sábado, 2 de mayo de 2009

Capitulo 9

En el campamento de los sitiadores. Ikki regaña a Ulrik y a su ayudante, fueron muy descuidados. Abandonar el recinto para irse de cacería, eso era una locura. El Mago miró al muchacho ahora con quemaduras y le habló:

- Eres un escudero muchacho. Entiéndelo de una vez, no puedes ir por ahí luchando como si nada. Apenas y tienes una daga como arma. El campo de batalla es muy duro para ti, se paciente.

- No pude evitarlo, deseo con todas mis fuerzas ser un guerrero- Dijo el muchacho arrepentido.

- Y tu Necrófaga, no tienes porque exponerle de esta manera. Sé que le amas con todas tus fuerzas. Pero, sé más discreta. Si la Maestra del clan se entera, puede notificar a la orden- Le recordó el mago.

- Me tiene sin cuidado lo que haga esa arpía- Dijo la blonda enojada.

- Así que, ahora me llamas arpía; Necrófaga- Interrumpió una voz.

La Maestra del Clan Pitufos le miraba en forma reprobatoria. Sabía que era odiada por sus subordinadas, pero ya era natural para ella. Al ser la que imponía el orden entre las suyas. Pero, era duro ser el ejemplo de todas. Se acercó a la elfo y la olió, en sus labios se formó un gesto de ira. Su mano sacó la daga con una velocidad de vértigo. Ulrik no pudo hacer nada, solo cerrar los ojos. La sangre manchó su cara, asombrándole; no había sido alcanzado.

La mano de Ikki había sido atravesada por el arma. El Maestro de Almas miró a la mujer enfurecida y le dijo:

- En la enfermería estamos constantemente atendiendo enfermos. Es natural el contacto físico. No se apresure a sacar conclusiones.

- EL… EL LA TOMO, LO SE PORQUE SU ESENCIA IMPREGNA EL CUERPO DE MI HERMANA- Gritó la mujer fuera de si.

- No lo creo, es un escudero. Estuvo siendo atendido aquí por una paliza que le dieron en la cocina- Intentó calmarla Ikki.

- NO ME IMPORTA, LE MATARE; SUELTEME. NADIE PUEDE SABER DE ESTO. NOS DESPRESTIGIA COMO CASTA- Gritó la elfo sin ánimos de calmarse.

- Bien, entonces si tanto quieres proteger a tu casta. Déjale en paz, hermana. Si no, yo me quitaré la vida- Intervino Necrófaga.

La mujer se detuvo, esos tres le habían dejado completamente anonadada. Las fuerzas parecían abandonarle. Soltó la daga y se dejó caer al suelo, estaba cansada de toda esta situación. Unas lágrimas comenzaron a aflorar en sus ojos celestes. Era muy duro ver como todo lo que le habían inculcado se desmoronaba. Ella había sido elegida por los miembros de su tribu como líder. Y como tal, debía comportarse. Ella también quería hacer cosas alocadas y arriesgadas. Pero, nadie lo aceptaría. Con esa armadura dejaba de ser un ser vivo. Solo era líder y maestro de armas.

Lamentablemente, su posición lo requería. Ikki se quitó la daga de la mano y se vendó rápidamente. El albino se paró frente a ella y dijo:

- Arriba Skuld. Muestra cual es tu temple.

- Es triste para mí ver todo esto y no poder hacer más que regañarles. Es duro ser líder- Dijo la mujer mirando al piso.

- Lo se, alguna vez fui Maestro de Clan. Es un camino duro, pero eres la mas capacitada para serlo- Le dijo el Maestro de Almas.

- Lo siento, no debo llorar en momentos como este- Dijo la mujer parándose.

- ¿Que te trajo hasta aquí?- Preguntó el encargado.

- Athenas, mí subordinada esta con fiebre. Debe ser efecto de algún tipo de veneno. Necesito de su ayuda- Respondió la Lider.

- Bien, iré hacia allá- Prometió el hombre.

- Se lo encargo, debo ir a la batalla. Mis chicas esperan- Dijo la elfo mientras se retiraba.

- Descuide, ya iré hacia ese lugar- Le dijo el albino.

- Gracias, a los tres- Dijo la mujer antes de salir.

La rubia salia de la tienda y con fervor fue a unirse a las huestes. Tanteó los pomos de sus dagas y sonrió. Entre esos contrincantes, debía hallarse uno digno para usarlas. Si, aunque de momento no fuera necesario. Podía sentirlo, alguien poderoso estaba aguardándole.

La líder se unió a su grupo y con una seña les ordenó avanzar. Los guerreros avanzaban a paso mesurado. Las elfos les cubrieron de auras protectoras y de fuerza. Luego sacaron las flechas y comenzaron a tensar las cuerdas. La seña fue diferente esta ocasión. Las doncellas no lanzaron las saetas. Comenzaron a concentrar energía a su alrededor.

Ante esta visión, los guardias del muro comenzaron a dar la alarma. Esas elfos lanzarían su ataque más devastador. Ellos no contaban más que con seis elfos en sus filas. No podrían detener esos disparos. Ante los gritos que venían de afuera, Mekai se levantó del asiento y tomó su casco. El guerrero de Armadura del Fénix Oscuro se levantó también. Helscreem les siguió y otra figura encapuchada se les unió. El momento había llegado. Era hora de mostrarles contra quienes estaban luchando esos idiotas.

Los que asediaban pudieron sentir de repente como el ambiente cambiaba. Sobre las murallas vieron aparecer dos figuras nuevas. La figura mas baja se quitó la capucha y todos pudieron ver que era. En eones no habían visto a alguien de su clase. Una invocadora entraba en la escena. La cabellera negra cual noche ondeaba con el viento que de golpe se levantaba. Los ojos pardos brillaban, acompañando esa piel tostada por mil soles. Su mano izquierda brilló un instante y una fiera de fuego apareció en el cielo.

- Sahamut, devóralos con tus llamas.

La bestia se lanzó como una bola de fuego gigante sobre esas huestes ateridas. Solo los Maestros de Almas lograron repeler el ataque. Sus escudos de mana recibieron el hechizo. Pero, debieron mantenerlos porque las llamas amenazaban con devorarles. Al mirar nuevamente hacia el cielo… Vieron un gigantesco guerrero lleno de espadas lanzarse al ataque.

Las hojas aparecieron desde el suelo y todos debieron evadirlas. Algunos no tuvieron esa suerte. Pero las elfos lograron evadirlos. Sus saetas salieron en busca de los blancos en sus mentes. Los relámpagos llenos de energía atacaron la muralla. La capa ensangrentada cayó al suelo y la leyenda volvió a ver la luz. Helscreem saltó al encuentro de las saetas. Su Hoz brilló como un sol rojo que redujo varias flechas a la nada.

Las otras pudieron ser detenidas por las elfos con estaban de su lado. Tanto esfuerzo había sido en vano. Sin embargo, no desesperaron. Skuld tensó su arco de nuevo y lanzó su saeta. El rayo se llevó a una elfo que cayó de lo alto. El asesino sonrió debajo del yelmo. Tal vez, podría divertirse en esa ocasión. Las demás miraron a su líder que les indicó que descansaran. Ellas no tenían el nivel de energía suficiente como para realizar sucesiones de ese tipo de técnica.

Skuld en solitario volvió a tensar su arco. Los guerreros sonrieron aliviados y reanudaron su ataque. La sola presencia de esa doncella les devolvía el aliento. Los magos y Caballeros derribaron por fin una hoja de ese portón impresionante. Pero, lo que les aguardaba del otro lado les detuvo. Mekai junto a su ladero y sus guerreros salieron montados en sus Fenrirs.

Las fieras acorazadas atropellaron a los invasores. Muchos fueron victimas de las fauces de esos lobos gigantes. Otros apenas lograron evitar que las espadas y lanzas los redujeran a nada. Jamás esperaron algo así, esos guardianes ¿Qué tan fuertes eran? En su haber jamás esperaron una invocadora. Mucho menos que tuvieran monturas como los Fenrirs. Eran una caja de sorpresas, sin duda.

Los guerreros se reagruparon, pero solo para ser rodeados por los montados. Las puntas de las armas apuntaban a los cuerpos de los invasores. Todos quedaron detenidos, el silencio se apoderó de todo. Solo el ulular del viento se oía. Ni uno solo de los soldados se atrevía a mover un músculo. Uno de los jinetes se apeó de su Fenrir y se quitó el casco.

Mekai, líder del clan defensor hizo una seña y sus guerreros levantaron las armas. Los guerreros de esos clanes se apretaron un poco más. El hombre posó su espada sobre el hombro y les dirigió la palabra:

- Lo siento, pero debimos ponernos serios con Uds. He perdido a muchos de mis valiosos compañeros. No deseo un derramamiento de sangre mayor. Esta es mi última advertencia, se marchan en este instante o perecen bajo mi espada.

- No podemos solo irnos. Hemos dejado todo para tomar esta fortaleza- Dijo Pompo, como líder de la coalición.

- ¿Dejaran también sus vidas en pos de ello? ¿Piensan pagar ese precio?- Preguntó Mekai.

Los guerreros quedaron pasmados ante esas palabras. Ese hombre tenía razón en cierto sentido. Si morían ahora ¿Cómo podrían disfrutar de la victoria? Los hombres de armas tiraron sus espadas. En esa situación no podían luchar, monturas y jinetes eran iguales de peligrosos. No había sentido en luchar si iban a perder sus vidas en el proceso. Ellos peleaban para alcanzar su objetivo. No para verlo escurrirse entre sus dedos.

Las elfos se pararon, mientras veían como un hilo de sangre bajaba de los labios de su líder. Esta bajaba su arco, esto era en verdad decepcionante. Tantas luchas para ser derrotados de esta forma. ¿En verdad no estaban a la altura de esos sujetos? ¿En que punto habían fallado? Como si les leyera la mente, Mekai les respondió:

- Su error fue creer que nuestras fuerzas eran solo las que mostrábamos. Jamás me vieron salir a mí o a mis hombres de confianza. Siéntanse orgullosos, son de los pocos que me obligaron a salir. Vayan con la cabeza en alto, considérense afortunados.

Los guerreros apretaron sus puños encolerizados. Pero, no podían hacer nada. De lanzarse sobre ese hombre, serían despedazados. Cuando dieron el primer paso fuera de ese lugar. Los montaraces levantaron sus lanzas y las cruzaron. Esos Caballeros orgullosos de su poder pasaron la mayor de las vergüenzas. Debieron reconocer su inferioridad. Tuvieron que mascar su ira, odio y deseos de venganza. Quedaba muy claro, no eran lo suficientemente fuertes.

Sus ambiciones habían sido destrozadas. Chocaron contra un muro indestructible, la fortaleza les despedía. Creyeron tenerla ya en sus manos. Pero, fue solo una vana ilusión. Las lágrimas llenaron los rostros curtidos de esos guerreros. No habían podido lograr su objetivo. Seguían siendo solo martillos al servicio del mejor postor. Pero ya cuando estaban dándoles la espalda a esos guerreros. Pudieron oír una requisitoria:

- ¿Quieren unirse a nosotros?

Los vencidos se quedaron atónitos. Jamás se lo habrían esperado, los vencedores les invitaban a unirse. Una esperanza se abría para esos desolados combatientes. Mekai envainó su espada y les tendió la mano. Caballeros, Magos y Elfos se hincaron ante el guerrero. Finalmente alcanzaban su sueño, aunque no de la forma esperada. Los escuderos vieron como las huestes desaparecían tras el portón. La fortaleza volvía a quedar invicta. La leyenda seguía creciendo en el continente…

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