jueves, 9 de abril de 2009

Capitulo 5


Eran muchos ataques aleatorios al mismo tiempo. La destreza requerida para actuar en ese tipo de situaciones era inmensa. Y no solo eso, todos ellos debían tener un gran nivel de concentración. En un instante podían descuidar su defensa y ser alcanzados por varios ataques. Con razón habían sido los elegidos para custodiar el Castillo de esa región.

Las horas pasaban y el cansancio se hacia sentir en ambos bandos. Pero esos hombres embutidos en armaduras ni siquiera se inmutaron. Solo estrecharon el círculo y siguieron peleando. Era como si tuvieran sus esperanzas fijas en otra cosa. No había desesperación en sus semblantes. Solo una determinación tan fuerte como el acero que empuñaban. Quizás por eso, sus esfuerzos fueron recompensados.

Los arcos del castillo apuntaron de nuevo, pero hacia abajo. Las saetas de penetración salieron a mansalva. Muchos recibieron esos rayos mortales. Sus gritos sembraron desconcierto entre los guerreros. Muy poco podían hacer contra ese tipo de flechas. Solo algunos Maestros de Almas poderosos lograban anularlas.

Aprovechando el momento, los acorralados huyeron hacia el castillo. Mientras corrían, uno de ellos tropezó. El guerrero cayó y un par de flechas se clavaron en su cuerpo. Ese Caballero gritó, los demás seguían corriendo. Los asediantes volvían a avanzar y con ello, las esperanzas del caído se esfumaban. Seguramente se convertiría en un prisionero. Le torturarían para arrebatarle datos valiosos. Sería expuesto a la vergüenza y se volvería el fetiche de sus vencedores.

El sonido de unos pasos presurosos le hizo mirar hacia delante. El guerrero ataviado con la armadura del Fénix Oscuro corría hacia él. Cuando estuvo junto al caído, le tomó con sus manos y lo cargó al hombro. Andando lo más rápido que podía, ese guerrero ayudó al compañero. Era un acto de valor, solidaridad y camaradería. Ese hombre, aunque enemigo… era alguien de verdadero valor. Por esa razón, los Caballeros que atacaban se detuvieron.

Todos retrocedieron y volviéndose al castillo enemigo realizaron el saludo de sus órdenes. En honor a las máximas que bregaron sus antecesores. Por eso reconocían así, el arrojo de ese varón. Alguien que dejaba su propia seguridad y se arriesgaba por el otro. Si, no era algo muy común en esos días. Por esa jornada había sido suficiente, el valor de ese hombre triunfó.

Los guerreros volvían al campamento. Ese día estuvo lleno de emociones, demasiadas tal vez. El astro rey se ocultaba bajo las estepas heladas. La temperatura comenzaba a descender. Las calidas fogatas con sus luces volvían a retomar la escena. Hombres, magos y elfos estaban reunidos. Las féminas estaban vigiladas por la superiora. Esa mujer no dejaba de ficharlas.

Los escuderos estaban aparte, solo les podían mirar, no congeniar. Esas eran las reglas que regían a las órdenes. Los guerreros dejaban de ser simples moradores. Al tomar las armas y entrar en una Orden, pasaban a ser defensores. Y como tales, ya no podían volver a mezclarse con el común. Esos muchachos representaban todo lo que habían dejado atrás. Era como verse en un pasado no muy lejano.

Llegada la hora décima, los escuderos tuvieron que ir a la tienda de la cocina. Al entrar en ese lugar, el cocinero les recibió. El sujeto en cuestión era un hombre regordete, muñido de un mostacho rebelde. Los ojos malicientos escrutaron a esos chicuelos. Con un par de gritos les indicó lo que tenían que hacer.

Ulrik terminó al lado de un par de costales de papa. Cuchillo en mano, el joven pelaba las verduras. Sus manos sucias tomaban otra patata y de nuevo comenzaba. Desde que estaba junto al clan se la pasaba haciendo eso. No solo se encargaban de auxiliar a los guerreros. Tenían muchas más tareas y obligaciones.

Otros jóvenes cocinaban bajo la mirada atenta del gordinflón. Este les regañaba si hacían algo mal. Algunas veces, se emborrachaba y podía ponerse muy violento. En esos casos, nadie hacia nada. Solo le dejaban, después de todo contaba con el aval de un Maestro de la Orden de Caballería.

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