jueves, 24 de septiembre de 2009

Capitulo9: Maldición

Ya en la playa, se metió al agua que estaba inusualmente fría esa mañana. Nadó largo rato, por eso quizá no se dió cuenta cuán adentro estaba. Cuando se dio cuenta, la costa apenas se divisaba. Empezó a nadar, de seguir así pronto no podría volver y se perdería... el miedo empezaba a rodearlo.

Sintió que algo lo tomaba de los pies y una fuerza terrible lo sumergía hacia las profundidades. Gritó de miedo, no deseaba morir a esa edad. Quiso zafarse pero no podía. Sentía que se hundía cada vez más y más... sintió que algo lo rozaba en la cara.

Abrió los ojos, y esa visión casi le saca todo el aire que tenia. Alguien con snorkel le hacia caras. No podía distinguirle bien, este individuo lo llevó de nuevo hacia la superficie. De nuevo con su cabeza fuera del agua pudo soltar el aire. Esta persona salió también, Leonardo se quedó mirándola.

Sorpresivamente este individuo sonrió y luego se quito el snorkel. Esos ojos blancos como las nubes volvieron a atontarlo, si... Mihayla estaba frente a él. La muchacha se disculpó diciéndole:

- Quería hacerle una broma a alguien, pero no creí que te ibas a asustar de esta manera.

- Por un momento pensé que moriría- Dijo el chico aliviado.

- Vamos, aún no es tiempo- Dijo ella, con una sonrisa.

- ¿Cómo?- Preguntó él.

- Vamos hacia la playa. Dijo ella.

Nadaron de vuelta a la costa sin decir una palabra. En la playa ella se quitó el equipo para nadar bajo el agua. Ante una seña de Mihayla, Leonardo comenzó a caminar a su lado. Pero no se sentía capaz de comenzar con la conversación, no sabía como empezar... ella lo hizo:

- Vamos, pregunta lo que desees. Sé que te mueres por saber.

- ¿Como es eso de que moriré?- Inquirió él.

- Hay probabilidades de que eso pase el momento en que libere las almas de esa arma. Tú te hallas conectado a ella sin que lo sepas- Respondió ella.

- P..pero ¿Y tu como lo sabes?- Preguntó él, algo asustado.

- Creo que no puedo seguir ocultándotelo. La razón por la que soy así, es porque yo provengo de un clan de exorcistas. Desde pequeños somos entrenados para liberar las almas oprimidas por los hechizos prohibidos de nuestro pueblo- Explicó ella.

- ¿Y eso que tiene que ver conmigo? ¿Acaso esa espada pertenece a los tuyos?- Preguntó Leonardo, cada vez mas asustado.

- Esa espada perteneció a un hombre de nuestra nación, ha sido forjada utilizando diversos métodos y hechizos oscuros del budismo. Por esa razón absorbe las almas de los que mueren bajo su hoja. Y esas almas son el poder que usa para conectarse con el usuario y volverlo increíblemente poderoso- Le respondió la chica.

- ¿Y... a cambio que ocurre conmigo?- Preguntó nuevamente, con miedo.

- Te pierdes en esa oscuridad de a poco, si sigues así.... tu alma quedará presa en la espada. Por lo tanto puedes morir, aunque si yo intervengo... puede haber menos chances de que ocurra- Explicó la joven.

- Eso quiere decir que haz aparecido en el momento justo- Dijo él, aliviado.

- Creo que algo me trajo hacia ti, pero solo sentí el poder de esa arma al tomarla en mi mano. Aún no te ha ocurrido nada grave, eso es asombroso. Por lo general, ya estarías hecho un completo demonio- Dijo ella, al tiempo que reía.

- No me hace gracias, de haber sabido todo esto...- Dijo el muchacho, mientras comenzaba a llorar.

La joven exorcista lo miró, comprendía su sentir ante esa carga tan pesada. Pero... a pesar de ello, todos debemos llevar algo así. Es decisión de cada uno sobrellevarla o dejarse aplastar por ella. Ella lo sabía bien, habría deseado ser una mujer común en vez de esto...

Se acercó al muchacho y enjugó sus lágrimas con la mano. Ella le sonrió, comprendía su sentir y esa preocupación ya la había experimentado mucho antes. La chica comenzaba a recordar...

- ! Niña estúpida ¡ !así no se hace¡- Gritaba una voz dura.

- P..perdón, padre. Decía una pequeña niña de ojos blancos como la nieve.

- Eres una vergüenza para nuestro clan. No eres capaz de dominar nuestras técnicas y no posees confianza en ti misma. De hoy en adelante, no perderé mas mi tiempo en enseñarte. Dijo el hombre de rasgos duros y mirada penetrante.

La niña se quedó callada, reverenció a su padre y ya dando la vuelta comenzó a llorar en silencio. Su madre la consoló lo mejor que pudo, pero la terquedad y seriedad de su progenitor no se calmaba. Durante todos los días, ese hombre despreció a su hija, mientras comenzaba a entrenar a su hermana menor.

El padre dejó de mirar a su hija mayor y cuando lo hacía... en sus ojos solo había un desprecio tal que la reducía a la nada misma. La chica quiso llevar una vida normal, pero sus ojos espantaban a todos. Su aspecto tan blanco y esa mirada infundían temor en los corazones.

Así... se la pasaba alejada de todo y de todos, llorando y buscando purgar su pena. Sin embargo, su madre comenzó a ponerse en acción y una noche la despertó, sacándola de su cuarto.

- Ven hija, veo que mi querido Himuro no desea transmitirte nuestra herencia. Así que yo lo haré en su lugar. Cada noche entrenaras conmigo. Dijo su ella, mientras caminaban hacia el bosquecillo.

- Pe...pero ¿madre, si papá se entera?

- ¿Sabes quien le enseñó a papá todo lo que sabe?. Preguntó la mujer.

- No

- Fue mi propio padre quien le enseñó. Pero, la heredera original soy yo. Explicó la mujer, mientras sonreía.

- Bueno...enséñame, madre.

Así... volvieron los tiempos de aceptación para la pequeña Mihayla. Cada noche, luego de las tareas de la casa y de las misiones entrenaba con su madre. Su frágil cuerpo temblaba durante el día, sus piernas estaban cansadas por el arduo entrenamiento. A la niña no le importaba, al menos alguien confiaba en ella.

Cada vez se hacia mejor, avanzaba con dificultad; pero también con seguridad. Cierta noche, Yoko, su madre la citó en un lugar muy alejado. Cuando ambas se encontraron, la mentora habló:

- He arreglado que te unas a un grupo de combate, tendrás que viajar por el mundo realizando exorcismos. Ya estas lista, hija. Creo que así, será mejor.

- Gracias madre, ya te he causado muchos problemas. ¿No?. Dijo la chica, mientras desnudaba el hombro de su madre; dejando ver un moretón en su piel de marfil.

- Veo que tu visión ha mejorado más de lo que esperaba, hija. Si, Himuro se ha dado cuenta... pero no importa. Debes partir ya mismo hija. Aquí tienes el lugar de encuentro. Dijo su madre, mientras le daba un papel con una dirección.

- Gracias, y hasta pronto, madre. Dijo la chica, mientras besaba en los labios a su madre y desaparecía en la luz de la luna.

Así, a los quince años una exorcista de ojos puros dejó su hogar para rodearse de muerte; para enfrentarse a los malignos y derrotarlos. Una niña que empezaba a ser mujer, un alma caza demonios con forma de muñeca y color de marfil...

Al terminar de oír la historia, los ojos de Leonardo se encontraban húmedos. Ahora la veía tan llena de vida y radiante, cuando había sufrido tanto. Mihayla se levantó, mientras limpiaba la arena de su ropa y observando el horizonte hablaba:

- No dejes que tu corazón se ciegue al anhelo de poder. No todo es poder en este mundo, como no todo es verdad en esta vida. Si te dejas vencer, tu corazón será absorbido por la oscuridad; entonces morirás. Y ahí solo me quedara matarte.

- ¿Lo harías?- Preguntó él.

- Es mi trabajo, lo he hecho desde pequeña- Dijo ella con fría resolución.

- Y por que no lo haces ahora- Preguntó él.

- Porque hasta que la naturaleza maligna del arma no se manifieste, no será efectivo. Pero dejemos los temas oscuros, divirtámonos un poco- Dijo ella.

- Si, vamos la peatonal, hay muchos lugares bonitos para pasear- Dijo él mientras salían hacia la ciudad.

En la peatonal disfrutaron de un helado a la sombra de una encina que crecía sin estorbos en el centro de la plaza central. Charlaban sobre banalidades, reían con los chistes que ambos sabían y de las ocurrencias de ella. Pasaron por una cabina de fotos y se metieron.

Se sacaron muchas fotos, la mayoría haciendo caras, sacando la lengua, cruzando los ojos. Ella salió aplastándolo, en otra él pellizcaba la cara de una dolorida Mihayla... en otra foto salía ella acogotando a Leonardo. Los ojos blancos se encontraron con las pupilas café del muchacho.

Cuando el día comenzaba a declinar, los dos miraron al astro morir en el mar... los tonos dorados y rojizos bañaban la escena, al igual que sus rostros. El viento los acariciaba suavemente, se miraron pero no se acercaron ya que en poco tiempo serían enemigos... sin embargo, ambos estaban de acuerdo en que les gustaría que ese instante durara por siempre. Se despidieron en silencio, con un beso que nunca llegó a sus labios. Con pensamientos buenos el uno del otro y bonitos recuerdos.

Leonardo volvió ya de noche a la casa de su amigo Salvador. El escritor por fin estaba en su salsa, con la feria judicial tenía libre hasta febrero. Así que ya se había instalado junto a su "querida novia" en la habitación de la cabaña, dejándole la habitación de huéspedes a Leonardo.

Su amigo estaba muy contento al verse sin la carga del trabajo, tanto que esa noche cenaron con todo lujo. Terminada la cena, los tórtolos se fueron a la habitación a centrarse en sus artes amatorias. Leonardo salió y encaramándose en el tejado subió hasta una de las laderas del techo.

En sus manos descansaba la hoja que desnudó en un instante, contemplándola ante sus ojos. Estudiaba esa lámina de acero que brillaba de un modo extraño ante los rayos de la luna. Sus ojos se reflejaban en la hoja, pero por un instante pudo ver claramente una mirada ambarina.

Reconoció los ojos del antiguo portador de la espada, Zankuro lo miraba. Leonardo enfrentó al sujeto que pareció sonreír. La mirada de ambos pareció perderse mientras la mano del muchacho se alargaba hacia la vaina. Sentía como si su cuerpo comenzara a hervir, una fuerza indecible parecía fundirse con él.

Una furia indescriptible se arremolinaba en su ser, un torbellino de confusión luchaba por apoderarse de su mente. Las venas de sus manos comenzaron a latir con fuerza, como si una gran cantidad de adrenalina comenzara a correr por su sistema.

Apretó los dientes con fuerza, mientras con luchaba con fuerza por envainar esa espada, cuando por fin entró en la vaina. Todo se calmo, las cosas resultaron muy claras pero era atemorizante la calma que sentía. El silencio que se extendía desde ese techo lo abrazó... se quedó rendido.

Cuando despertó, vio un cielorraso de color blanco. Al girar encontró las paredes del mismo color y unas cortinas que ondeaban con la brisa que venia del mar. Se levantó de la cama, sentía frío en las piernas y una punzada aguda en la cabeza. Miró por la ventana el paisaje risueño de esa mañana balnearia. Una voz lo sacó de su ensalmo:

- Ah, ya se encuentra mejor, señor Leonardo- Dijo la enfermera.

- ¿Que me ocurrió?- Preguntó él.

- Al parecer se desvaneció en el tejado y cayó desde allí. Sus amigos lo trajeron hasta aquí, solo sufrió un golpe en la cabeza pensamos lo peor por un momento- Le informó ella.

- ¿Y la espada que había en mis manos?- Preguntó Leonardo.

- Creo que quedó en poder de sus amigos- Dijo ella, mientras se retiraba.

- !!!LA ESPADA¡¡¡- Gritó el muchacho.

No lo pensó dos veces, se arrojó por la ventana cayendo sobre un techo cercano y comenzó a correr. La enfermera comenzó a gritar, pero él no la oyó... sus amigos podían estar muertos ya. Esa hoja estaba maldita... se lamentaba no haberle comentado a ellos sobre ese arma.

El viento golpeaba en su cara, pero su preocupación no disminuía. Salvador y Alejandro, tenía que asegurarse que se encontraran bien. Llegó a la casa, el mal presentimiento se acentuó... la puerta estaba entornada. Cuando entró ahí se hallaba Alejandro, estaba sentado en el sofá... a su lado Salvador se encontraba destajado en dos.

El hombre tenía los ojos húmedos, pero su expresión mostraba locura. Al verle ante él comenzó a reír mientras lentamente se incorporaba. Su cara estaba manchada con sangre, lo mismo que el torso. La expresión que puso resultaba atemorizante, la espada entinta de sangre estaba a gusto en su mano.

Dio un paso hacia Leonardo, mientras este retrocedía. La puerta se cerró antes de que pudiera hacer nada. La sonrisa dio paso a una carcajada insana que se apoderó del lugar. La mirada estaba ausente en ese hombre que comenzó a hablar con otra voz:

- Al fin somos libres, podemos matar a nuestras anchas. Pero antes, nuestro sacrificio ritual serás tú. Siéntete honrado de morir para nosotros.


El muchacho cayó al suelo, no tenía escapatoria. No había quien lo ayudara, estaba solo ante su propia muerte. No quería terminar así, pero poco podía hacer contra ese hombre… la hoja se levantó para dar el golpe de gracia. Los ojos de Leonardo se agrandaron hasta casi salirse de sus cuencas. Temblaba, su corazón latía a mil, como si quisiera huir de su cuerpo.

- Muere, jeh jeh jeh- Dijo Alejandro.

- Por favor, no lo hagas- Pidió él.

La hoja se iluminó, la velocidad alcanzada ejercía ese efecto. Al percatarse del movimiento Leonardo cerró los ojos, esperando el final. Pero este no llego, no sentía ninguna laceración o corte. Temeroso abrió los ojos...

- Ahora tendré que matarle- Le dijo una voz conocida.

- TU AQUI; MALDITA PERRA- Gritó el hombre armado.

- Que Buffui Kan te guíe al otro mundo- Respondió la voz.

Mihayla se movió hacia Alejandro, este tomó la espada con ambas manos, mientras aguardaba. La chica se sonrió, mientras pateaba el suelo con su chancleta de plástico... cuando el sonido cesó se hallaba frente al sujeto. Sus brazos se movieron a una velocidad de vértigo, todo pasó muy rápido.

Alejandro cayó al suelo, mientras de su boca comenzaba a vomitar sangre de una tonalidad muy oscura. La espada ahora se hallaba en el suelo, sin poder hacerle daño a nadie. Mihayla tomó el arma y la envainó rápidamente, luego se acercó al asustado joven y le propinó un golpe.

- No dejes que este arma vuelva a caer en manos de otros. No todos tienen la fortaleza para mantenerse firmes ante la tentación de poder- Dijo ella.

- Yo... no los quise envolver en esto- Dijo el joven, apesadumbrado.

- No quisiste, pero lo desconocido siempre ejerce fascinación en las personas. Tu intención era buena, pero no podías preverlo todo- Dijo ella.

- ¿Ahora que haré?- Le preguntó el muchacho, mientras comenzaba a llorar.

- Vamos, no te pongas así. Esto iba a suceder tarde o temprano... ahora debes irte de aquí. Y no lo olvides, en siete lunas iré a terminar con esto- Dijo ella, mientras lo miraba a los ojos.

Leonardo se perdió en esos ojos blancos que parecían marearlo. Todo se puso oscuro de pronto, cayó al suelo de bruces...

jueves, 10 de septiembre de 2009

Mugen 8: Exilio

Dos días habían pasado desde los últimos acontecimientos, Leonardo se levantó de muy buen humor ese día. Pero eso se desvaneció al ver el estuche en el rincón, recordó lo que había ahí dentro y su poder.

Entonces una idea se le cruzó por la cabeza, ¿y si lograba domar ese arma? ¿Si la dominaba? Con esa idea, bajó a desayunar; mientras marcaba un número en el teléfono... era un amigo suyo que vivía en la costa.

- ¿Salvador? – Preguntó Leo.

- Con el hablas, chaval. ¿Quién eres?- Preguntaron del otro lado.

- Tan rápido te olvidas de los amigos, soy yo, Leonardo- Dijo el muchacho.

- Que alegría escucharte, muchacho. ¿Qué precisas de mi?- Preguntó el hombre.

- Aún tienes ese apartamento en la costa ¿no?- Le pregunto el muchacho.

- Pues claro, ¿lo precisás?- Dijo Salvador, intrigado.

- En efecto, necesito pasar unos días en soledad. ¿Podrías?- Respondió el joven.

- Claro que puedo, vente a casa a buscar la llave- Dijo su amigo.

- Gracias.

Habló con su hermana, explicándole que tenía pensado irse unos días a la costa... a ella la idea le pareció estupenda, así podría tener la casa para ella sola y su novio. No se opuso, así su plan sería excelente. Cuando consultó con su madre, ella lo permitió. Era una forma de premiarlo por su buen desempeño en el año.

Salió de su casa, hacia donde vivía su amigo Salvador. El aludido era un escritor que trabajaba en un buffet de abogados. Eran amigos desde la secundaria. Siempre se habían llevado bien y cuando precisaban algo, el otro estaba ahí para ayudarlo.

Cuando llego al lugar, entro sin tocar el timbre. Un avioncito de papel se le clavó en el pelo. Un joven de cabellos rubios y ojos color café lo miró divertido, se levantó de su escritorio y le saludo.

- Tanto tiempo, querido Leo.

- Es cierto, me alegra verte bien. Salvador- Le dijo el recién llegado.

- Aquí las tienes, cuídamelo. Mira que ahí es donde me encuentro con mi novia- Pidió él.

- Ok, te lo cuidare. Gracias amigo- Dijo Leonardo.

Se dieron un sonoro apretón de manos y con las llaves en su poder. El muchacho volvió a su casa. Hizo los bolsos rápidamente, luego se fue hasta la casa de Eloisa... Cuando golpeo a la puerta de calle, nadie contesto. Tocó el timbre y pudo escuchar que le decían:

- Ya vaaa.

Abrieron la puerta, pero esa mujer no era Eloisa. Una dama de pelo recogido rubio y ojos verdes muy penetrantes lo recibió. El muchacho se quedó pasmado y tímidamente le preguntó:

- ¿Aquí vive Eloisa?

- Aaaah, ¿Porque todos los lindos vienen a buscarla a ella?- Bufó la muchacha mientras lo dejaba pasar.

- Gracias, ¿como se llama?- Preguntó Leonardo.

- ¿Yo? Yo soy Lorena, hago la limpieza de la casa- Dijo ella mientras se le acercaba de manera peligrosa.

- Mucho gusto- Dijo él, mientras la saludaba.

- De nada muchacho, que encanto- Dijo ella mientras lo hacia pasar.

Una adormilada Eloisa lo recibió con algo parecido a un gruñido. Tenía todo el pelo desordenado y estaba sentada a la mesa con el pijama. Lo miró sin entender, pero le permitió llegar hasta ella. Entonces él hablándole al oído le pidió:

- ¿Podrías tomar los encargos para mí? O en todo caso ¿enviármelos aquí?

- Ey, ¿y por que yo?- Preguntó ella de mal humor.

- Porque solo confió en ti- Le dijo él, mientras le daba un beso.

- Esta bien, así lo haré... pero con una condición- Dijo ella.

- Ok. No quiero saberla- Dijo el, mientras salía.

La morena se quedó asombrada, tomó el papel y lo guardó en el bolsillo. Estaba asombrada de las actitudes de ese chico. Se sonrió al saber que al menos podría ir a verlo. No estaba escapando ni nada parecido. Pero le intrigaba saber.

Leonardo se dirigió a la terminal... tenía un viaje algo largo hasta su destino. Ya sentado en su butaca, acomodó la guitarra junto a él y comenzó a disfrutar de la vista. Eran solo tres horas de viaje, los demás pasajeros subían al bus que se fue llenando.

Al poco rato, el autobús salió hacia destino. Leonardo aprovecho para dormir, pero una voz le impidió dormir. Una muchacha de tez muy pálida y ojos raros le hablaba, sus labios color carmín resaltaban en su rostro oval enmarcado en una morena cabellera corta. Iba con unas ropas raras, sus ojos eran muy diferentes a las que había visto antes... no podía describirlos. La chica le sonrió y le preguntó:

- ¿Cual es tu destino?

- Orense- Respondió él, embobado.

- ¿De veras? Yo también voy a ese lugar- Dijo ella encantada.

- Que bien, ¿vives ahí?- Preguntó él.

- No, voy a pasar mis vacaciones ahí. Es un lugar muy bonito. Comentó ella.

- ¿Cual es tu nombre?- Preguntó Leonardo.

- Mihayla. Ese es ni nombre, Leonardo. Dijo ella.

Esa respuesta lo dejó sorprendido, helado ¿ella lo conocía? Era algo muy extraño, era la primera vez que la veía. La chica cerró los ojos, mientras volvía a sonreírle y le decía:

- Perdón, pero tenias cara de Leonardo. Por eso lo dije- Se justifico ella.

- Por un momento me asuste, es que es la primera vez que te veo y aún no me he presentado. En efecto, mi nombre es Leonardo- Dijo él, sorprendido.

- Oh, entonces mucho gusto Leonardo- Dijo ella estrechándole la mano.

La mano de esa chica era cálida y algo ruda, pero así y todo suave. Ella volvió a sonreír, mientras lo miraba a los ojos. El viaje transcurrió rápido, la charla entre ambos hizo que el tiempo volara en ese autobús. Cuando el micro llegó a destino, bajaron en la estación de Orense.

La chica tomó su bolso, mientras lo veía a él tomar su estuche y su equipaje. Bajaron y estando uno junto al otro miraron para todos lados. Ella conocía el hotel al que iría a parar, Leonardo ya sabía como llegar a lo de su amigo gracias a un mapa que le había confeccionado la última vez que vino.

La chica le dio un suave codazo, mientras se despedía de él. Leonardo la vio irse, no parecía la gran cosa. Aunque las ropas tan vastas que llevaba podían ocultar mucho. Se encaminó hacia su nuevo hogar, mientras tarareaba una vieja canción.

Cuando llego a la casa, la encontró tal cual la había dejado aquella vez. Las paredes blancas, el techo pintado de blanco, la pesada puerta de madera de lapacho con una cerradura moderna.

Abrió la puerta y lo sorprendió ese hombre musculoso que estaba preparándose para salir. Era un hombre corpulento, de unos 100 kilos de una musculatura impresionante y rasgos faciales algo suaves. El pelo corto y negro lo hacían parecer un mancebo de películas y sus ojos marrones completaban el cuadro.

Pero toda la imagen se destrozó en pedazos en cuanto habló, una voz aflautada y afeminada se presentó; para más asombro del muchacho.

- ¡Ah¡ !Tu debes ser Leonardo¡- Dijo el hombre.

- Si, lo soy ¿quién eres tu?- Preguntó el muchacho.

- ¿Cómo, Salvador no te ha contado? Yo soy su novio, Alejandro- Dijo el hombre, con seguridad.

Ante la afirmación, el muchacho dio un paso hacia atrás... tenía deseos imperiosos de volver a su casa. Además, habían quedado en que iba a tener la casa para él solo; no que la compartiría con alguien más.

- Ey ¿Estas bien?-Preguntó en tono preocupado el hombre. Mientras le acercaba la mano a la frente.

- Eh, si estoy bien; solo que él no me había dicho nada de que tú estarías acá.-Dijo él.

- Ah, ese Salvador. Lo llamare para avisarle que has llegado- Dijo Alejandro.

- Gracias- Dijo el muchacho.

El hombre sacó un celular, mientras marcaba el numero miraba al muchacho. Cuando por fin atendieron comenzó con grititos de histeria:

- ! Tu amigo ha llegado y me ha dicho que no le avisaste que yo estaría aquí ¡¿Por qué no me dijiste que era tan buen mozo? ¿Y ahora yo que hago? Dice que quiere hablar contigo.

- ¿Conmigo?- Preguntó el muchacho.

- Discúlpame compadre, pero lo que esta a tu lado es mi novia. Cambio de gustos, tenle paciencia; a veces se pone histérica pero con unos golpes se calma. Te pido de favor que la soportes ¿si?- Le dijo Salvador desde el teléfono.

- Pero... no es lo que habíamos acordado- Respondió Leonardo.

- Lo se, pero no pude evitarlo- Dijo Salvador desde el auricular.

- Bien bien, esta bien- Dijo Leo, resignándose.

Cuando colgó, el hombre lo miraba esperando una respuesta. El muchacho lo miró y sin rodeos le dijo:

- El no te aviso nada, porque no había pensado que tu vendrías aquí. Pero me encargo que te cuide. ¿Estas de acuerdo?

- Siiiiiiii, me encanta tener compañía- Dijo el sujeto, mientras lo abrazaba fuertemente.

- Suéltame... me estas... ahogando- Dijo el muchacho.

El grandote lo soltó, el joven le miro por unos instantes y subió a uno de los cuartos. Allí dejó sus cosas. Mientras sacaba su ropa, pensaba en todo lo sucedido y en su objetivo.

Suspiro y luego salio de la habitación. No tardo en encontrarse de nuevo con Alejandro; lo vio en la cocina intentando cocinar. El hombre era un desastre, el muchacho se reía por dentro, pero se alarmó al oírlo gritar. Se había quemado con aceite la mano.

Era obvio que pronto tendría que comenzar con su reto, pero primero había que almorzar. Se acercó al verlo brincar como un desesperado por el dolor. Lo tomó de la muñeca y le metió la mano bajo el agua de la canilla. Le sonrió, mientras le daba un coscorrón y le decía:

- No tienes la menor idea sobre la cocina, esto déjamelo a mí.

- Pero...¿sabes cocinar?- Preguntó Alejandro, incrédulo.

- Por supuesto, he tenido que hacer las cosas de la casa desde que mi madre trabaja- Explico él.

- No lo sabia, entonces eres bueno en la cocina- Dijo él, mientras se le acercaba.

- Tengo practica, nada mas- Se ufano Leonardo.

- Entonces, ¿qué cocinaras?- Quiso saber él.

- Un pastel de papas- Dijo el muchacho muy resuelto.

Alejandro se quedó mirándolo, mientras Leonardo comenzaba a sacar los ingredientes y empezaba a pelar y cortar las papas. Le sorprendía mucho que ese joven supiera cocinar tan bien. Lo más asombroso llegó cuando probó la comida, estaba realmente exquisita y era de su gusto.

Al terminar de comer, lo vio levantarse de la mesa al cocinero y no pudo resistir la tentación de besarlo. Pero Leonardo lo detuvo en seco:

- Lo siento, pero a mi solo me gustan las mujeres.

- Ah, pensé que...

- No se que opinión te hayas hecho, pero no soy como Salvador; a pesar de ser su amigo- Le dijo el joven.

- Pero... ¿no has probado?- Dijo él, esperanzado.

- Por ahora no tengo intenciones de probar. Además, tengo otras cosas por hacer- Dijo excusándose.

El muchacho se levantó, mientras el hombretón quedaba en su asiento. Tenía esperanzas de tener un poco de cariño, pero por el momento no había esperanzas. Leonardo volvió a su habitación, del estuche de la guitarra sacó la espada y acomodo la guitarra nueva que había comprado en reemplazo de la anterior.

Salio con la espada envainada, mientras se cambiaba para salir a la playa sentía que alguien lo observaba. Alejandro lo miraba, mientras sin ningún pudor se manoseaba ahí abajo. El muchacho miro y cerró la puerta.

Puso el arma en una funda y metiendo también una toalla salió a la playa. Sabia que mas lejos había formaciones rocosas, ahí seria el lugar ideal para domar ese arma. Se despidió del hombre, diciéndole que luego volvería.

En la playa, el día acompañaba y el calor sofocante también. Ya había gente bañándose, en especial muchas chicas que ya comenzaban a broncearse. Se le iban los ojos con tanta belleza y tanta carne. Se hizo un lugar y luego se metió al agua.

El aire límpido, el agua fria y ese sol maravilloso hacía un verano formidable. Luego de un largo rato disfrutando del mar salió del agua. Muchas chicas suspiraban por esos hombres musculosos que se paseaban por la playa.

Leonardo no le daba importancia, mientras se secaba miraba hacia donde se veían las rocas. Comenzó a caminar hacia ese lugar, era necesario para él. El camino era ligero, pero comenzó a hacerse difícil a medida que se acercaba tuvo que esforzarse mas.

Se encontró con un lugar escondido, era una playa rodeada por las rocas. Una vez allí, sacó el arma de la funda y la depositó en el suelo; sentándose frente a la espada envainada.

Cerró sus ojos, podía percibir esas voces; algunas suplicantes otras llenas de cólera le pedían que las tomara otra vez. Pero una voz mas profunda acalló a las demás, solo una voz se oyó a partir de ese momento. Pertenecía a un hombre, seguramente; así le habló:

- Hace siglos se me conoció como Zankuro Minatsuki, era el propietario original del arma que hoy tú tienes frente a ti. Luché contra demonios y apariciones hasta mi muerte, es por esa razón que este arma esta maldita. Puedes tomar esta espada, cuenta con mi sabiduría en su manejo... lo he estado haciendo cada vez que haz tomado esta hoja en tus manos.

Las manos del joven tomaron el arma, su mano derecha tomó la vaina, mientras la izquierda aferró la empuñadura. Desenvainó suavemente, relajó su muñeca; dejando el filo mirando hacia abajo.

Su mano derecha se aferró a la terminación del arma y el comienzo de la tsuba. Mientras ejecutaba un corte descendente. Luego avanzaba lanzando una estocada, a pesar de tener los ojos cerrados su equilibrio era excelente.

Se estiró hacia atrás, mientras ejecutaba un corte a una sola mano. Luego arrodillándose, atacó ejecutando un golpe central. Luego dando una vuelta, lanzó un corte... un grito se oyó y una risa también.

Leonardo abrió los ojos, una chica aterrada sostenía un pequeño pedazo de sandia. La hoja se hallaba muy cerca de su brazo. Mas abajo, el resto de la fruta se desparramaba por su fragilidad. Las risas provenían de Mihayla que había estado observando todo ese tiempo.

La asustada chica salió corriendo a escape, mientras la pálida jovencita se acercaba a Leonardo. Ella lo miró divertida, mientras le decía:

- Es muy peligroso que practiques con algo así y encima con los ojos cerrados, tienes que ser más cuidadoso; no olvides que es un arma. A propósito, ¿quién te enseño ese estilo?

- ¿Eh? No se de que me hablas- Respondió él.

- Vamos, no puedes aprender a manejar una espada como esa sin haber tenido alguien que te enseñe- Le dijo ella, mientras se le acercaba.

- Zankuro Minatsuki, creo que así se llama el fundador- Respondió Leonardo.

Al oír ese nombre, la chica se detuvo un instante... su mirada se volvió inusualmente fría. Sus ojos adquirieron una tonalidad muy blanca, esto sorprendió al muchacho ya que nunca había visto algo semejante. Mihayla se le acercó y con voz firme le dijo:

- Dame ese arma.

- Tómala, pero será algo muy raro para ti- Dijo él, mientras le extendía el mango de la espada.

Las manos de ella tomaron la katana, una corriente eléctrica corrió a través de todo su ser. Un sudor frío la embargó hasta la medula, era la espada maldita de Mugen y ella la estaba sosteniendo en sus manos. Pudo oír una voz que le hablaba:

- Veo que tienes la sangre de mi pueblo ¿Has venido a sellarme o a liberarme? Tengo deseos de ser libre, quiero reencontrarme con mi querida esposa allá en el cielo. Pero ahora te lo ruego, dame un poco mas de tiempo.

- Creo que estará bien, pero solo tendrás siete lunas más. Luego vendré a liberarte a ti y al muchacho- Respondió ella por telepatía.

- Lo agradezco- Respondió la voz.

La joven tomó la hoja con ambas manos y luego se la extendió a Leonardo, ella sonrió y luego le dijo:

- Podrás dominar el estilo, pero tendrás solo siete lunas para lograrlo; luego vendré por ti. Hasta entonces.

- ¿Vendrás por mí? ¿no podré verte antes?- Preguntó él, ilusionado.

- Puede ser, pero sin esa espada- Respondió ella, mientras se iba por el camino de arena.

Él se quedó sin comprender mucho, pero luego volvió a abocarse al manejo del arma. Tenía la impresión de que cada vez que entraba en contacto con la espada, iba mejorando.

Pasó todo el día en ese lugar, su cuerpo estaba fatigado. Las manos se le hacían pesadas por eso envainó y comenzó a caminar de vuelta a la casa. Llegó arrastrando los pies, estaba muerto del cansancio. Al abrir la puerta, sintió una voz que se dirigía a él. Al mirar hacia atrás pudo ver a Alejandro que venía con un montón de bolsas.

Entraron los dos, pero Leonardo no lo ayudó. Solo camino hacia el baño y cerró la puerta para bañarse con tranquilidad. Se quitó la ropa, estaba rendido pero el recuerdo de esa chica lo excitaba.

Esa sonrisa, los labios tan rojos y esa piel tan pálida lo ponían cachondo. Mientras se enjabonaba descendió hasta sus genitales. Su mano tomó ese pene gordo y venoso mientras rememoraba a esa chica.

Los movimientos comenzaron siendo delicados en un principio. Su mano comenzó a moverse hacia delante y atrás. Soñaba con que fueran las manos de ella, con ese tacto tan suave y cálido. Soñaba tenerla en su lecho, aunque fuera una sola vez... su mano se movía rápido al tiempo que sus latidos se aceleraban y su pene se ponía cada vez más y más duro.

Deseaba tener esa boca tan delicada rodeando su glande. Para terminar de correrse ahí... los chorros de semen salieron de ese mango duro. Leonardo jadeaba, estaba satisfecho luego de la ducha caliente se secó y tomando la toalla y sus cosas salió hacia su habitación.

Alejandro le silbó ante el espectáculo, esto lo hizo caminar aún más rápido y meterse en su cuarto. Dejó la katana dentro del estuche y se cambio rápido, quería comer algo y acostarse.

Su acompañante lo miró divertido, mientras lo veía comer ese sanguche improvisado de milanesa. Se unió a él en la cena, cuando le alcanzo el jugo. Se sonrió... sin que el muchacho lo supiera había puesto un buen somnífero así podría aprovecharse del joven.

Al terminar de cenar, el joven se levantó y mirando a Alejandro le dijo:

- Me voy a dormir, estoy reventado de tanto andar en la playa. Vos también tendrías que salir.

- Tal vez lo haga, debe estar muy lindo afuera- Dijo con una sonrisa el mancebo.

- Nos vemos entonces- Dijo el muchacho, mientras desaparecía por el corredor.

Alejandro esperó por una hora a que el somnífero surtiera efecto. Luego entró en la habitación de Leonardo. Pero un balde con agua muy fría cayó sobre él. Era una pequeña sorpresa que había dejado el chico para que no molestaran.

Pero eso no lo detuvo, se acercó hasta la cama... Leonardo roncaba como un trueno, al correr la sabana notó que solo llevaba un short. Ese cuerpo lo excitaba, pero todo aumento cuando se encontró con lo que cargaba ese muchacho.

Ese pene era aún mejor que el que la madre natura le había otorgado a él. Gordo, no muy largo y venoso. Estaba fláccido, ya que el joven dormía; acercó su boca y comenzó a darle de su halito caliente, para luego con sus manos elevarlo. El falo respondió a los estímulos irguiéndose orgulloso.

Alejandro babeaba, con pequeños besos fue recorriendo el tronco desde la base y cuando llego a la punta del glande... lo engulló. Podía sentir como seguía creciendo ese pene dentro de su boca, siguió con los cabeceos.

Algo de líquido pre seminal salía del glande, lo lamió con fruición deseando esa leche que albergaba en su interior. Ese miembro estaba a punto de largarlo todo, pero Alejandro quería mas. Por eso se detuvo y subiéndose a la cama se posicionó para insertarse ese pene en su culo.

Se lo enterró sin miramientos, de una manera salvaje. Movía sus caderas en círculos, sintiendo esa tranca perforar su ser una y otra vez. Su propio pene estaba tan duro que ya casi se corría de la excitación que sentía. De pronto una voz que no era la del muchacho le habló:

- Veo que te gusta jugar con mis partes nobles. Déjame que te trate como mereces.

Pudo sentir una fuerza descomunal que lo tiraba hacia abajo. Quedó boca abajo, con sus pompas al aire. Unas manos se atenazaron a sus caderas y su ano fue perforado con violencia. Las embestidas eran cada vez más fuertes y la intensidad era enorme, las manos de Alejandro se aferraron a las sabanas con fuerza mientras las embestidas lo llevaban cada vez más cerca del respaldar.

Sentía los bufidos y la respiración de ese extraño que lo estaba poseyendo, sus piernas apenas aguantaban a esa maquina copuladora. Pudo volver a oír esa voz que le decía:

- Vamos, solo te doy como te gusta, bruja.

- Ah...ah...es... muy...fuerte- Respondió él entre jadeos.

- Entonces aguanta como puedas, no me jodas cabrón- Decía la voz.

Alejandro comenzó a llorar, pero eso no hacia que las embestidas cesaran. La mano ruda lo tomó del pelo, lastimándolo. Finalmente ese hombre largó toda su carga de semen dentro del culo de ese tipo que quedó ahí tirado, jadeando.

Sintió ese cuerpo tirarse sobre él, el falo de ese sujeto ya estaba blando. Sintió que lo abrazaba con cariño y entonces en un susurro oyó una voz familiar:

- ¿Te asustaste, Ale? Que susto te llevaste, igual lo disfrutaste mucho.

- ¿Sa...Salvador?- Dijo incrédulo el hombre.

- Ahap, cambié lugares con Leonardo. El esta durmiendo en la otra habitación- Le respondió Salvador.

- Entonces sigamos un rato más- Dijo un sudoroso Alejandro.

El día comenzó sin esos dos, Leonardo se levantó temprano y con un desayuno rápido salió hacia la playa. Estaba decidido, pero esta vez iba sin la espada... quería encontrarse con esa chica tan rara. Deseaba ver a Mihayla a toda costa, su anhelo se volvería realidad en breve...

lunes, 7 de septiembre de 2009

Capitulo 7: Sadismo e igualdad

Ya habían pasado varios días, el trabajo de investigación ya lo había entregado y aprobado. Así que las vacaciones comenzaban para él. Pero esa felicidad acabó al mirar la fecha en el almanaque...10 de noviembre. De nuevo volvía a ser ese que nunca quiso ser.

Pero aún el día era joven, se levantó de la cama y comenzó a cambiarse para salir a correr. Mientras acomodaba las tiras del calzado, pensaba en lo que pasaría. Eso lo atemorizaba. No quería pensar en ello y por eso salió a hurtadillas de la casa.

En el parque corría con la capucha puesta... tenía ganas de abandonarlo todo, dejar todo atrás. Ese era su cable a tierra, la forma de evadirse de las preocupaciones. Volvió a la casa a ducharse, en la intimidad del baño recordaba a Celsia...

Esos pechos voluptuosos, sedosos y tan blandos que se hacían una delicia tocar. Sus labios abundantes y calientes que devoraron su boca con un frenesí inimaginable. Esas manos cuidadas lo recorrieron casi por completo... Celsia...

Cuando salió del baño, bajó ya cambiado al comedor y dejó una nota: Me voy a lo de unos amigos, vuelvo mañana. Tomó el estuche y comenzó a caminar... nuevamente los demonios saldrían de paseo. Ahora era el portador de algo maldito, el estuche parecía pesarle más que nunca.

Iba contra su naturaleza, contra lo socialmente aceptado. Pero, en eso era el mejor con su espada. La mirada comenzó a cambiar, nuevamente esos ojos de tonalidad oscura aparecieron y la sonrisa comenzó a aflorar... ahora podía caminar hacia el punto de encuentro...

Las horas pasaron rápido, el cielo ya estaba comenzando a oscurecerse. En el estadio de fútbol un muchacho de sonrisa maliciosa esperaba por su cita. Una figura apareció caminando hacia el lugar. Cuando la reconoció... volvió a ser ese muchacho llamado Leonardo. La mujer lo miraba con algo de incredulidad, luego le habló:

- ¿Eres tú, Leonardo?

- ¿Eloisa?- Preguntó él.

- Si, la misma que viste y calza; niño- Respondió ella con orgullo.

- Tiempo sin verte- Dijo él.

- Es cierto, pensé que no volvería a verte. Esto es genial- Dijo ella con ánimo.

- Bien, ahora ¿Hacia donde vamos?- Inquirió él.

- A mi auto, tenemos que hacer- Dijo ella.

Los dos subieron al vehículo, que desapreció como un bólido en las calles de la ciudad nocturna. Aparcaron en un estacionamiento, pero no bajaron del auto... desde ese lugar alto podrían ultimar al sujeto.

Ella miró al muchacho con detenimiento, estaba muy tranquilo con respecto a la última vez que lo vio. Actuaba muy natural, ya se estaba acostumbrando a ese tipo de vida. Le acercó una barra de cereales que él aceptó. Luego de un pequeño silencio Eloisa le habló:

- Te noto más afianzado, Leonardo.

- Si, creo que poco a poco me voy acostumbrando. Aunque hay cosas que no me gustan mucho- Respondió él.

- Si, a veces debemos ser muy crueles- Dijo ella, con algo de pesar.

- Si, me pasa que casi no puedo reconocerme a mi mismo- Confió él.

- Nos pasa a todos, a mi también me pasaba al comienzo. Reconoció ella.

Salieron del auto. Ella abrió con unas ganzúas la puerta del cuarto de limpieza y ambos penetraron en el. Se sentaron uno frente al otro con sus armas a mano. Ella lo miro a los ojos con una gran intensidad.

Las miradas no se apartaban un segundo, ella no cejaba en su empeño... quiso entrar dentro de esos ojos, pero lo que vio la espantó. Bajó la mirada, vencida y sonriendo le habló:

- Veo que has cambiado más de lo que pensaba.

- ¿Tu lo crees?- Preguntó él sorprendido ante la afirmación.

- Si, tu mirada es algo más oscura que la vez que nos conocimos. Es natural, luego de ver las cosas que nosotros vemos en primera persona- Dijo ella, con calma.

- Es cierto, a veces se me hace difícil conciliar el sueño- Le comentó él.

- Sientes como esas personas vuelven a ti, reclamándote; atormentándote. Pero así es nuestro trabajo- Dijo ella.

- Si ¿Ahora que haremos?- Preguntó él.

- Esperar, a las cinco de la madrugada nuestro blanco vendrá a realizar una transacción por armas para un atentado. Esa es nuestra oportunidad- Dijo ella.

- Bien, en ese momento atacaremos- Afirmó él.

Las horas pasaban lentamente, los sonidos seguían apagados pero poco a poco iban haciéndose mayores. Eloisa miró por una hendija de la puerta hacia fuera. Aún no llegaba el blanco. Era preocupante, un ruido le alertó... habían sido traicionados, apenas pudieron reaccionar a tirarse al suelo. Una ráfaga de sub ametralladora penetró como nada las paredes del cuarto. Reptaron hacia la puerta, oyeron un paso... alguien estaba ahí. Él miró a su acompañante, entonces su cara cambio. Nuevamente esa mirada oscura junto a esa sonrisa maligna floreció.

- Mugen Ryu Shishin Ken. Fue el murmullo que salió de atrás de la puerta.

La madera estalló con la estocada a la que le siguió un corte combinado con giro. El sujeto cayó de bruces; mientras sus sesos volaban hacia el lado contrario. Los otros dos hombres dispararon. Mientras ese sujeto evadía los disparos con una velocidad pocas veces vista.

En un momento dado desapareció del campo visual... uno de los sujetos cayó con la espina atravesada por la espada. El que quedaba le apuntó tembloroso, pero un disparo lo silenció. Eloisa le sonreía, mientras sacaba su celular... en unos minutos ya tenía nuevos datos. Se acercó al muchacho y le dijo:

- Alguien filtró datos, cambio de planes... tendremos que ir hasta el hotel.

- Como digas, preciosa- Respondió él.

Subieron al auto, saliendo del estacionamiento. Ella no hablaba, pero su ceño fruncido lo decía todo. Llegaron hasta un hotel muy lujoso cerca de las afueras de la ciudad, pasaron de largo... habían al menos diez hombres custodiando el lugar.

Los arbustos altos que formaban el cerco para el hotel estaban con alambre tejido desde el interior. Así que no sería posible entrar más que por adelante... al menos eso pensaba Eloisa. Se detuvieron un poco mas lejos, Leonardo le habló:

- Bien, entremos por detrás. Puedo hacer una abertura y luego iremos por ese desgraciado.

- ¿Puedes hacerlo?- Preguntó ella incrédula.

- Soy el mejor con mi arma- Respondió él con confianza.

Se acercaron con sigilo hasta la parte trasera, ella le iba poniendo el silenciador a su arma. Un guardia apareció, un pequeño sonido y el guardia cayó al suelo desarticulado; la bala en el pecho lo dejó fuera de este mundo.

Él se agachó por unos momentos y desenvainando realizó un corte en semicírculo. El pasto cayó, mientras la malla se rompía. Pasaron y se apiñaron contra el edificio, iban pegados a la pared; buscando evitar a los demás custodios. Una puerta lateral les dio el escape justo. Entraron a la lavandería, redujeron a las dos empleadas y atándolas en un lugar apartado les proporcionaron un alucinógeno dejándolas sedadas.

Tomaron las ropas para disfrazarse, salieron con las prendas limpias. Entraron con sendos canastos de ropa en los que llevaban ocultas sus armas, pero mientras tardaban... otras cosas ocurrían en el último piso.

Un hombre rubio de cabellos cortos y corta barba se encontraba engrillado a la pared. Mientras una mujer muy joven ciñendo solo su ropa interior y empuñando un látigo le decía:

- ¿Que pasa imbecil? ¿No te gusta lo que te hago?

- Sigue querida Fraulen. No te detengas- Pidió el hombre.

- Como digas, padre- Dijo ella mientras esbozaba una sonrisa

Los latigazos comenzaron a dar contra el pecho del hombre, abriendo heridas que no tardaron en multiplicarse. El tipo gritaba y gemía de excitación, y ella se contoneaba enloquecida... su entrepierna estaba empapada de su propio flujo. Cuando cesó con los latigazos. Pudo ver como ese hombre ensangrentado le pedía mas... ella se sonrío y le dijo:

- Te regalare mas dolor, padre.

- Siiiiiiii...mas, mas por favor- Pidió el alemán.

Ella saco un par de cuchillas muy pequeñas, se acercó al extranjero y mientras lamía la sangre que brotaba de sus múltiples heridas le informó:

- Esto va a dolerte un poco, es algo nuevo.

- Adelante, querida fraulen- Le dijo el sujeto.

La chica tomó la mano de él y luego le ensartó uno de los pequeños cuchillos debajo de la uña. El grito conmovió el edificio hasta sus cimientos, era algo muy doloroso. Sin embargo él quería más. Un nuevo dedo, la hoja se entero entre sus carnes y la uña... otro dedo mas, otra hojilla... así, uno a uno los dedos del magnate Krauser Von Rudolph eran lastimados de forma sadistica.

El sudor y la sangre del sujeto se mezclaban con el perfume de la hija y dominatriz. La chica se sentó ante su padre y comenzó a masturbarse... no tardo mucho en correrse por la excitación que tenía al lastimar y destrozar a su propio progenitor. Sacó un control de su traje y tomándolo en sus manos, luego le dijo a su padre:

- Puedes elegir, ¿quieres más dolor o deseas tomarte mi suciedad?

- Quiero lamer tus jugos, suéltame por favor- Dijo el hombre.

El dedo de ella presionó el control que liberó los grillos. Krauser cayó al suelo cuan largo era. Con el golpe, el sujeto comenzó a arrastrarse, mientras con su lengua lamía del suelo alfombrado los fluidos vaginales que derramó su hija. La rubia se paro, mientras observaba el espectáculo. Cuando el quiso lamer sus pies, ella lo pateó y comenzó a restregar su taco sobre el cráneo del hombre. Con voz autoritaria le dijo:

- No te lo he ordenado, bestia.

- Perdón, perdón fraulen- Gimió él.

La escena fue interrumpida ante dos gritos ahogados y el que la puerta cayera partida en dos limpios pedazos. Los dos se quedaron sin entender mucho. Un hombre de cabellos oscuros y una sonrisa tan maléfica y fría que los hizo temblar como chiquillos los miró con esa oscuridad que tenía por mirada mientras avanzaba hacia ellos.

Desenvainó esa espada, el acero se presentó con sutileza ante esos ojos temerosos. Un grito de horror que se ahogo fue todo lo que alcanzó a salir de la habitación. La sangre de ambos comenzó a derrengarse sobre el piso de la habitación. Leonardo escupió al piso, asqueado. Luego salió de la habitación, le sonrió a su compañera mientras de un golpe sacudía la sangre de su arma y envainaba.

Eloisa le sonrió, mientras veía los cadáveres sin vida de esos dos. Se fueron, mientras volvían a disfrazarse. Dejaron cerrada la habitación, no tardaron mucho en llegar al auto y desaparecer en la carretera. Su compañero estaba de mejor humor, ya no se percibía esa maldad; aunque si había algo de tristeza en su ser.

Ella detuvo el auto en la ruta, dio una vuelta en U y volvió a la ciudad. Pero no se detuvo, lo llevó hasta un lugar céntrico. Allí detuvo el auto y lo invitó a pasar. El no sabía que decir, pero aceptó.

Se bajo del auto y la siguió, mientras ella abría la puerta y lo invitaba a pasar. Lo primero que vio fueron unas escaleras. Subió junto a ella mientras la mujer lo miraba a los ojos con fijeza. Cuando llegaron arriba, Eloisa pasándole el brazo entre los hombros le dijo:

- Bienvenido a mi hogar.

Tras la puerta, pudo ver una casa decorada con muy buen gusto. Unos cuadros muy bonitos colgaban de la pared. Las paredes pintadas con colores vivos daban una impresión acogedora. Entraron a la casa de ella, mientras él la veía dejar su saco sobre el perchero y las llaves las dejaba en un lugar para colgarlas al lado de la puerta.
Ella se disculpó un momento y le dijo:

- Enseguida vengo, prepárate lo que quieras.

- Bueno, gracias- Dijo él con algo de vergüenza.

La chica desapareció en una habitación, mientras él se dirigía a la cocina a ver que había en la heladera. Tomó una jarra con agua y buscó un vaso, cuando se estaba sirviendo un poco de ese liquido vital oyó la voz de Eloisa a sus espaldas.

- Toma la que quieras, pero puedes sentarte también.

- Gracias, muchas gracias Eloisa- Dijo él con algo de vergüenza.

- Vamos Leonardo, estas en confianza. Aquí ya no somos compañeros de trabajo- Le dijo ella en tono jovial.

- Si, es que me cuesta esto de comportarme de otra forma- Dijo él mirando al piso.

- Lo sé, a mi también me costó mucho. Pero con el tiempo se vuelve algo natural, tanto que todos creen que eres de la misma forma siempre- Dice ella mientras lo mira con fijeza.

- Pero... ¿eso no es una mentira?- Pregunta él.

- Si, claro que lo es; pero entonces ¿cómo crees que te tratarían sabiendo que eres un asesino?- Le responde ella.

- Entiendo, lo comprendo Eloisa- Responde él en actitud reflexiva.

- Me parece lo más correcto ocultar quien soy para el resto- Dijo ella, en un tono melancólico.

- Es lo mejor, creo que de saberlo nos repudiarían- Dijo él.

- En efecto, pero cuéntame... ¿Cómo es tu vida?- Preguntó ella.

Leonardo suspiró, mientras terminaba de tomarse al vaso de agua la miro largamente y luego; dejándolo sobre la mesa le dijo:

- Lo mío es algo monótono, pero ya que quieres saber te lo diré: Soy un estudiante del instituto Mazza; me queda un año para recibirme de contador. Tengo padres separados, por lo que vivo con mi madre que es una empresaria que trabaja la mayor parte del día. Además, tengo una hermana menor a la que cuidar; por eso hago las cosas de la casa todos los días. Esa era mi vida, antes de entrar en todo esto.

- ¿De veras eres la ama de casa?- Preguntó ella sin creérselo.

- Si- Respondió él.

- Mierda, de veras que tu vida es un bodrio; sin ofender colega- Dijo ella, mientras lo miraba como un bicho raro.

- ¿Y, como es tu vida?- Preguntó él.

- ¿Mi vida? Es mucho mas aburrida que la tuya... Trabajo como una tediosa secretaria en una oficina de la intendencia. Muchos papeles y poca acción, vuelvo a mi casa muy tarde; encima vivo sola- Dijo ella con pesar.

- Al menos puedes vivir sola, yo no tengo trabajo aún- Dijo él con pesar.

- ¿Quieres venirte a vivir aquí?- Preguntó ella.

- No lo creo, en mi casa pondrían el grito en el cielo si supieran que me vengo aquí- Dijo él con seguridad.

- Oh, es una pena; me haría bien tener compañía cuando estoy sola- Dijo ella, mientras le tocaba la pierna.

- Puedo venir a verte, si eso quieres- Dijo Leonardo mientras la miraba algo preocupado.

- Me encantaría, al menos tendría compañía en mis ratos libres- Dijo Eloisa mientras le daba un besito.

- Él se levantó de la silla, ella lo emulo y luego le tomó del brazo. Él no quiso mirarla y Eloisa lo obligó. Quedaron frente a frente, ella entonces le dio un papel con la dirección de su casa. Lo acompaño hasta la puerta y lo despidió con la mano.

Un muchacho cabizbajo se fue caminando con su estuche de guitarra, ella lo miró partir; mientras sonreía de lado. Miles de cosas nublaban su mente, estaba desconcertado pero no sabía por que se sentía feliz... había encontrado a su igual.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Capitulo 6: Descubrimiento

Se descubren cosas ocultas, la trama va dilucidándose
Pero... El saber implica nuevas responsabilidades.

Volvió a su hogar, con el estuche ya volvía a ser el de antes. La sonrisa fría se había borrado y esa sensación de poder y superioridad desapareció. Caminaba recordando y temblando al ver lo que podía desarrollar. Temía a esa faceta que se desataba al tener esa arma entre manos.

Al entrar en su casa vacía, un silencio lo abrazó sobrecogiéndolo. Dejó el estuche y salió... se encaminó hacia la biblioteca, tenía curiosidad por saber algo. Pero al entrar en el lugar no supo como pedir material.

- Disculpe ¿tienen información sobre espadas?- Preguntó Leonardo.

- Claro que si, ¿sobre que tipo?- Le preguntó la bibliotecaria.

- Espadas de todo tipo, creo- Respondió él.

- Bien, acompáñame- Dijo ella mientras se levantaba de su asiento.

- Gracias- Dijo él.

La vio tomar un bastón y caminar, era una mujer bonita a pesar de su edad que no pasaría de los cuarenta. El vestido largo dejaba imaginar unas caderas firmes y unas piernas algo maltratadas. No tenía unos pechos exuberantes pero no dejaban de ser preciosos. La dama se detuvo en un anaquel y luego buscando con su dedo extrajo un grueso volumen. Busco más abajo y saco dos libros más. Luego le pidió:

- Por favor muchacho, ¿puedes alcanzarme el segundo libro? Yo no llego.

Leonardo asintió y estirándose sacó el mencionado libro. Ella tomando el resto se los entrego en las manos y le dijo:

- Bien, estos son todos. Si precisas algo más estaré en la recepción.

- Gracias. ¿Qué le ocurrió en la pierna?- Preguntó él.

- Ah esto fue un accidente automovilístico. Un precio muy pequeño a comparación del que pago mi marido- Respondió ella con una sonrisa.

- Oh lo lamento no sabía- Se disculpó el muchacho.

- Esta bien, después de todo Ud. No tiene la culpa- Le dijo ella.

Le dio los libros y se retiró a su lugar de trabajo, Leonardo comenzó a leer esos volúmenes sobre algo desconocido para él. Vio cantidades de documentos y tipos de espadas. Pero ninguno hacia referencia al arma que descansaba contenta dentro de su estuche.
Se levantó de su asiento en la sala de lectura, la luz tenue de esa lámpara lo tenía cansado y esa oscuridad apenas dejaba ver dentro del recinto. Volvió a llegarse hasta donde se encontraba la bibliotecaria y le dijo:

- No he hallado lo que buscaba, ¿Hay más material?

- A ver, déjame ver- Dijo ella mientras buscaba en el ordenador.

- ¿Y bien?- Preguntó él impaciente.

- Bien, he hallado un tratado muy viejo; puede servirte- Dijo ella mientras tomaba su bastón.

Se levantó de su silla mientras comenzaba a caminar. Leonardo la siguió hasta el rincón mas apartado del recinto. Ella se agachó y extrajo una llave, luego abrió el anaquel cerrado y de ahí extrajo un libro polvoriento de guardas gastadas. Se lo entregó al muchacho y luego volvió a su lugar.

Leonardo tomó el libro y comenzó a leer. Ahí pudo encontrar cosas que correspondían con la descripción de la espada que tenía en su poder. Entre ellos encontró un boceto algo burdo que se parecía a su espada, entonces leyó con atención:

Espada Muramasa, fecha desconocida. Estas espadas eran utilizadas para cometer los peores crímenes y asesinatos, según las leyendas locales el forjador de estas armas utilizaba las almas de los demonios para crearlas. Se sabe que originalmente, en los ritos de magia negra de ciertas sectas budistas y en especial de la secta Shingon al crear un arma se le adosaban cientos de espíritus malignos a fin de fortalecer el deseo de matar de su poseedor.
Entre ellas, se destaca un ejemplar que presuntamente se ha perdido; se trata de la espada que utilizaba el ayudante para los seppukus que ordenaba el emperador. Con ella este sujeto tomó la vida de su propio gobernante.

Esto lo dejó intranquilo, parecía salido de una película de terror. Pero eso explicaba las sensaciones que lo invadían al tomar ese arma entre sus manos. A eso debía el cambio de conducta, y sin embargo lo atraía.

Se levantó y le dejó el libro a la mujer que amablemente le sonrió. Salió de la biblioteca y caminó hasta su casa. Los pensamientos vagaban en su mente aturdiéndolo, era demasiado loco; pero cierto. Tenía en su poder un arma maldita, un contenedor de demonios sedientos de sangre y maldad.

Volvió a su hogar, su hermana lo recibió con un beso que lo descoloco. Se la sacó de encima y le dijo:

- ¿Qué haces?

- Solo te saludo- Le dijo ella mientras lo miraba a los ojos.

- Pues ya termínala con estas cosas, ya te dije que no quiero saber nada más de lo que paso- Dijo Leonardo algo mosqueado.

- Una vez que cocino ¿Y me venís con esto?- Preguntó ella.

- ¿Cocinaste?, eso si que es de no creer.-Dijo él, en tono burlón.

Se sentaron a la mesa, comieron en silencio ella lo miraba con atención esperando a que él hablara. Entonces Leonardo le preguntó:

- ¿Y tus amigas?

- Se fueron a sus casas- Respondió ella con una sonrisa entre picara y macabra.

- Que lastima, como siempre andan juntas- Dijo él.

- Solo quería estar sola por un rato- Le dijo ella.

- Bien, ahora que hemos terminado de comer ¿lavaras los platos?- Preguntó él.

- Si, luego me iré a dormir- Dijo ella en tono sospechoso.

Él se levantó de la mesa y se fue a su habitación, miró y vio una nueva caja ahora abierta. Seguramente su hermana la abrió y miro lo que había dentro, reviso y todo estaba allí. Vio el video, nuevamente ese hombre le daba las felicitaciones y le entregaba otra misión.

Haz cumplido mejor de lo que esperábamos con la misión, tu siguiente blanco será un empresario alemán que llegara al país el diez de noviembre. El nueve del mismo mes, a las 20:00 hrs. Un contacto te estará esperando en las puertas del estadio de fútbol, hasta entonces permanece oculto.

El muchacho suspiró aliviado. Al menos por un tiempo no tendría que volver a tomar esa arma entre sus manos. El saber que ese objeto había probado sangre desde hace siglos lo atemorizaba. Se cambió y luego volvió a su cama, durmió pero tuvo pesadillas.

Los demonios danzaban mientras luchaban contra algo, ese acero brilló mientras algunos caían y otros se abalanzaban sobre su portador. Pero este los acababa rápidamente, sus cabellos oscuros y su mirada perversa solo se igualaban a su sonrisa maliciosa.

Parado entre podredumbre y vísceras que no podría describir ese sujeto comenzó a avanzar en busca de más criaturas para matar...

Luego apareció un hombre que no conocía con una extraña armadura, entre sus manos sostenía la espada. Lo vio sonreír mientras corrían hacia él multitudes de hombres, los gritos lo aturdían. Los movimientos apenas se percibían, pero el silencio prevaleció y ese sujeto con la armadura destruida comenzaba a avanzar.

Corrió y se abalanzó sobre él mientras le clavaba la espada, pero no era él... un anciano de ropas finas aferraba por los hombros a su asesino. Este sin responder le practicó un corte ascendente, terminando de partirlo en dos. La sangre salpicó por todos lados, el bosque quedó en silencio mientras el guerrero se retiraba del lugar.

Se despertó sobresaltado, pero eso no fue nada en comparación de lo que le esperaba... había algo entre sus manos ¡La espada! Tiró el objeto al instante y luego lo guardó en el estuche. Traspiraba, no podía siquiera dilucidar como había llegado hasta sus manos; se sentó en la cama...

Volvió a dormirse rápido, estaba muy cansado y afortunadamente era viernes; podría dormir hasta tarde. Cuando despertó, fue hacia el baño a ducharse un poco... se sacó el pijama y dejó la ropa limpia en un lugar seco para ponerse.

Sintió unos pasos que venían hacia el baño. Pero no les dio importancia, seguramente era su hermana. Siguió bañándose tranquilamente, la puerta se abrió de repente y alguien gritó. Leonardo no tenía con que taparse, ni siquiera cortina había... miró hacia donde vino el grito y casi se muere al verla: era la chica del subte.

La chica lo reconoció, poniéndose mas colorada... luego se tambaleo, desmayándose. Leonardo se alarmó y salió de la ducha mientras se cubría con una toalla. Se arrodilló, alzando a la chica y miró a su hermana que venía subiendo la escalera rápidamente.

- ¿Qué hacia esta chica aquí?- Preguntó él.

- Es Marisa, una compañera de clases que se quedo a dormir ayer en casa. Le dije que bajara a la cocina- Respondió Micaela.

- Lo malo es que me vio desnudo- Dijo él con vergüenza.

- Bueno, al menos vio algo que la alegró- Le dijo su hermana con una risa burlona.

- No seas así, Micaela- La retó él.

La chica ayudó a su hermano a recostar a la jovencita en la cama de ella. Leonardo se fue a cambiar, mientras Micaela se quedaba con Marisa. La rubia se despertaba de nuevo, su amiga le preguntó:

- ¿Estas bien?

- Si, tuve un mal sueño... iba caminando hasta el baño de tu casa y había un hombre duchándose- Dijo ella.

- No fue un sueño, mi hermano se estaba duchando en el baño. Vos lo viste y te desmayaste- Le respondió su amiga mientras le daba un suave golpecito en la frente.

- Ah, lo siento mucho. Creo que será mejor que vuelva a mi casa... aunque no quiera- Comentó la chica.

Desde abajo de las escaleras pudieron escuchar el grito que las llamaba a desayunar. En efecto; era Leonardo. Las chicas bajaron, la mesa ya estaba servida y el cocinero ya estaba tomando sus apuntes para irse hacia la biblioteca.

Se cruzaron por un momento, él saludo y luego salió cerrando la puerta. La mirada de esa chica le recordaba lo que hacia cuando nadie lo veía. Subió al colectivo y se acomodó en un asiento vacío. Unas paradas mas adelante, una voz femenina le preguntó:

- ¿Esta ocupado el asiento?

- No, podes sentarte si queres- Respondió él sin mirar.

- Gracias- Dijo la voz.

Cuando miró quien era, se sorprendió al ver a la chica del callejón. Se reconocieron, pero ella no dijo nada; solo se sonrió. Tal vez recordando a una de las pocas personas que tuvo un gesto de humildad y piedad para con ella.

Leonardo se quedó atónito, pero también veía que su parada se acercaba. Le pidió permiso a la chica y presionando el timbre bajó en la cuadra de la biblioteca. Subió las escaleras y entró de nuevo al recinto, de nuevo ahí estaba esa mujer con sus libros ya listos.

Le agradeció a la mujer mientras se iba de nuevo a la mesa mas alejada a seguir investigando para ese seminario de investigación de la facu. Las horas allí dentro pasaron rápido. La luz eléctrica iluminaba esa mesa en la que habían desparramados una gran cantidad de libros y apuntes.

El joven miró la hora, eran las nueve de la noche. Salió de ahí por unos momentos a comprar algo para llenar su estomago que pronto empezaría a rugir. Entró a un kiosco y se compró unas papas fritas y una gaseosa. A hurtadillas entró en la biblioteca con los alimentos.

Llegó hasta la mesa de trabajo y volvió a prestarle atención a su entremés. Pudo oír los golpecitos del bastón acercándose, era la bibliotecaria. La mujer le preguntó:

- ¿Qué traías?

- Nada, solo salí a tomar un poco de aire- Dijo él, fingiendo.

- Entonces ¿por qué huelo a fritura?- Preguntó ella.

- Puedo explicarlo- Respondió él.

- Aquí no se permite entrar con alimentos- Dijo ella, estricta.

- Por favor, ¿tengo que ir afuera a comer?- Preguntó él.

- Esta bien, pero tendrás que hacer algo por mi- Respondió ella, mirándolo con malicia.

Leonardo se levantó de la silla y siguió a la mujer hasta el rincón mas apartado y oscuro, luego soltó el bastón y trayéndolo bien cerca de ella le dijo:

- Bien, ahora voy a darte tu castigo.

- Pero... ¿esto esta bien?- Preguntó él.

- Claro que si, nadie vendrá por aquí- Dijo ella.

Ella le bajó los pantalones junto con la ropa interior. Luego se agachó y comenzó a lamerle los huevos, el joven se dejaba hacer mientras gemía de placer. Ella comenzó a pajearle esa herramienta tan dura, luego comenzó a recorrer el contorno de ese mango con su lengua cálida.

Leonardo la levantó, sentándola sobre el anaquel para luego sacarle la ropa y el brasier; dejando a la vista unos pechos con unas areolas abundantes. Comenzó a besarle los pezones, haciéndola derretir de placer.

Ella le pidió en un susurro que la besara en el cuello. Así lo hizo, la bibliotecaria sentía como si la invadieran impulsos eléctricos. Sus bragas ya estaban muy humedecidas, le pidió al joven que se las quitara...

Así lo hizo, luego contemplándola por unos momentos ella lo animo a que le comiera el coño. La lengua de ese muchacho se afianzó dentro de sus otros labios, lamiéndola y comiéndole el panocho con una fruición infinita.

No tardó mucho en correrse delante del joven sorprendido, viéndola contonearse ante las convulsiones de ese orgasmo. La dama jadeaba, estaba empapada frente a ese joven que la volvía loca. Él se paró y mientras la besaba iba introduciéndole de a poco su miembro.

Ella se movió, introduciéndose esa polla tiesa, dura y venosa mas profundo aún. Esto lo sorprendió, pero no significó que se amilanara. Tomándola de los pechos comenzó a bombearla, mientras masajeaba sus senos.

Las embestidas fueron subiendo en intensidad, ella gozaba con cada golpe, cada empellón la hacia sentirse amada. El pelo de ella se revolvía en el aire, la mujer abrazó al muchacho con fuerza.

Se aferró a él, como buscando fundirse con ese ser; podía sentir como ese mástil subía y bajaba dentro de su almeja. Lo hacia con constancia y dedicación, ella seguía gimiendo... el momento llegó y volvió a correrse. Él la levantó y entonces la colmó de su cálido y espeso esperma.

Ella se paró, mientras él se sentaba en el piso. Estaba todo sudado, pero ella lo valía. La miro ahí frente a él. Toda revuelta, excitada, jadeante; ella se arrodilló, para buscar mas besos en los labios del muchacho.
Él la beso, mientras le traía con fuerza hasta su lado; luego la sentó sobre su regazo haciéndola sentir como crecía ese mástil. Luego él le preguntó:

- Tengo que irme, pero quiero saber algo ¿tu nombre?

- Celsia, ¿eso querías saber Leonardo?- Respondió ella.

- No, solo quiero saber...

- Cuando quieras, las veces que lo desees- Le dijo ella, mientras le robaba un beso de los labios.

- Gracias- Dijo él.

Se levantaron y se arreglaron la ropa lo mejor que pudieron, él vio como ella se movía normalmente sin el bastón. Ella lo miró y sonriéndole por lo bajo le pidió que guardara el secreto.

Leonardo tomo sus libros y apuntes, se los dejo sobre la mesa y con un saludo se despidió de Celsia. Salió de la biblioteca y volvió a su casa, nuevas aventuras aguardaban...

martes, 1 de septiembre de 2009

Capitulo 5: Mentiras

Una mentira lleva a otra y se encadenan, poco a poco
el hombre se hunde en un pantano del que no puede salir.

Sin embargo, aún con las mejores intenciones se han cometido las peores aberraciones en la historia del mundo. Se sentó a la silla luego de dejar su estuche en la habitación. Su madre con el seño fruncido esperaba explicaciones.

- Lamento llegar a esta hora. Es que nos quedamos en lo de Hernán ensayando un número para el insti- Mintió Leonardo.

- ¿Era necesario que dejaras la casa sola? Sabes muy bien que no me gusta que Micaela se quede sola- Dijo su madre.

- Pero si ella estaba con sus amigas, al menos cuando me fui era así- Dijo él.

- No me gustan sus amistades, esas chicas no me inspiran confianza, hijo- Dijo su madre.

- Bueno, trataré de no salir tanto mama. Pero es que a mi también me gustaría poder salir sin tener que estar pendiente de ella- Dijo el joven.

- No tengo problema en que salgas, pero trata de volver temprano, no quiero llegar y que tu no estés- Dijo la mujer.

- Ok, lo haré- Dijo él resignándose.

- Me alegra, ya me tengo que ir. Cuídate- Dijo su madre mientras le besaba la frente y tomando su cartera salía hacia el trabajo.

Él se quedo ahí, el sueño pudo mas y terminó durmiéndose en la mesa. Sintió un cálido toque que movía su cabeza, cuando abrió los ojos se trataba de su hermana que lo miraba preocupada.

Se sorprendió y avergonzó de que lo encontrara en esa situación tan embarazosa. Ella solo se limito a decirle:

- Dale, son las siete de la mañana. Tenés que irte, igual yo me voy a encontrar con las chicas para preparar un trabajo.

- Uh, ya me estoy yendo- Dijo el muchacho mientras se incorporaba se lavaba la cara y tomando los libros salía corriendo hacia el instituto.

La chica suspiró al verlo correr como un desesperado, camino hasta la puerta y cerró con llave... Leonardo corría hasta el subte, quería llegar a tiempo al colegio. Bajó las escaleras y llegó. El subte se estaba yendo de la estación, estaba enfadado y resignado ahora llegaría tarde.

Miró a su alrededor mientras esperaba que viniera de nuevo el servicio. El metro llegó y el subió, como era hora pico iba muy apretado. Se topó con alguien y quiso moverse pero solo se apretó más contra esta persona.

La sorpresa del muchacho fue mayúscula al verse cara a cara con la joven hija de su blanco. La muchacha se sonrojó y lo miró a los ojos por unos instantes, el sonido de las puertas abrirse en la estación de él rompieron la magia del momento.

Salió corriendo para llegar al instituto, la chica se sorprendió por su supuesta reacción pero no dijo nada, solo lo miró irse. Leonardo se quedó algo preocupado, ¿ella se habría percatado de quien era él? Descartó esa idea rápidamente, habían usado mascaras muy buenas para ocultar sus rostros; así que no había problemas.

Entró al salón con estrépito, su profesor lo miró con un gesto de reprobación y rápidamente le increpó:

- ¿Otra vez llegando tarde? Tiene media falta.

Él no respondió y sentándose en su lugar se unió a la clase. El cansancio se notaba en su cuerpo porque se quedó dormido en la clase. El profesor no soportó más y de un grito lo despertó con un susto. Todos rieron en el salón, Leonardo se avergonzó mientras pedía disculpas al académico.

Cuando termino el turno, salió caminando al mejor estilo zombi. Estaba muy cansado por todas las emociones de la noche anterior, había dormido muy poco. Con los libros bajo el brazo y su falta de reflejos no vio a la apurada y despistada muchacha que salió de repente. Chocaron los dos y cayeron al piso, él se levantó como pudo cuando miro hacia arriba vio a la chica del tren extendiéndole la mano. Le ayudo a levantarse y juntando sus cosas le dedico una sonrisa.

Él se quedo embobado, no supo que decirle a esa joven de cabellos dorados y mirada cristalina. Fijó su vista en esos labios rosados que se movían con preocupación, entonces la oyó hablar:

- Ah, discúlpame, no vi por donde caminaba.

- Esta bien, yo tampoco estaba atento, discúlpame- Dijo el joven con algo de mala espina.

- Gracias, disculpa ¿este es el instituto Mazza?- Preguntó ella.

- Si, este es. Disculpa, tengo que irme- Dijo él algo incomodo.

- Espera, ¿Puedes mostrarme el lugar? No conozco mucho esta zona- Pidió ella.

- Esta bien, lo único ya están por cerrar; será mejor apurarnos- Dijo Leonardo.

- Bien- Dijo ella mientras sonreía.


- Entremos entonces. Le dijo él, mientras la guiaba.

El joven guió a la muchacha por el interior del complejo, mostrándole aulas, gimnasio, enfermería, sala de actos. Cuando terminó de mostrarle todo, salieron por el pasillo pero cuando llegaron a la puerta de salida esta se encontraba cerrada.

Leonardo suspiró al verse encerrado y la chica se desanimo mientras le decía:

- Creo que fue mala idea pedirte que me mostraras el lugar.

- No hay problema, podemos salir por la ventana- Dijo él mientras subía a un banco y comenzaba a pasarse por la abertura.

- Bien pensado- Dijo ella y le emulo.

El joven se quedó mirando para arriba, viendo como la chica se pasaba; ella no alcanzó a aferrarse del borde y cayó con estrépito. Leonardo la ayudó a levantarse, tomándola de la mano. Ella se levantó muy apurada y terminó tropezando... cayendo sobre él.

La situación pareció detener el tiempo en esa entrada, el perfume de ella penetró dentro de él extasiándolo. Los cabellos rubios se regaron sobre Leonardo que la miraba a los ojos con sorpresa. Sus pupilas celestes quedaron fijas en las de Leonardo que sentía como un sudor frío comenzaba a correrle por la espalda.

La chica se paró, mientras se ponía colorada como un ají el muchacho se paraba algo avergonzado por lo sucedido. Un silencio incomodo se cernió sobre ambos y ella terminó disculpándose de nuevo por su torpeza. Él se quedó callado mientras la miraba, ella pasó a lado de él y le dijo:

- Mira

Él miró justo hacia donde estaba ella y la joven aprovechó para robarle un beso. Mientras ella desaparecía entre la multitud del lugar, Leonardo se quedó ahí parado como una estatua. Lloraba y reía ante lo irónico que podía llegar a ser todo, él era el asesino de su padre y ella ahora le había robado un beso con picardía.

Secó las lágrimas con su puño y comenzó a caminar hacia su casa, ya llegaba tarde pero no importaba. Aún no había hecho la comida ni los mandados, su hermana seguro estaría furiosa esperando su llegada.

Pero al llegar, nada fue así... su hermana no había llegado, eso era raro. Tocaron a la puerta de la casa y un nuevo paquete llego a sus manos. Lo guardó en su habitación y bajo a cocinar, oyó unos quejidos que venían de la habitación de su hermana.

Se acercó sin hacer ruido y miró por la cerradura, no pudo ver nada porque el cuarto estaba a oscuras. Abrió la puerta y con un palo en la otra mano penetró en el cuarto, un griterío del demonio se armo ahí adentro.

Su hermana gritó al verlo con el palo mientras un jovencito rubio lo miraba aterrado y sorprendido. Leonardo los miró a ambos, tomó al muchacho de la remera y le preguntó:

- ¿Que haces acá?

- Nada, estoy jodiendo con tu hermana- Dijo el jovencito.

No hubo respuesta, solo un violento puñetazo que dobló en dos al pibe. Leonardo lo llevó de la remera como un gatito hasta afuera y lo sacó de la casa. Su hermana le recriminaba por el joven, él no le presto atención y solo cocinó.

Comieron en silencio, Micaela estaba ofendida por la conducta bárbara de su hermano mayor. Él no dijo una sola palabra para no provocarla y tener que soportar una discusión que no llevaría a nada. Cuando la miro no pudo más y le dijo:

- La próxima vez que quieras hacer alguna cosa de esas, hacela fuera de casa.

- Ah claro ¿y vos que sabes que hacíamos nosotros? Vos no tenés idea de lo que hacíamos- Le dijo ella con desprecio.

- No lo sé y prefiero no saberlo a pervertirme sabiéndolo- Le respondió él mientras terminaba de comer.

- Claro, seguro que no sabes nada de esto vos. Y decime, ¿Qué onda con Lucrecia?- Preguntó ella con malicia.

- ¿No es tu amiga? ¿Qué tengo que ver yo con ella?- Buscó desentenderse.

- Mmmm... que yo no soy tonta, el beso del otro día y la descompostura de ella ¿Seguro que no paso nada?- Volvió a preguntar ella.

- No... que yo sepa no- Mintió él.

Ella se quedó asombrada de su respuesta. Al parecer su presentimiento no era el correcto. Se levantó de la mesa y se fue a su habitación. Leonardo comenzó a lavar los platos y luego se acostó, tenía mucho cansancio.

Se cambio y se metió en la cama, fue como un desmayo porque se durmió al instante y no se levantó hasta muy entrada la noche. Un poco de frío lo despertó, abrió los ojos despacio y lo que encontró lo shockeo...

Su hermana estaba a su lado desnuda, entre sus manos tenía una botella de whisky y olía a alcohol, en las sabanas había un poquito de sangre. Y él también olía a alcohol, miró a su entrepierna y notó que no tenía sus boxers. Eso lo alarmó... no podía ser que... ¿su propia hermana se lo había tirado?

No podía ser posible, pero la escena daba la pauta. Se levantó y movió a Micaela, la chica lo miró y corrió hacía el baño a vomitar. Leonardo la siguió y tuvo que observar como devolvía todo lo que había comido a la taza del excusado. Se acercó a Micaela y le preguntó:

- ¿Qué paso?
- ¿No lo recuerdas? ¿No estas jodiendo?- Le preguntó ella recuperando el aire.

- No, no quiero saberlo. Tu...¿y yo?- Pregunto él, tembloroso.

- Creo que si, no lo recuerdo muy bien. Pero se sentía muy cálido y vibrante, fue una sensación maravillosa- Dijo ella mientras se sonrojaba.

El se quedó callado, no podía creer que su propia hermana dijera eso; algo lo detuvo pareció recordar unos gemidos mientras dormía... NO PODIA SER POSIBLE, entonces era verdad. Micaela lo vio bajar precipitadamente hacía la cocina y presintió algo malo, lo siguió...

En la cocina lo vio tomar un cuchillo y apuntarlo a su cuello, cerró los ojos e hizo fuerza; el acero siguió el movimiento pero su vida no se termino... un poco de sangre cayó sobre él. Abrió los ojos, Micaela detenía el cuchillo con su mano; se había cortado en el proceso de salvarlo.

Él no la miro, se avergonzaba de lo que era y de lo sucedido. Ella lo tomó con sus manos mientras la sangre manaba de su mano llegando al rostro de él y le dijo:

- En todo caso, la que tendría que hacerlo soy yo. Fue mi estupidez querer sacarme esta virginidad contigo, ya no sirve llorar sobre la leche derramada. Si mueres, no veras como reparo mi error.

- Todo esto no es correcto, tú debías darte a quien más amaras; a un hombre que consideraras especial. No a tu propio hermano- Dijo él con congoja.

- Pero nadie se fija en mí, todos creen que solo soy una nerd que no puede calentar siquiera una cuchara. Creen que soy asexuada, que no tengo deseos, pero los tengo y no podía realizarlos- Dijo ella mientras lloraba.

Leonardo la abrazó, dejando que largué toda su amargura. Ambos se cambiaron, Micaela se vendó la mano mientras él preparaba el desayuno. Después de desayunar, él se fue al colegio mientras ella se iba a la clase de gimnasia.

El camino hacia la estación fue rápido, el saber que su hermana se arriesgó tanto por protegerlo le reconfortaba. Subió al subte, nuevamente el apretujón de gente yendo hacia sus trabajos. Llegó sin novedades al colegio y pudo cursar con normalidad, el día pintaba bastante normal en su vida.

Sin embargo, al llegar a su casa... el paquete estaba ahí esperándole. Suspiró y lo tomó, abrió la puerta y entró a su hogar. Subió las escaleras hasta su habitación y lo abrió, el contenido era el mismo solo que esta vez la cantidad de fajos era mucho mayor.

Puso la cinta en la video casetera y esperó... misma imagen y voz, pero pudo apreciar algunos detalles que antes había pasado por alto. Esta vez la misión era mucho mas riesgosa, el blanco era poderoso y esta vez no contaría con ninguna ayuda.

Facundo Quiroga, ese nombre resonaba en su mente. Un dominador empedernido que controlaba la vida de una provincia completa a su antojo. Pasando por encima aún del Presidente. Un hombre violento que no conocía otra cosa más que la fuerza... sería difícil acercarse.

Tuvo que averiguar en periódicos y con amigos, así pudo enterarse de que el sujeto pasaría un tiempo en la ciudad. Se hospedaría en una quinta a las afueras de la ciudad, era perfecto, además contaba con dos días para planearlo.

Los días pasaron, los nervios crecían y el plan no aparecía. Pero el trabajo ya estaba pagado el día llegó y nada podía hacer mas que ir. Tomó el estuche y salió en el colectivo... se bajó cerca del lugar y comenzó a caminar, temblaba por dentro... tenía miedo.

Se pegó contra el muro posterior sobre el que se apoyaba la casa y ahí se quedó respirando. Se recriminaba a si mismo el haberse sumergido en esa situación riesgosa, y ¿si se volvía a su hogar?

Acarició esa idea en un principio, pero la desechó de inmediato al recordar que ya sabían su locación... su familia podía estar en riesgo. Sacó la espada del estuche y todo quedó claro.

Esa mirada volvió a emerger, la sonrisa maliciosa afloró en sus labios de una forma límpida. Escaló el muro sin complicaciones y se escondió tras un árbol, vio al blanco pasar acompañado por una veintena de hombres y dos mujeres preciosas.

Entraron en el caserón y los guardias se dispersaron por el perímetro. El más cercano a él miró un momento hacia el árbol. Se ocultó más y luego en cuanto se descuido le aplastó la garganta de una vez.

Lo trajo consigo y tomó sus ropas, luego salió disfrazado y mató a los restantes. Desde fuera se oían los gritos de placer y lujuria de Facundo y sus dos mujeres. Pasados unos minutos, el asesino penetró en la casa.

Subió a la planta alta, donde se encontraban los amantes. Las puertas estaban cerradas, no era lo mejor penetrar haciendo estruendo. Abrió lentamente la puerta y un disparo lo recibió.

- No pensé que mandarían a alguien tan joven a matarme, me subestiman- Dijo el dominador.

- Que pena, es un muchacho tan joven- Dijo una de las mujeres sentada en la cama.

- Lastima, me hubiera gustado saber si era virgen o no- Dijo la otra.

- Ay, Clarisa no seas tan degenerada- Dijo la mujer escandalizada.

- ¿Y de que quejas, Cleo?- Respondió la aludida.

- Lo siento, por su jefe pero él me subestimo a mí- Dijo una voz a sus espaldas.

Los ojos miraban a sus presas, ya devorándolas; un corte descendente y Facundo cayó al suelo hecho un reguero de sangre. Las mujeres se quedaron asombradas, no era alguien normal. Le habían visto caer ante sus ojos por el disparo ¿En que momento se movió hasta ahí?

Se levantaron lentamente, Clarisa se adelantó y lo besó en la boca. Al ser correspondida Cleo también se acercó. Los besos llevaron a caricias entre los tres, las ropas cayeron de sus cuerpos mientras las hormonas hacían su parte.

Las lenguas se encontraban, jugaban y recorrían. Los pezones y sus areolas ya grandes eran lo preferido para lamer y succionar. Las manos correspondían, se entrelazaban y acariciaban. Los dedos de él acariciaban las zonas intimas de ambas... ellas gemían y lo cubrían de besos.

Llevó a Cleo contra la pared y luego la penetró, mientras se hallaba en la faena; Clarisa sacó debajo de la cama un puñal. Atacó al hombre, mientras este se hallaba ocupado pero fue inútil. Cuando lanzó el ataque este detuvo su mano armada y la mató clavándole el puñal en el cuello.

La rubia se agarró la garganta mientras caía al suelo, pocos segundos después moría por asfixia ahogada en un charco de su propia sangre. Su compañera la lloró en silencio mientras ese desconocido la mantenía sobre su mástil subiendo y bajando.

Leonardo la besó, fundiendo su boca con la de ella... la depositó en la cama y nuevamente comenzó a acariciarla. Haciéndole sentir esas cosquillas que hace mucho no sentía con otro hombre. Ella comenzó a contonearse, arqueó su columna mientras seguía disfrutando de esas caricias que la estaban excitando más que cualquier falo.

Tenia los ojos cerrados, disfrutaba de un placer que hace mucho no experimentaba; él lentamente fue introduciéndole su miembro dentro, invadiendo su feminidad. Ella lo recibió con gusto mientras comenzaba a mover sus caderas acompasando el movimiento de él.

Las embestidas aumentaron gradualmente su fuerza, mientras ella gemía cada vez más fuerte. El éxtasis llego sobre él, el semen volcánico salió hacia el interior de esa mujer que lo recibió sin decir nada en lo absoluto. Cuando se separaron, vistiéndose en silencio ella habló:

- Eres un cazador, ¿verdad?

- Así es- Respondió él.

- ¿Porque haces esto?-. Inquirió ella.

- No lo sé, en un principio quise ponerle un poco de emoción de a mi vida rutinaria. Pero esto cada día me atemoriza más. Es tan alejado de lo que hago en mi vida común- Respondió él.

- Si, lo mismo me pasa a mi. Pero sé que con el tiempo se hace fácil- Dijo ella animándolo.

- Por cierto, soy Leo- Dijo él mientras le estrechaba la mano.

- Cleotasha, un gusto. Espero nos volvamos a ver- Dijo ella.

- Que así sea- Dijo él.

Salieron del lugar sin dejar rastros a su paso, en una estación de trenes se despidieron; tal vez por ultima vez. Tomaron caminos diferentes sin mirar hacia atrás, tal vez algún día volverían a verse de nuevo; eso no lo sabían...