jueves, 24 de septiembre de 2009

Capitulo9: Maldición

Ya en la playa, se metió al agua que estaba inusualmente fría esa mañana. Nadó largo rato, por eso quizá no se dió cuenta cuán adentro estaba. Cuando se dio cuenta, la costa apenas se divisaba. Empezó a nadar, de seguir así pronto no podría volver y se perdería... el miedo empezaba a rodearlo.

Sintió que algo lo tomaba de los pies y una fuerza terrible lo sumergía hacia las profundidades. Gritó de miedo, no deseaba morir a esa edad. Quiso zafarse pero no podía. Sentía que se hundía cada vez más y más... sintió que algo lo rozaba en la cara.

Abrió los ojos, y esa visión casi le saca todo el aire que tenia. Alguien con snorkel le hacia caras. No podía distinguirle bien, este individuo lo llevó de nuevo hacia la superficie. De nuevo con su cabeza fuera del agua pudo soltar el aire. Esta persona salió también, Leonardo se quedó mirándola.

Sorpresivamente este individuo sonrió y luego se quito el snorkel. Esos ojos blancos como las nubes volvieron a atontarlo, si... Mihayla estaba frente a él. La muchacha se disculpó diciéndole:

- Quería hacerle una broma a alguien, pero no creí que te ibas a asustar de esta manera.

- Por un momento pensé que moriría- Dijo el chico aliviado.

- Vamos, aún no es tiempo- Dijo ella, con una sonrisa.

- ¿Cómo?- Preguntó él.

- Vamos hacia la playa. Dijo ella.

Nadaron de vuelta a la costa sin decir una palabra. En la playa ella se quitó el equipo para nadar bajo el agua. Ante una seña de Mihayla, Leonardo comenzó a caminar a su lado. Pero no se sentía capaz de comenzar con la conversación, no sabía como empezar... ella lo hizo:

- Vamos, pregunta lo que desees. Sé que te mueres por saber.

- ¿Como es eso de que moriré?- Inquirió él.

- Hay probabilidades de que eso pase el momento en que libere las almas de esa arma. Tú te hallas conectado a ella sin que lo sepas- Respondió ella.

- P..pero ¿Y tu como lo sabes?- Preguntó él, algo asustado.

- Creo que no puedo seguir ocultándotelo. La razón por la que soy así, es porque yo provengo de un clan de exorcistas. Desde pequeños somos entrenados para liberar las almas oprimidas por los hechizos prohibidos de nuestro pueblo- Explicó ella.

- ¿Y eso que tiene que ver conmigo? ¿Acaso esa espada pertenece a los tuyos?- Preguntó Leonardo, cada vez mas asustado.

- Esa espada perteneció a un hombre de nuestra nación, ha sido forjada utilizando diversos métodos y hechizos oscuros del budismo. Por esa razón absorbe las almas de los que mueren bajo su hoja. Y esas almas son el poder que usa para conectarse con el usuario y volverlo increíblemente poderoso- Le respondió la chica.

- ¿Y... a cambio que ocurre conmigo?- Preguntó nuevamente, con miedo.

- Te pierdes en esa oscuridad de a poco, si sigues así.... tu alma quedará presa en la espada. Por lo tanto puedes morir, aunque si yo intervengo... puede haber menos chances de que ocurra- Explicó la joven.

- Eso quiere decir que haz aparecido en el momento justo- Dijo él, aliviado.

- Creo que algo me trajo hacia ti, pero solo sentí el poder de esa arma al tomarla en mi mano. Aún no te ha ocurrido nada grave, eso es asombroso. Por lo general, ya estarías hecho un completo demonio- Dijo ella, al tiempo que reía.

- No me hace gracias, de haber sabido todo esto...- Dijo el muchacho, mientras comenzaba a llorar.

La joven exorcista lo miró, comprendía su sentir ante esa carga tan pesada. Pero... a pesar de ello, todos debemos llevar algo así. Es decisión de cada uno sobrellevarla o dejarse aplastar por ella. Ella lo sabía bien, habría deseado ser una mujer común en vez de esto...

Se acercó al muchacho y enjugó sus lágrimas con la mano. Ella le sonrió, comprendía su sentir y esa preocupación ya la había experimentado mucho antes. La chica comenzaba a recordar...

- ! Niña estúpida ¡ !así no se hace¡- Gritaba una voz dura.

- P..perdón, padre. Decía una pequeña niña de ojos blancos como la nieve.

- Eres una vergüenza para nuestro clan. No eres capaz de dominar nuestras técnicas y no posees confianza en ti misma. De hoy en adelante, no perderé mas mi tiempo en enseñarte. Dijo el hombre de rasgos duros y mirada penetrante.

La niña se quedó callada, reverenció a su padre y ya dando la vuelta comenzó a llorar en silencio. Su madre la consoló lo mejor que pudo, pero la terquedad y seriedad de su progenitor no se calmaba. Durante todos los días, ese hombre despreció a su hija, mientras comenzaba a entrenar a su hermana menor.

El padre dejó de mirar a su hija mayor y cuando lo hacía... en sus ojos solo había un desprecio tal que la reducía a la nada misma. La chica quiso llevar una vida normal, pero sus ojos espantaban a todos. Su aspecto tan blanco y esa mirada infundían temor en los corazones.

Así... se la pasaba alejada de todo y de todos, llorando y buscando purgar su pena. Sin embargo, su madre comenzó a ponerse en acción y una noche la despertó, sacándola de su cuarto.

- Ven hija, veo que mi querido Himuro no desea transmitirte nuestra herencia. Así que yo lo haré en su lugar. Cada noche entrenaras conmigo. Dijo su ella, mientras caminaban hacia el bosquecillo.

- Pe...pero ¿madre, si papá se entera?

- ¿Sabes quien le enseñó a papá todo lo que sabe?. Preguntó la mujer.

- No

- Fue mi propio padre quien le enseñó. Pero, la heredera original soy yo. Explicó la mujer, mientras sonreía.

- Bueno...enséñame, madre.

Así... volvieron los tiempos de aceptación para la pequeña Mihayla. Cada noche, luego de las tareas de la casa y de las misiones entrenaba con su madre. Su frágil cuerpo temblaba durante el día, sus piernas estaban cansadas por el arduo entrenamiento. A la niña no le importaba, al menos alguien confiaba en ella.

Cada vez se hacia mejor, avanzaba con dificultad; pero también con seguridad. Cierta noche, Yoko, su madre la citó en un lugar muy alejado. Cuando ambas se encontraron, la mentora habló:

- He arreglado que te unas a un grupo de combate, tendrás que viajar por el mundo realizando exorcismos. Ya estas lista, hija. Creo que así, será mejor.

- Gracias madre, ya te he causado muchos problemas. ¿No?. Dijo la chica, mientras desnudaba el hombro de su madre; dejando ver un moretón en su piel de marfil.

- Veo que tu visión ha mejorado más de lo que esperaba, hija. Si, Himuro se ha dado cuenta... pero no importa. Debes partir ya mismo hija. Aquí tienes el lugar de encuentro. Dijo su madre, mientras le daba un papel con una dirección.

- Gracias, y hasta pronto, madre. Dijo la chica, mientras besaba en los labios a su madre y desaparecía en la luz de la luna.

Así, a los quince años una exorcista de ojos puros dejó su hogar para rodearse de muerte; para enfrentarse a los malignos y derrotarlos. Una niña que empezaba a ser mujer, un alma caza demonios con forma de muñeca y color de marfil...

Al terminar de oír la historia, los ojos de Leonardo se encontraban húmedos. Ahora la veía tan llena de vida y radiante, cuando había sufrido tanto. Mihayla se levantó, mientras limpiaba la arena de su ropa y observando el horizonte hablaba:

- No dejes que tu corazón se ciegue al anhelo de poder. No todo es poder en este mundo, como no todo es verdad en esta vida. Si te dejas vencer, tu corazón será absorbido por la oscuridad; entonces morirás. Y ahí solo me quedara matarte.

- ¿Lo harías?- Preguntó él.

- Es mi trabajo, lo he hecho desde pequeña- Dijo ella con fría resolución.

- Y por que no lo haces ahora- Preguntó él.

- Porque hasta que la naturaleza maligna del arma no se manifieste, no será efectivo. Pero dejemos los temas oscuros, divirtámonos un poco- Dijo ella.

- Si, vamos la peatonal, hay muchos lugares bonitos para pasear- Dijo él mientras salían hacia la ciudad.

En la peatonal disfrutaron de un helado a la sombra de una encina que crecía sin estorbos en el centro de la plaza central. Charlaban sobre banalidades, reían con los chistes que ambos sabían y de las ocurrencias de ella. Pasaron por una cabina de fotos y se metieron.

Se sacaron muchas fotos, la mayoría haciendo caras, sacando la lengua, cruzando los ojos. Ella salió aplastándolo, en otra él pellizcaba la cara de una dolorida Mihayla... en otra foto salía ella acogotando a Leonardo. Los ojos blancos se encontraron con las pupilas café del muchacho.

Cuando el día comenzaba a declinar, los dos miraron al astro morir en el mar... los tonos dorados y rojizos bañaban la escena, al igual que sus rostros. El viento los acariciaba suavemente, se miraron pero no se acercaron ya que en poco tiempo serían enemigos... sin embargo, ambos estaban de acuerdo en que les gustaría que ese instante durara por siempre. Se despidieron en silencio, con un beso que nunca llegó a sus labios. Con pensamientos buenos el uno del otro y bonitos recuerdos.

Leonardo volvió ya de noche a la casa de su amigo Salvador. El escritor por fin estaba en su salsa, con la feria judicial tenía libre hasta febrero. Así que ya se había instalado junto a su "querida novia" en la habitación de la cabaña, dejándole la habitación de huéspedes a Leonardo.

Su amigo estaba muy contento al verse sin la carga del trabajo, tanto que esa noche cenaron con todo lujo. Terminada la cena, los tórtolos se fueron a la habitación a centrarse en sus artes amatorias. Leonardo salió y encaramándose en el tejado subió hasta una de las laderas del techo.

En sus manos descansaba la hoja que desnudó en un instante, contemplándola ante sus ojos. Estudiaba esa lámina de acero que brillaba de un modo extraño ante los rayos de la luna. Sus ojos se reflejaban en la hoja, pero por un instante pudo ver claramente una mirada ambarina.

Reconoció los ojos del antiguo portador de la espada, Zankuro lo miraba. Leonardo enfrentó al sujeto que pareció sonreír. La mirada de ambos pareció perderse mientras la mano del muchacho se alargaba hacia la vaina. Sentía como si su cuerpo comenzara a hervir, una fuerza indecible parecía fundirse con él.

Una furia indescriptible se arremolinaba en su ser, un torbellino de confusión luchaba por apoderarse de su mente. Las venas de sus manos comenzaron a latir con fuerza, como si una gran cantidad de adrenalina comenzara a correr por su sistema.

Apretó los dientes con fuerza, mientras con luchaba con fuerza por envainar esa espada, cuando por fin entró en la vaina. Todo se calmo, las cosas resultaron muy claras pero era atemorizante la calma que sentía. El silencio que se extendía desde ese techo lo abrazó... se quedó rendido.

Cuando despertó, vio un cielorraso de color blanco. Al girar encontró las paredes del mismo color y unas cortinas que ondeaban con la brisa que venia del mar. Se levantó de la cama, sentía frío en las piernas y una punzada aguda en la cabeza. Miró por la ventana el paisaje risueño de esa mañana balnearia. Una voz lo sacó de su ensalmo:

- Ah, ya se encuentra mejor, señor Leonardo- Dijo la enfermera.

- ¿Que me ocurrió?- Preguntó él.

- Al parecer se desvaneció en el tejado y cayó desde allí. Sus amigos lo trajeron hasta aquí, solo sufrió un golpe en la cabeza pensamos lo peor por un momento- Le informó ella.

- ¿Y la espada que había en mis manos?- Preguntó Leonardo.

- Creo que quedó en poder de sus amigos- Dijo ella, mientras se retiraba.

- !!!LA ESPADA¡¡¡- Gritó el muchacho.

No lo pensó dos veces, se arrojó por la ventana cayendo sobre un techo cercano y comenzó a correr. La enfermera comenzó a gritar, pero él no la oyó... sus amigos podían estar muertos ya. Esa hoja estaba maldita... se lamentaba no haberle comentado a ellos sobre ese arma.

El viento golpeaba en su cara, pero su preocupación no disminuía. Salvador y Alejandro, tenía que asegurarse que se encontraran bien. Llegó a la casa, el mal presentimiento se acentuó... la puerta estaba entornada. Cuando entró ahí se hallaba Alejandro, estaba sentado en el sofá... a su lado Salvador se encontraba destajado en dos.

El hombre tenía los ojos húmedos, pero su expresión mostraba locura. Al verle ante él comenzó a reír mientras lentamente se incorporaba. Su cara estaba manchada con sangre, lo mismo que el torso. La expresión que puso resultaba atemorizante, la espada entinta de sangre estaba a gusto en su mano.

Dio un paso hacia Leonardo, mientras este retrocedía. La puerta se cerró antes de que pudiera hacer nada. La sonrisa dio paso a una carcajada insana que se apoderó del lugar. La mirada estaba ausente en ese hombre que comenzó a hablar con otra voz:

- Al fin somos libres, podemos matar a nuestras anchas. Pero antes, nuestro sacrificio ritual serás tú. Siéntete honrado de morir para nosotros.


El muchacho cayó al suelo, no tenía escapatoria. No había quien lo ayudara, estaba solo ante su propia muerte. No quería terminar así, pero poco podía hacer contra ese hombre… la hoja se levantó para dar el golpe de gracia. Los ojos de Leonardo se agrandaron hasta casi salirse de sus cuencas. Temblaba, su corazón latía a mil, como si quisiera huir de su cuerpo.

- Muere, jeh jeh jeh- Dijo Alejandro.

- Por favor, no lo hagas- Pidió él.

La hoja se iluminó, la velocidad alcanzada ejercía ese efecto. Al percatarse del movimiento Leonardo cerró los ojos, esperando el final. Pero este no llego, no sentía ninguna laceración o corte. Temeroso abrió los ojos...

- Ahora tendré que matarle- Le dijo una voz conocida.

- TU AQUI; MALDITA PERRA- Gritó el hombre armado.

- Que Buffui Kan te guíe al otro mundo- Respondió la voz.

Mihayla se movió hacia Alejandro, este tomó la espada con ambas manos, mientras aguardaba. La chica se sonrió, mientras pateaba el suelo con su chancleta de plástico... cuando el sonido cesó se hallaba frente al sujeto. Sus brazos se movieron a una velocidad de vértigo, todo pasó muy rápido.

Alejandro cayó al suelo, mientras de su boca comenzaba a vomitar sangre de una tonalidad muy oscura. La espada ahora se hallaba en el suelo, sin poder hacerle daño a nadie. Mihayla tomó el arma y la envainó rápidamente, luego se acercó al asustado joven y le propinó un golpe.

- No dejes que este arma vuelva a caer en manos de otros. No todos tienen la fortaleza para mantenerse firmes ante la tentación de poder- Dijo ella.

- Yo... no los quise envolver en esto- Dijo el joven, apesadumbrado.

- No quisiste, pero lo desconocido siempre ejerce fascinación en las personas. Tu intención era buena, pero no podías preverlo todo- Dijo ella.

- ¿Ahora que haré?- Le preguntó el muchacho, mientras comenzaba a llorar.

- Vamos, no te pongas así. Esto iba a suceder tarde o temprano... ahora debes irte de aquí. Y no lo olvides, en siete lunas iré a terminar con esto- Dijo ella, mientras lo miraba a los ojos.

Leonardo se perdió en esos ojos blancos que parecían marearlo. Todo se puso oscuro de pronto, cayó al suelo de bruces...

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