos lo pagarían. Tú mataste a los blancos que te designe, usaste ese instrumento de muerte. Te dejaste cegar por su poder, tal como a mi me pasó- Dijo el Superintendente del departamento de Policía.

- Pero, pareces normal. Por lo que he sabido, esta arma te mata- Dijo el muchacho.

- ¿Y tú crees que estoy vivo? Soy solo un títere, mi alma fue devorada por ese pedazo de acero que llevas junto a ti. Nada más me queda este cuerpo inservible. Pero no puedo dejarme morir por alguien como tu- Dijo el hombre.

- Lo siento, pero morirás aunque no quieras. Siente el horror que hiciste sentir a otros- Dijo el muchacho mientras comenzaba a sonreír de nuevo.

El rubio sonrió al oír esa frase, el tiempo para la charla había pasado. Las cosas debían zanjarse a la antigua. El joven se levantó de la silla y lanzándose al ataque desenvainó. El rubio evadió el primer ataque e intentó darle un puñetazo, pero aunque el joven no vio el ataque la hoja respondió cortándole el antebrazo.

El jerárquico comenzó a reír al verse con ese muñón sangrante. No le importaba el dolor ni la perdida de sangre, es mas... disfrutaba morir al fin bajo su propio monstruo. Este no esperó mucho y de un corte le partió el hombro junto con cinco costillas. El sujeto cayó al suelo desangrándose, pero el dolor no terminaba... Leonardo tampoco ya que le ensartó la punta de la espada en la garganta, mientras movía la hoja iba destrozándole las cuerdas vocales. Cuando notó que la victima no se movía fue entonces que retiró el arma y sacudiendo la hoja envainó.

Finalmente la mente criminal había muerto. Pero el mal no estaba erradicado, caminando por la calle, un joven de cabellos oscuros portando un estuche de guitarra caminaba en silencio. Se sabía condenado a morir como los otros, condenado a volverse un títere como ese sujeto. Sin embargo, había esperanza para él.

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